Un romance imperecedero
Aquel verano de 1964 era el comienzo de un romance que se transformaría en imperecedero para el pequeño pisciano nacido un año antes en el porteño barrio de Parque Patricios.
Era la primera vacación familiar en la ciudad balnearia argentina por excelencia, Mar del Plata. Aquellos jóvenes padres y abuelos le habían puesto ante su vista un paisaje que todos los años religiosamente intentaría reencontrar.
En la zona norte de la bella urbe, en el apacible barrio de La Perla, el niño crecería verano a verano en calles plagadas de chalets, paseos en bicicletas ante la atenta mirada de su madre o abuela, lectura de revistas de la época, y aviones de publicidad surcando el inmenso firmamento sobre el océano Atlántico.
El museo de Ciencias Naturales en medio de la Plaza España, y los juegos linderos, conformaban el escenario cotidiano de los paseos familiares vespertinos que se completaban con el acceso a la playa Stella Maris.
Justo en la bajada frente a la fábrica de alfajores Havanna, pasaba sus días de sol y mar, con música de Procul Harum o The Carpenters de fondo. Al mediodía el típico almuerzo familiar y los infaltables damascos de Don Pascual que anunciaba con bombos y platillos su abuelo Manolo.
Por la tarde, vuelta a la playa con sus padres para prepararse luego para el tradicional paseo por la Peatonal San Martín y la misa de la catedral de San Pedro y Santa Cecilia. Por la noche, una partida de pool con su progenitor o la degustación de la exquisita pizza de Pedrito sobre la costa.
Ya de adolescente las salidas con primos y amigos, tenían recitales y chicas como meta principal. Por las noches eran infaltables las largas caminatas nocturnas por la rambla para comentar los planes para cada año que se iniciaba.
La juventud agregó nuevos alicientes para los permanentes viajes relámpagos. Así, campañas políticas, festivales de cine, gestas deportivas, todo era válido para regresar a la ciudad feliz.
También era el lugar elegido para los típicos fines de semana largos de la Argentina, que a los fines de promocionar el turismo, trasladaba las fechas de feriados nacionales para los lunes, extendiendo el esparcimiento de los sábados y domingos.
En los últimos tiempos la convocatoria a las Jornadas Nacionales de Filosofía y Ciencia Política organizadas por la Universidad pública local, se había transformado en la excusa ideal para que con una ponencia académica de por medio, volviese a respirar el reparador y motivador aire marplatense cada fin de año.
Pero en el 2005 se había agregado una razón complementaria, la oportunidad de oficiar de circunstancial cronista en un evento político de alcance internacional como era la IV Cumbre de las Américas.
Era también la ocasión ideal para llevar a la práctica los conocimientos y vivencias adquiridas en la formación periodística en la cual estaba imbuido desde hacía dos años. La curiosidad por el evento y la posibilidad de la escapada turística fueron las motivaciones que impulsaron a su sabuesa esposa a acompañarlo en el insólito raid.
La guerra de los mundos
La llamada perla del atlántico se preparaba como escenario de una trascendente pelea de fondo entre dos concepciones del mundo. Dos estrategias, dos propuestas: por un lado George Bush, del otro Hugo Chávez Frías. El poderoso hegemonismo norteamericano frente al incipiente liderazgo regional del venezolano.
Sobrevolaba también los días previos el fantasma de la llegada del presidente cubano Fidel Castro a la III Cumbre de los Pueblos. De haberse concretado tal visita el referente bolivariano hubiese pasado a un condenado segundo plano, y la confrontación de colosos hubiese marcado un hito en la Argentina.
Finalmente, el presidente anfitrión, Néstor Kirchner se dio el lujo de enfrentar, al menos en el plano discursivo, al poderoso del norte y contradecirlo en su intención de poner en funcionamiento el anhelado y promocionado ALCA.
A la inevitable distancia entre las delegaciones oficiales de los países latinoamericanos con la gente de la ciudad electa como sede, contrastó el desarrollo de la Contra cumbre, que contó con la asistencia de gran cantidad de curiosos, turistas, y militantes sociales y políticos.
No sólo existía divergencia de cosmovisiones en términos de política internacional, sino que también en cómo relacionarse con la sociedad civil en aquellos días de noviembre.
