La sede de la Biblioteca Nacional de Recoleta es un ejemplo clave, quizá el más popular, de diseño brutalista. Brutalismo, la palabra, viene del término francés béton brut (hormigón crudo), que difundió -como pocos- Le Corbusier.
Fue construida a partir de un proyecto de Clorindo Testa y de sus colegas Francisco Bullrich y Alicia Cazzaniga, tras ganar un concurso nacional en 1961. Y se demoró tres décadas terminarla.
Testa contó que la idea fue ubicar los depósitos de libros bajo tierra para dejar lugar a la plaza que el Estado quiso ubicar en la superficie. Además, así se protegería a los libros de la luz y se podría expandir ese espacio sin necesidad de cerrar el lugar al público. Sin el peso del depósito, el resto de la biblioteca fue elevado y sostenido por gruesas columnas. Las “patas” del “cuadrúpedo”, según el propio Testa.
Antes que por armoniosos y previsibles, antes que por la típica pasta para convertirse en clásicos -aunque ya lo son-, este y otros edificios brutalistas seducen al incomodar, con su exhibición de juegos geométricos y de materiales -de acero a piedras- poco suntuosos.
FUENTE: Judith Savloff – www.clarin.com