Es casi imposible imaginar que detrás de la fachada de esta clásica construcción de finales del 1800 se esconde un sitio que no sólo conserva la estructura original de lo que fue -una importante residencia de época- sino que además posee toda una curiosidad: una piscina de 25 metros de largo que atraviesa el corazón de la manzana.
Se trata de Mansión Criolla, en el barrio porteño de Barracas. Desde 2018, esta casona de Piedras 1675 se alquila para eventos privados. Ahora además se podrán hacer visitas guiadas e incluso comer un asado y usar la pileta.
En rigor, la piscina se trata de un andarivel, tal como lo describe el dueño de la propiedad. Es un fanático de la natación y nada en aguas abiertas. Con 25 metros de extensión (considerada semiolímpica), esta pileta tiene el largo perfecto para entrenar.
Junto a su familia, adquirió la propiedad en 2011 y enseguida entendió que tenía entre manos un tesoro. Así es que decidieron mantener la estructura original de esta casona: no sólo la fachada, sino la sucesión de ambientes, los patios y escaleras que vinculan estan gran residencia. Por supuesto, también los revestimientos, como pisos de pinotea y de mosaicos calcáreos, azulejos y mármoles.
El eclecticismo es la particularidad en la ambientación de esta casona: “En todos los ambientes conviven la estructura original con objetos muy diversos. Algunos adquiridos en remates y otros en la casa de antigüedades de Gabriel del Campo (NdeR: un reconocido vecino y dueño de un anticuario del barrio de San Telmo, propietario además de un restaurante sobre Avenida Caseros). Pero también tenemos objetos modernos y otros tradicionales, como dos espejos gigantes de estilo peruano que la gente admira muchísimo”, contó Ode Vergos, directora comercial de Mansión Criolla, acompañando a Clarín en esta recorrida.
Los propietarios actuales le compraron la propiedad a una familia de origen norteamericana que había transformado la casa en un hotel boutique. Algunas de esas habitaciones de la planta baja, re decoradas y modernizadas, aún se conservan. Quizá a futuro podría volver a ser hotel o residencia para turistas.
A contrapelo de mucho de lo que se ve en la mayoría de los barrios de la Ciudad, donde este tipo de casas desaparecen para transformarse en edificios de escaso valor arquitectónico, el objetivo de la familia también es sostener con esta propiedad una parte de la historia del barrio. Por eso surgió la idea de hacer las visitas guiadas para recorrer la casa (la próxima será el martes 31, con un costo de $ 4.000 y con reserva previa, @mansioncriolla en Instagram).
Barracas le debe su nombre justamente a las antiguas y precarias barracas que se construyeron a fines del 1700 a orillas del Riachuelo. Tinglados y galpones que se montaban para acopiar desde cueros hasta carne y mercaderías de todo tipo. Era una zona estratégica, justamente por su salida a las aguas de Riachuelo. Faltaba mucho tiempo para que el barrio comenzara a poblarse, toda la zona conformaba las “afueras” de la Ciudad.
Con la llegada de los inmigrantes, el barrio empieza a cambiar. La primera gran migración italiana se registra en 1850 (también a otras ciudades de América). La zona comienza a poblarse de fábricas y casonas en las que convivían familias enteras. Por eso la conformación clásica de estas viviendas: una sucesión de habitaciones con patios y una cocina en común. Eran construidas además por los propios inmigrantes, muy reconocidos en este rubro. De hecho, intervinieron en la construcción de las más importantes residencias y palacios de la Ciudad, encargados por las familias más poderosas del país.
En Barracas también hubo lugar para las quintas de las familias que habían escalado socialmente. Residencias muy importantes que se arremolinaban en torno a la avenida Montes de Oca.
La epidemia de fiebre amarilla cambió la configuración de toda la zona sur de la Ciudad; las familias comenzaron a mudarse hacia los barrios del norte. Muchas casonas quedaron abandonadas.
Pero no fue el caso de los propietarios originales de Mansión Criolla (hasta el momento, desconocidos), porque la casa data de 1890, lo que indica que no le temieron a las enfermedades y aprovecharon bellamente un importante terreno de 8 metros de frente por casi 50 metros de profundo.
FUENTE: Silvia Gómez – www.clarin.com