La agricultura urbana, aunque suene a oxímoron, no lo es, y viene sonando cada vez con más intensidad. No sólo por el impulso que le imprimen los movimientos ecológicos en las grandes ciudades para reverdecerlas sino también como una vía para enfrentar la crisis alimentaria y el deterioro de las condiciones de la población urbana pobre en países en vías de desarrollo. En el contexto de la pandemia, la amenaza del Gobierno porteño de desalojar hace una semana una de las 14 huertas productivas montadas en las veredas por el colectivo Reciclador y sostenidas por los frentistas, reflotó el debate de los cultivos urbanos. El tema entrelaza, además de las cuestiones alimentarias, asuntos como el reciclado de residuos orgánicos, el reaprovechamiento del espacio urbano y la disputa por su uso, los beneficios ambientales y la integración social que promueven estos emprendimientos.
El colectivo Reciclador es una organización de huerteros urbanos que promueve la agroecología urbana y dicta talleres y capacita gratuitamente a todos aquellos interesados en aprender a generar sus propios cultivos agroecológicos, sin fertilizantes ni pesticidas, ya sea en un baldío, terraza, un galpón, un patio, un balcón o una simple ventana, con la única condición de que entre algo de luz. Una movida hecha a pulmón, sin financiamiento ni subsidios, cuya rueda gira gracias al trabajo de un gran número de voluntarios.
La historia de la organización se remonta 12 años atrás, cuando Carlos Briganti, mecánico devenido huertero, comenzó una huerta en su terraza de 60 metros cuadrados en el barrio de Chacarita, donde después terminó armando una escuelita en la que dicta talleres de ecología sustentable y enseña a hacer huertas aprovechando espacios de la ciudad. A partir de esa escuelita se conformó el colectivo Reciclador, que se consolidó el año pasado. Según contó el referente de la organización a este diario, el movimiento está “fundado en tres patas: una es “Frutas en la Ciudad”, donde germinamos paltas, nísperos y moras, y salimos a plantarlos en los espacios verdes. Otro es el “Club del compostaje”, donde enseñamos a los vecinos a compostar sus residuos orgánicos con tambores de 200 litros que pintamos e intervenimos; y la tercera es la “Acción huerta urbana”, que trascendió ahora por esta amenaza de levantamiento de la huerta “.
El año pasado, en el contexto de la pandemia, por las medidas de distanciamiento social y ante la imposibilidad de dar los cursos en lugares cerrados, decidieron sacar los talleres a la calle para seguir enseñando a producir alimentos y realizar compostaje. En Rosetti al 1000, junto a la casa que funciona como sede central en Chacarita, armaron con neumáticos intervenidos artísticamente la que se transformó en la primera de las 14 huertas comunitarias que se expandieron por diferentes veredas de la Ciudad de Buenos Aires.
“Nuestra máxima es ‘con el frentista todo sin el frentista nada'”, dijo a Página/12 Sebastián Briganti, hijo de Carlos e integrante del colectivo, quien explicó que en el caso de las huertas en las veredas se consensuó con los vecinos. “Cada frentista es responsable de su huerta, del riego, que es lo más importante, y todo el mantenimiento, la reposición de plantines, la asociación, la rotación de cultivos, es algo que vamos haciendo de a poco junto con los voluntarios de Acción huerta urbana. E involucramos al vecino para que también aprenda y después pueda hacerlo solo, sin necesidad de recurrir al grupo. Es decir, hay una instancia de aprendizaje y compromiso”. remarcó.
De qué se habla cuando se habla de huerta urbana
Según explicó a este diario Agustín Reu, economista agrario y activo miembro del Reciclador, una huerta urbana agroecológica es una herramienta que no sólo produce alimentos sino que capta residuos o pasivos ambientales como las cubiertas o tachos de pintura que se usan de maceteros, y que también aprovecha el residuo orgánico que el común de la gente desecha en la basura, como la yerba, el café, las cáscaras, etc, que son transformados en insumo para el sustrato de las huertas. “No se trata solamente de la producción de alimentos sino que también tienen una función ambiental, de reconversión de residuos en insumos y como un disparador ambiental positivo de incremento de la biodiversidad en la ciudad”, señaló.