Las excesivas medidas de seguridad que rodeaban los lugares donde se iba a desarrollar el encuentro de presidentes, contrastaba abiertamente con la organización de la Contra cumbre.
En el primer caso, los handie, auriculares, despliegues aparatosos y figuras atléticas hegemonizaban la postal marplatense. Barcos de la Marina y Prefectura recorrían permanentemente la costa, y helicópteros de todo porte surcaban el imponente y esplendoroso cielo.
En tanto en la III Cumbre de los Pueblos, las delegaciones de las hermanas naciones, junto a jóvenes y artistas venidos para la ocasión, se movían con absoluta libertad y algarabía en las amplias instalaciones y espacios verdes circundantes al Polideportivo Municipal.
El intercambio cultural y político enriquecía al circunstancial testigo de un evento con antecedentes en otras cumbres mundiales, con música de fondo, comidas regionales y publicaciones de todo tipo en eficiente transmisión de ideas y doctrinas.
Viajeros solitarios de un expreso imaginario
Los más de 400 kilómetros que separan a la capital argentina de la ciudad natal del desaparecido bandoneonista Astor Piazzolla, fue el escenario de infinitas elucubraciones acerca de lo que allí ocurriría en aquellos días de noviembre.
El infaltable periódico matinal de mayor circulación nacional, reflejaba toda la previa de la Cumbre de mandatarios y la bautizada Contra cumbre de los Pueblos que aglutinaría a la mayoría de las expresiones antiglobalizadoras y críticas del rol de los Estados Unidos y de su presidente George W. Bush en el escenario mundial.
Mientras terminaba de saborear las tradicionales medialunas de Atalaya, ineludible pausa en la ruta a la altura de la ciudad bonaerense de Chascomús- de donde es oriundo el ex presidente Raúl Alfonsín-, observaba con detenimiento y cierto grado de preocupación en la TV el despliegue de vallados y personal de seguridad distribuido en distintos sectores de la ciudad.
Frente al parabrisas del Seat Córdoba desfilaban como en caravana campos y vacunos, cual herencia de la tradición de granero del mundo que otrora ostentara el país de Perón y Maradona.
En tanto, los viajeros solitarios de esta suerte de expreso imaginario intentaban detectar vanamente la extrema presencia policial a la vera del camino, como se sostenía insistentemente desde Buenos Aires.
¿Una ventana al mundo o una ciudad situada?
Casi al atardecer sobre el fin de la Autovía 2, por la Avenida Constitución ingresaron una vez más a Mar del Plata aquel 1º de noviembre.
Al protagonista de esta historia lo invadieron recuerdos a borbotones: vacaciones de infancia, seres queridos que ya no están, aromas y sensaciones de aquel precepto tan habitual en estas tierras que asegura que todo tiempo pasado fue mejor.
Un interrogante lo desvelaba noche tras noche ante la inminencia del evento internacional, ¿era verdaderamente Mar del Plata una ventana al mundo como pregonaba su intendente, Daniel Katz, o una ciudad sitiada como mostraban persistentemente los medios de comunicación desde Buenos Aires?
Luego que se instalaran en un departamento cedido gentilmente por una familia amiga, la pareja empezó a tomar contacto con los habitantes del lugar en sus tareas cotidianas, y se sintieron testigos privilegiados de lo que allí acontecía.
En esa época del año el turismo no es frecuente y de alguna manera, el compartir esas vivencias con los lugareños los tornaba casi como unos más de ellos.
Resultaba paradójico ver a la ciudad que siempre le representó la diversión y la libertad, surcada por vallas de seguridad que limitaban sus intenciones de recorrer las calles que escondían testimoniales anécdotas de su vida. Los uniformados lo miraban con mezcla de curiosidad y advertencia.
Internamente y aunque quiso evitarlo lo invadieron imágenes de los años de plomo vividos por Argentina durante la última dictadura militar, sólo aventados por el paso de un micro escolar con el inconfundible sonido de niños en estado festivo.
Fue con esa reconfortante sensación y con mezcla de cansancio y ansiedad que terminó su primera jornada en la Mar del Plata vidriera del mundo.
