Este artículo fue publicado originalmente por Sobre La Tierra – Área de Divulgación Científica y Tecnológica en Agronomía y Ambiente
El asfalto quema durante las olas de calor en la ciudad y los parques y plazas pueden ser un refugio, ya que su vegetación atenúa las temperaturas elevadas. Un estudio de la Facultad de Agronomía de la UBA (FAUBA) en CABA registró, en un mismo momento durante el mes de febrero de 2020, temperaturas tan distintas como 19 °C en el norte de la ciudad y 42 °C en el sur, y señaló que la superficie vegetada es la responsable principal de esta gran amplitud. Además, indicó que gran parte de la ciudad tiene espacios vegetados escasos y pequeños, y que su distribución entre los distintos barrios se relaciona con factores socioeconómicos.
“Las ciudades suelen tener temperaturas más elevadas que sus entornos rurales. Este fenómeno se conoce como efecto ‘isla urbana de calor’ y se da por diferentes causas. Una es la falta de vegetación urbana, ya que, entre otros beneficios, las áreas verdes disminuyen la temperatura del aire. El problema es que en lugar de espacios vegetados se colocan grandes superficies impermeables, como concreto y asfalto, que retienen más calor y lo liberan a lo largo del día y la noche”, explicó Paula Galansino a partir de su tesis de grado para la Licenciatura en Ciencias Ambientales (LiCiA) de la FAUBA.
“El efecto isla de calor ocurre en distintas ciudades argentinas, y en mi tesis quise observarlo dentro de la Ciudad de Buenos Aires. Por un lado, analicé si el fenómeno es igual de intenso en las diferentes zonas de la ciudad; por otro, cómo se distribuye la vegetación urbana. Además, estudié si existe una relación entre ambas propiedades, o sea, si la vegetación regula la temperatura dentro de la ciudad. Con estas ideas en mente revisé imágenes satelitales de todos los veranos entre el 2015 y el 2020”, contó Galansino, cuyo estudio dirigió María Semmartin, docente de la cátedra de Ecología de la FAUBA.
Galansino seleccionó la imagen del mediodía del 3 de febrero del 2020 y encontró que la diferencia entre la temperatura mínima y la máxima dentro de CABA superó los 20 °C. “En ese momento, la temperatura superficial promedio de la ciudad —que tiene un vínculo estrecho con la temperatura del aire— fue casi de 36 grados. Lo curioso es que mientras en algunos lugares la temperatura era 19 grados, en otros era 42. A grandes rasgos, las temperaturas más bajas se registraron en el norte de la ciudad, y las más altas, en el sur”. ¿A qué se debió tal diferencia?
Gris, gris y verde porteño
“La temperatura fue menor en las zonas de la ciudad con mayor área vegetada”, remarcó Paula, y agregó: “Lo medimos a través del índice de vegetación normalizado —también conocido como IVN—, que se calcula a partir de información satelital y que brinda indicios sobre qué tipo de cobertura puede tener una superficie determinada. Si el IVN es 0, eso indica un suelo desnudo o con cemento o con asfalto, mientras que valores cercanos a 1 sugieren que el suelo tiene vegetación. Mis resultados mostraron que a partir de una cierta proporción de área vegetada —para ser exacta, un IVN de 0,4—, si se aumenta esa superficie verde, la temperatura superficial disminuye”.
Como parte de su trabajo, Galansino determinó que la mayor parte de CABA tiene áreas vegetadas escasas y reducidas, que no logran aliviar las altas temperaturas. “Dividí la ciudad en cuatro unidades. Las 1 y 2 agrupan el centro y el sur, representan el 80% de la ciudad y mostraron valores de IVN menores a 0,2, tienen la menor superficie ocupada por vegetación, de un 12.5% y un 20.1% respectivamente, y el menor área promedio de parche vegetado, de 900 metros cuadrados. Las 3 y 4 incluyen espacios verdes extensos del norte de la ciudad como los bosques de Palermo y también los grandes parques y reservas del sur. Abarcan casi el 20% de CABA, tienen más del 45% de su superficie vegetada y valores de IVN mayores a 0,4”.
La ciudad desde las necesidades
Paula Galansino afirmó que en muchas ciudades del mundo, el acceso a espacios verdes se vincula al nivel de ingresos, y que esta tendencia también se da en CABA. “Encontré que los barrios con mayor porcentaje de hogares con necesidades básicas insatisfechas, principalmente en el centro-sur de la ciudad, tienen la menor cantidad de superficie vegetada y sufren temperaturas más altas. Para obtener estos resultados consulté el índice de necesidades básicas insatisfechas del INDEC, que da información sobre las características de los hogares, como su acceso a servicios básicos como agua, luz y cloacas, y sobre sus habitantes, como las actividades que desempeñan, entre otras cuestiones”.
Las olas de calor tienen consecuencias comunes sobre los habitantes de la ciudad, pero no afectan a todos por igual. “Las temperaturas elevadas pueden causar problemas de salud. Las personas aumentan el consumo energético para refrigerar o para ventilar sus hogares, y esto tiene dos aristas. Primero, que la sobredemanda de electricidad produce cortes de luz, y segundo, que los aparatos eléctricos o los valores de las facturas no son accesibles a todo el mundo”, sostuvo la licenciada.
“Por otro lado, aumenta la posibilidad de transmisión de enfermedades, ya que el calor favorece el desarrollo de los animales o los insectos que las transmiten. El mosquito que transmite el virus del dengue, el Aedes aegypti, es un ejemplo clarísimo. Se sabe que hay más dengue en el sur de la ciudad, donde las temperaturas son más altas”, advirtió.
Ecología urbana
Para Galansino, los recursos que tiene la gestión son limitados y se deberían destinar hacia las zonas de la ciudad que están expuestas a mayores temperaturas y tienen menor acceso a parques y plazas. “Hay que pensar en el futuro y agregar vegetación que atenúe los picos de calor en esos lugares y al mismo tiempo se deben tomar medidas urgentes para mejorar las condiciones de las personas que allí viven, como, por ejemplo, asistencia para refrigerar sus hogares o reforzar la atención médica cuando hay olas de calor”.
“La cuestión de los espacios verdes es compleja. Hay que tener en cuenta que al colocar plazas en una zona también aumenta el precio de las viviendas y de los alquileres, y este cambio puede desplazar a los y las vecinas que viven allí”, reflexionó Paula. “A nivel global, las poblaciones son cada vez más urbanas. En nuestro país, más del 90% de las personas vivimos en ciudades. Hay mucho para pensar para que las ciudades garanticen una buena calidad de vida para todas las personas que vivimos en ella y no solo para algunas”.
Para cerrar, Semmartin, investigadora de la FAUBA y ex directora de la LiCiA, se refirió a la investigación en ecología urbana en el contexto del cambio climático. “Estudiar la ciudad desde el punto de vista de la ecología requiere profundizar en temas como el clima, el suelo y el agua. Desde FAUBA sabemos solucionar problemáticas de ámbitos rurales y podemos perfectamente hacer lo mismo en ambientes urbanos. Hoy en día, el cambio climático nos obliga a pensar y diseñar las mejores soluciones basadas en traer la vegetación y la naturaleza a los sistemas urbanos. El trabajo de Paula deja abiertas un montón de preguntas y de líneas para investigar”.
FUENTE: Sebastián Tamashiro – www.tiempoar.com.ar