De acuerdo al economista, dado que la Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) recomienda una ingesta entre frutas y hortalizas de 400 gramos por día por persona, qué “mejor que en un contexto de emergencia alimentaria y de crisis por la pandemia para poder acercar a la población esta idea de huerta en urbanidad, donde se aprovecha cualquier espacio donde entre luz, espacios ociosos o inertes como una terraza, un patio, terreno baldío o, ahora, las veredas, para producir estos alimentos”.
Reciclado de pasivos ambientales
Para la producción, contó Briganti hijo, utilizan cubiertas de autos que “son un pasivo ambiental, que todos sabemos que hay 18 millones de cubiertas por año en el país de las que la gente no se hace cargo. Nosotros las agarramos, las pintamos y las ponemos en función”. Y para despejar cualquier temor de contaminación sostuvo que ” hay un documento de la FAO que asegura que producir alimentos en esas cubiertas no contamina la producción”, remarcó, y advirtió que en el caso de las que están en las veredas, apiladas de a dos para que los perros no orinen sobre el alimento, e intervenidas por artistas plasticos o los mismos vecinos, no “molestan al transeúnte, ni molesta el estacionamiento de autos”.
Además de los neumáticos, reutilizan baldes de pintura de 20 litros como composteras, tachos de 10 litros, bidones y botellas de agua, todos residuos sólidos urbanos que andan dando vueltas.
La producción
Los cultivos que impulsan son diversos: hortalizas de hojas, de bulbo, de raíz, y frutas como melón, frutilla, sandía, cítricos, entre otros. “En una terraza, por metro cuadrado, entran dos cubiertas de auto, una al lado de la otra. Nuestra medida, lo que hemos llegado a tener en primavera-verano en un metro cuadrado, usando las técnicas a cama caliente, es decir, todo el tiempo rotación, siembra, trasplante y cosecha, y bien abonado el sustrato, es de entre 10 a 17 kilos por metro cuadrado al año”, explicó Reus.
“Todo lo que cultivamos, sembramos y cosechamos son frutas y verduras de estación porque nuestra producción va de la mano de la naturaleza, respetando los ciclos naturales. En primavera-verano tuvimos una alta producción de tomates, de zapallitos, pepinos y hojas verdes”, detalló Briganti hijo. En la terraza de 60 metros cuadrados, contó, tuvieron entre 400 y 500 kilos de hoja al año, una huerta en la que no faltaron acelgas, remolachas, apio, puerros, cebollas, zanahorias, papa y un sinfin de aromáticas.
Toda la acción impulsada por el Reciclador es autogestiva, tienen convenios con distintos espacios donde acopian pallets y neumáticos, y son nodo de INTA Prohuerta, el programa de políticas públicas del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria que promueve las prácticas productivas agroecológicas para el autoabastecimiento, que les provee semillas que ellos distribuyen.
Lazos comunitarios
Las huertas urbanas conjugan al menos tres ideas: el autoconsumo, la preocupación ambiental y la alimentación saludable, ya que cultivar el propio alimento genera más conciencia sobre lo que se come. Pero además las huertas funcionan como mecanismo para reconstituir y fortalecer el tejido social. Se ve en los barrios donde se pusieron en práctica las huertas en espacios públicos, ya se en la vereda, o en terrenos fiscales como las vías del ferrocarril. En este sentido, un gran desafío es poder integrar a esta red las miles de hectáreas de terrazas que hay en los edificios de la ciudad.
“Empezamos a elaborar estrategias porque entendemos que los edificios, y los consorcios, son lugares muy difíciles para instalar una huerta, no por la instalación en sí sino porque hay muy poca comunicación entre vecinos y vecinas”, advirtió Sebastián Briganti. “Ese es un punto esencial que pudimos resolver en Rosetti y en los 14 emprendimientos que hay en las veredas, donde logramos el compromiso y el pacto de conformidad de los frentistas. Los edificios son un lugar superinteresante para desarrollar esto porque son espacios que están en altura con sol y donde la producción podría abastecer a muchos de los vecinos que viven en esos edificios con alimentos de cercanía, sanos y seguros, que además integran y comunican al edificio en una práctica común”, explicó, y aseguró que con el tiempo “vamos a llegar”.