Autos, jets, aviones, barcos
Casi emulando una vieja canción de Serú Giran, grupo autóctono de rock en castellano liderado por la estrella máxima de ese género, Charly García, ese miércoles 2 de noviembre autos, jets, aviones y barcos transitaban alocadamente la hermosa y panorámica geografía costera.
Cerca del mediodía la Concord Digital 3100 AF en manos de la esposa del embrionario reportero, recorría plácidamente el diáfano firmamento sobre el balneario San Sebastián, en el barrio de la Perla.
De pronto, un helicóptero por momentos verde, por momentos negro, que según rezaba a un costado pertenecía a Gendarmería Nacional amenazaba con un intimidatorio aterrizaje frente a los azorados testigos.
Al estupor inicial por ser ametrallados por un potente zoom que quizás engrosaría algún archivo de inteligencia pre-Cumbre, le sucedió una catarata de carcajadas por el inquietante rictus adquirido por los rostros de los jóvenes porteños.
Esta anécdota estaba emparentada más con la idea de ciudad sitiada que traían desde la Capital, que del centro turístico en exposición ante los ojos del mundo que pretendían explotar las autoridades locales.
Sin embargo, tras haber recorrido algunos metros por la Avenida Peralta Ramos en dirección a Punta Iglesia, los sorprendió gratamente un amplio sector verde con modernos senderos, bancos, adornos florales, palmeras y mástiles con las banderas de los 34 países participantes de la nueva edición de la Cumbre.
Era el moderno Paseo de las Américas, convertido en nueva atracción de una ciudad ya de por sí convocante. Sobre el final del recorrido, el paisaje entregaba un vistoso puente peatonal donde antes dormían tristemente unas piletas sin agua y sin gente.
Una anciana del Centro de Jubilados y Pensionados contiguo a la nueva obra pública parecía en cambio adherir a aquello de Una ventana al mundo, cuando al pasar raudamente una comitiva de autos escoltados por policía motorizada y potentes sirenas exclamaba con alto grado de excitación: “Nunca en mi vida pensé ver algo como esto”.
¿Es un avión, es un pájaro? No, … es George Bush
El jueves 3 transcurrió con la típica tranquilidad pueblerina, que sólo contrastaba de tanto en tanto por el paso de algunas patrullas bonaerenses. Era la misma que años atrás había sido sindicada como maldita policía, en el marco de la investigación del asesinato del periodista gráfico José Luis Cabezas.
Por la tarde, frente a la coqueta confitería Nautical, y después de haber esperado en vano junto a otros tantos curiosos, el paso del presidente Néstor Kirchner por la costa, Sandra y Gustavo se enteraron por la radio el cambio de planes del primer mandatario.
El santacruceño había vuelto a burlar a sus custodios y con su habitual desparpajo arribaba sólo al Hotel Hermitage entre la multitud de gente que lo vitoreaba como si fuese una de las figuras del espectáculo que estampan año tras año sus manos en los baldosones del Paseo de las Estrellas.
Allí bajo el poderoso sol estival desfilaron durante varias décadas personajes tan heterogéneos como Ben Gazzara, Susan Sarandon, los ex campeones mundiales de box y automovilismo Carlos Monzón y Juan Manuel Fangio, o músicos de la talla de Joan Manuel Serrat o Luis Aguilé.
Pero el tiempo de espera había servido para apreciar detenidamente el cambio de cara de la Plaza España que lucía muy distinta a como la habían dejado el pasado mes de marzo.
El ignoto cronista recordó también escenas de su infancia cuando lejos estaban las penas y las preocupaciones del intrincado mundo de los adultos.
Aún conserva añejas fotos en colores sepia y blancos y negros de aquellas jornadas ideales, que de tanto en tanto acude para aburrir indefectiblemente a su hija pre-adolescente con historias largamente remanidas.
Pasadas las 20, en momento de degustar los tradicionales mariscos de la zona y observar de reojo el noticiero del Canal 10, desde el balcón del piso 11 del edificio ubicado en Luro y España, divisaron dos potentes luces rojas intermitentes en la nublada noche marplatense.
Provenían del aeroparque Camet, pero no eran dos ovnis, como hubiese deseado ver desde niño, sino que se trataba del primer mandatario del primer país del primer mundo, George W. Bush.
Un escalofrío recorrió sus cuerpos al recordar hechos pasados provocados por él y contra él. El polémico personaje estaba a pocos minutos, casi al alcance de la mano, parecía un sueño, pero era real.
