Una de las cosas más entrañables de España, aprende quien llega de fuera, es que todo el mundo tiene un pueblo al que volver. Un lugar que vive como propio (aunque el pueblo no sea suyo sino el origen de su padre o sus abuelos), y que define su geografía emocional, su identidad y mejor memoria.
En España Fea (Debate), una investigación que ahonda en la ignorancia urbanística que ha regido la especulación inmobiliaria del franquismo a hoy, el periodista Andrés Rubio se pregunta por qué en 1967 había catalogados más de mil “pueblos bonitos” y hoy quedan menos de cien.
Si la dictadura asoció acríticamente el cemento al progreso, muerto Franco no se delineó una política urbanística que diera voz y voto a arquitectos y artistas. La palabra “paisaje” no aparece en la Constitución de 1978 y esa ausencia es antesala del caos urbano que Rubio denuncia como “el mayor fracaso de la democracia” y sus “construgobernantes”.
Publicado en 2022, premiado en 2023 y reeditado ahora en una versión con 275 fotografías, España fea (el título es una provocación muy eficaz) recoge el guante de una preocupación persistente durante los 20 años en los que Rubio fue editor del suplemento El Viajero de El País, cuando le costaba elegir una fotografía para no mostrar lo feo, entendido como lo que violenta y destruye el paisaje original.
Mamotretos de cemento que cortan la línea de playa; construcciones ampulosas que nada tienen que ver con la arquitectura popular circundante ni se preocupan por la integración paisajística; proyectos que encarecen el suelo y densifican áreas ya muy pobladas se oponen a los buenos ejemplos, que también existen e iluminan: Girona, en Cataluña, por nombrar uno de los que se destacan o Francia, que protege con uñas y dientes su litoral marítimo.
“Este libro no aborda el tema como una cuestión estética; es un ensayo sobre justicia espacial”, definió el autor en la reciente presentación madrileña (la palabra belleza, de hecho, figura solo tres veces a lo largo de 400 páginas).
Defender el derecho al paisaje es definir el modo en que queremos habitar nuestro lugar, para crecer sin perder la escala humana. La reforma del código urbanístico de Buenos Aires establece alturas máximas para nuevos edificios e incluye un listado que protege los que por su valor patrimonial definen algo único: la identidad barrial. Es mejorable, pero avanza en el sentido correcto.
FUENTE: Raquel Garzón – www.clarin.com