En la misma línea pero haciendo una especulación teórica, Reus, sostuvo que “en la Ciudad, sólo con los edificios de los organismos nacionales tenemos aproximadamente 1 millón de metros cuadrados. Poniendo una estimación de mínima del 25 por ciento de ese espacio destinado al cultivo, podríamos alimentar a unas 38.000 personas, que equivale a tres cuartas partes de la población de la Villa 31 y 31 bis”, remarcó, y señaló que “hay muchas experiencias internacionales que van en este mismo sentido”.
Una ley con críticas de los huerteros
En diciembre pasado, la Legislatura porteña aprobó el proyecto del oficialismo que promueve la agricultura urbana “con el fin de favorecer hábitos de nutrición saludables, cuidar el ambiente y diversificar la producción y el consumo de alimentos con métodos sostenibles a través de la participación ciudadana”.
No obstante la apelación a la intervención ciudadana, desde el colectivo dijeron que ellos junto a la red Inter-Huertas, espacio que nuclea huerteros urbanos porteños y bonaerenses, con el apoyo de la legisladora del Frente de Todos Cecilia Segura, presentaron el 27 de mayo pasado un proyecto de Sistema de huertas públicas agroecológicas que fue cajoneado.
“Presentamos el primer proyecto para regularizar la producción autoorganizada de alimentos en espacios de uso público, para no tener más hechos traumáticos como los desalojos o las roturas de las huertas que desbaratan toda una organización comunitaria y vecinal, pero no hubo posibilidad de discutirlo en las comisiones ni se generó ningún tipo de interacción”, explicó Reus. “El oficialismo dijo que tenía había un proyecto superador y lo impuso”, añadió.
La Ley 6377 aprobada define las huertas urbanas como el “espacio físico adaptado al territorio urbano con diferentes escalas y diseños, al aire libre o de interior, horizontal o vertical, destinado al cultivo de productos alimenticios”; a la huerta pública-comunitaria como aquella “desarrollada en terrenos de dominio público o privado del estado, con un fin socio-ambiental e impacto positivo en la comunidad”. Y la huerta privada urbana la que es “desarrollada por personas humanas o jurídicas de carácter privado en terrenos de ese mismo carácter”.
Entre los objetivos fijados figuran: “promover formas alternativas de consumo y producción de alimentos que generen menor impacto en el ambiente”; fomentar “la práctica de compostaje, como un método para reducir la cantidad de residuos enviados a disposición final”; “incentivar la construcción de conocimientos colectivos que, con un enfoque interdisciplinario y transversal, recuperen los saberes tradicionales sobre la agricultura urbana”; promocionar “nuevas tecnologías y soportes de agricultura para contextos urbanos y “la participación ciudadana mediante programas de voluntariado y capacitación teórico-práctica en agricultura urbana; entre otros.
“Es un proyecto donde las intenciones eran correctas pero con la gran salvedad, y por eso no lo acompañamos, de que deja abierta la puerta para la utilización de terrenos públicos con fin de lucro privado”, explicó Reus, en referencia al artículo 7, que establece en el caso de la Huerta pública-comunitaria que “toda persona humana o jurídica de carácter público o privado puede solicitar permiso de uso de espacios en los terrenos aptos incluidos en la nómina del artículo 6°, para desarrollar una huerta pública-comunitaria”. No obstante, el economista remarcó que “se logró instalar la discusión y poner en agenda el tema de la agricultura urbana”.
Conflicto abierto y resistencia frentista
La situación de la huerta con 80 maceteros alineados junto al cordón de la vereda en Rosetti al 1000, que el Gobierno porteño amenazó con levantar, aún mantiene en alerta a los vecinos y vecinas que participan activamente de su mantenimiento. Carlos Briganti explicó que “tras el apoyo de los medios, de los vecinos y distintos colectivos, el Gobierno prometió no levantar las cubiertas por ahora y pautó una reunión para esta semana, en la que vamos a ver qué pasa. Gracias a esta huerta que nació en pandemia, muchos vecinos han podido sobrevivir al encierro y no estamos dispuestos a dejar este espacio. Por ahora la huerta se queda”
FUENTE: Nicolás Romero – www.pagina12.com.ar