Era la primera sensación shockeante de la noche, la restante ocurriría cerca de las 23 frente a una parrilla cercana a Puerto Cardiel, en la zona norte de la ciudad.
Luego de un reparador café tras la romántica caminata por la rambla, unas sirenas y el violento zigzagueo de una moto policial anunciaría la llegada de una caravana de autos, que después se enterarían era la comitiva del presidente mexicano Vicente Fox.
Esta circunstancia, más allá de lo insólito de la hora, no resultaba particularmente llamativa, de no ser porque circulaba en dirección contraria al sentido del tránsito.
De repente se encuentra de frente con varios coches provenientes del centro, y por milagro no se produjo una colisión ya que los azorados conductores subían raudamente a la vereda para no ser embestidos.
Los testigos atónitos comprendieron que por más previsiones que el hombre tome, el diablo siempre puede meter la cola. Pero, por fortuna, esta vez no había logrado su cometido.
Te molesta mi amor, mi amor de juventud
El cielo plomizo del viernes preanunciaba la llegada inminente de lluvia en la costa, y pasado el mediodía el frío horadaba el temple de quienes se habían arrimado al estadio José María Minella, en el complejo polideportivo de la Ciudad de Mar del Plata.
“Te molesta mi amor, mi amor de juventud, y mi amor es un arte en virtud” desgranaba junto a una solitaria guitarra la inconfundible voz del cantautor cubano Silvio Rodríguez, como si quisiera caldear sin éxito los ateridos cuerpos de los protagonistas del cierre de la III Cumbre de los Pueblos.
Se esperaba ansiosamente la palabra del líder venezolano Hugo Chávez. A un lado el escritor y periodista Miguel Bonasso, al otro el astro mundial de fútbol, Diego Armando Maradona, ambos pasajeros del denominado por la prensa Tren del Alba, que había partido desde Buenos Aires para adherir al promocionado encuentro.
En el palco de honor, los dos argentinos compartían exultantes la misma satisfacción al ver como la heterogénea concurrencia llenaba progresivamente las tribunas del estadio construido para el Mundial de fútbol de 1978, durante la última dictadura militar.
Las banderas con los colores de los pueblos originarios, estandartes con fotos del Che Guevara, Bolívar, Perón y distintas fuerzas políticas pintaban las tribunas y el campo de juego como una acuarela con indisimulable tinte revolucionario.
Sin embargo, las inclemencias del tiempo hicieron mella en algunos de los concurrentes, entre los cuales se contaban los visitantes que son el eje de este relato, por lo que los televisores de los bares de la ciudad congregaban cómodos espectadores de la esperada voz del peculiar presidente venezolano.
A unas cuadras de la estación del ferrocarril, los recibió la calidez del salón comedor del Club Quilmes, donde escucharon con alguna dificultad auditiva al histriónico líder bolivariano.
Los circunstanciales contertulios hacían sus propias interpretaciones y lectura de los hechos. “Ese tal Pitrola dijo que van a ir contra las vallas”, sentenciaba el corpulento y bronceado anciano de la mesa más cercana al hacer referencia a un grupo de opositores a la Cumbre conocidos como piqueteros.
“Los van a reventar”, afirmaba con entusiasmo otro de los espontáneos comensales. Mientras tanto el presidente venezolano arremetía contra “el imperio” y exageraba: “ALCA, ALCA, AL CARAJO”, ante el cómplice y entusiasta auditorio.
Para granjearse la mayor cantidad de adeptos posibles a lo largo de su extensa alocución, Chávez rescató figuras históricas tan contradictorias entre sí como San Martín, el Che Guevara, Perón y Evita.
Luego de concluir la III Cumbre de los Pueblos, todas las delegaciones emprendieron la retirada a través de la amplia avenida Independencia, sin que hubiese ningún tipo de incidente.
Pero de pronto, una pequeña columna se desvió por Colón en dirección al centro, con inocultable intención de chocar contra las vallas y la policía que cortaba el paso hacia donde se desarrollaba el final del encuentro de presidentes latinoamericanos.
Ante la inexplicable pasividad de las fuerzas de seguridad, los exaltados manifestantes empezaron a romper vidrieras y a saquear comercios, frente a una importante estación de servicio del ACA (Automóvil Club Argentino), sin medir el peligro de la cercanía del depósito de combustible y las bombas incendiarias caseras que manipulaban para expresar su descontento.
Si bien era un hecho aislado, la repetición de las imágenes por la televisión a lo ancho del mundo podía eclipsar un evento que se había desarrollado mayormente en forma pacífica y ordenada.
Algunos custodios de mandatarios acostumbrados a concurrir a este tipo de convenciones comentaban que era bastante habitual encontrarse con expresiones de grupos antiglobalización cuando concurre el presidente de los EEUU.
Anochecer de un día agitado
La Cumbre llegaba a su inexorable final, dos posturas irreconciliables alumbraban una lavada declaración conjunta y dejaba tras de sí un mar de dudas que tampoco se resolverían en una nueva edición de la ronda para el desarrollo surgida de los acuerdos de la Organización Mundial de Comercio de Doha (Qatar) de hace cuatro años atrás.
El primer minuto del sábado 5 de noviembre permitía mágicamente el corrimiento de las verdes vallas, que ya formaban parte habitual del paisaje costero.
De repente, y con desesperación contenida, gente y autos se volcaron raudamente sobre las calles liberadas con la inconfundible sensación de haber vivido un hecho histórico.
El casino central, la peatonal San Martín, el Torreón del Monje y otros lugares emblemáticos de la ciudad se poblaron de quienes comenzaban a sentir nostalgia de aquellos días de noviembre.
Tanto los que saludaron entusiastamente el paso de George Bush, como los que disfrutaron el canto de Silvio Rodríguez y la arenga de Hugo Chávez.
Para los cazautógrafos de Diego Maradona, como para los que se fastidiaron por estar dentro de la zona de exclusión establecida por las fuerzas de seguridad.
O aquellos otros que se deslumbraron el domingo post-cumbre con las nuevas obras urbanísticas que ya son patrimonio de la ciudad. Todos tendrán su propia percepción de lo que allí ocurrió esa semana tan particular, incluso los protagonistas de esta historia.
Pero, sin dudas, nadie podrá esgrimir indiferencia porque en Mar del Plata, siempre se hablará de un antes y un después de las Cumbres de noviembre.
Con el regreso a Buenos Aires se aproximaba también el final de un año inusual en la historia de este romance imperecedero, ya que en diciembre una nueva edición de las Jornadas Nacionales de Filosofía y Ciencia Política organizada por la Universidad local, sería el argumento ideal para el tercer reencuentro entre el periodista en ciernes y la ciudad de sus amores en el 2005.
Todas las manos todas, todas las voces todas…
La interminable secuencia de fotos con retratos de lo allí sucedido será tema de conversación durante el resto de su vida, donde aprovechará a combinar sus propias sensaciones con hechos de carácter histórico en la convulsionada y cambiante realidad latinoamericana.
La experiencia vivida estuvo enmarcada, para su suerte, en una época de regímenes democráticos y resurgimiento de gobiernos de signo progresista para la región, que se reafirmaría durante los procesos electorales desarrollados durante todo el 2006.
En ese marco la IV Cumbre de las Américas fue un alto en la política hegemónica de los EEUU y el freno al renovado impulso por poner en marcha el ALCA como prueba de ello.
Para la Argentina significó un éxito como país organizador y anfitrión, y constituyó también una inmejorable tribuna de exposición mundial para el MERCOSUR como genuina expresión de la integración regional.
Luego de este evento, los presidentes Néstor Kirchner e Inácio Lula Da Silva profundizarían sus coincidencias en un intento por recorrer una vez más la cintura cósmica del sur, como anhelaba la juventud que parafraseaba a Armando Tejada Gómez y César Isella, en ese himno musical por excelencia de los ideales revolucionarios de los ´70, conocido como Canción con todos.
De repente, y al terminar las últimas líneas de este relato, en forma casi inconsciente el autor comenzó a susurrar en tono creciente: “Todas las manos todas, todas las voces todas, toda la sangre puede ser canción en el viento, canta conmigo canta hermano americano, libera tu esperanza con un himno en la voz…”
FUENTE: Gustavo Schweitzer – www.urbanosenlared.com.ar