Hace más de 100 años, en avenida Córdoba y Callao existía un mercado callejero en el que unos 400 puesteros vendían frutas, verduras, carne y otros productos. En 1966 los puesteros se mudaron al flamante Mercado de San Nicolás (ubicado en Córdoba 1750), que arrancó con 135 locales.
Durante décadas, los vecinos fueron allí a hacer sus compras, mientras muchos hijos de los comerciantes se conocían y formaban nuevas familias. Pero el paso del tiempo, la falta de mantenimiento y el cambio en la forma de comprar, con la apertura de supermercados en la zona, hizo que el mercado entrara al siglo XXI en una decadencia que parecía terminal. En 2018 sólo quedaban once comerciantes.
Pero el plan del gobierno porteño de revitalizar los mercados barriales y la vuelta a la tradición de comprar en negocios pequeños en lugar de en grandes cadenas le están dando una nueva chance al lugar, que luce completamente renovado tras una inversión de 16 millones de pesos. Las obras incluyeron la refacción de techos y estructuras metálicas, la construcción de nuevos sanitarios, pisos, revestimientos e instalaciones de gas, agua y electricidad.
De los viejos locales quedaron nueve: una frutería y verdulería, una fiambrería, una pescadería, una quesería, una rotisería, un kiosco, dos carnicerías y dos pollerías. También había una costurera, que puso una dietética, y una señora que tenía tapicería que también va a reconvertir su negocio.
Además, se instalaron siete nuevos locales gastronómicos, como Hell’s Pizza, La Dorita, Tostado, la hamburguesería Joe’s y la heladería Ice Roll, buscando atraer público joven de las universidades cercanas. La idea es que la gente además de comprar se quede a comer o a tomar un café o una cerveza en el nuevo patio de comidas, que tiene capacidad para 100 personas.
La fotógrafa Andrea Knight y su hija Maite Santos toman una café sentadas mientras Miranda, la hija de Maite, corre entre las mesas. “Vinimos porque había tanta gente en la calle que entramos a sentarnos un rato. Igual conozco la feria desde cuando era chica: vivía por acá y veníamos a comprar”, asegura Andrea, que dice que el lugar “está bueno” y el café, “rico”. Además, promete traer a su mamá, María Elena, con quien venía hace años.
Otro detalle innovador es que el mercado cuenta tras la renovación con un espacio de coworking en el primer piso y una estación saludable para difundir buenos hábitos nutricionales y asesorar en las compras. Rocío Narbón es licenciada en Nutrición y está a cargo de la estación saludable. Dice que a los vecinos les da recetas e ideas de menúes y les enseña a leer los rótulos de los paquetes. “Les explicamos las gráficas de alimentación saludable, para que coman con menos sal y azúcar”, asegura la profesional. Sobre la presencia en el mercado de lugares de comida no tan saludable, Narbón aclara: “Les digo que coman con moderación, que una vez por semana no hay problema, con control en cantidad y frecuencia; hay que alimentarse adecuadamente y hacer ejercicio”.
Rosa Mocorrea, coordinadora de arquitectura de la subsecretaría de Bienestar Ciudadano, estuvo a cargo de la obra y dice que la complejidad fue que el mercado nunca cerró durante su renovación. “El plan original era cerrarlo, pero con la situación económica del país se decidió no hacerlo. La obra se realizó con nueve locales funcionando”, afirma la funcionaria, que dice que en las últimas dos semanas ya se veía cómo iba a quedar y empezó inmediatamente a incorporarse otro tipo de público: “El cambio fue abrupto, empezó a venir más gente y recién está arrancando”, asegura.
Clásicos y modernos
Quizás el cambio más fuerte es el de Celia Pinto, quien tuvo un taller de costura por 25 años en el mercado y tuvo que reconvertirse. Celia, que llegó de Bolivia cuando tenía 8 años, cuenta que con su taller le fue muy bien: “Con eso crié a mis hijos y me compré la casa”. El gobierno porteño le pidió cambiar porque el mercado debía ser 100% gastronómico y ella eligió una dietética.
“Cocinar no sé y panadería tampoco podía porque estoy sola. Me está yendo más o menos, pero inauguramos recién. Tengo fe en que va a repuntar. Aparte entra mucha gente nueva y este tipo de productos están de moda entre los jóvenes. Tengo entusiasmo. Me encanta cómo quedó el mercado, estoy feliz. Antes daba vergüenza. Mis clientas me decían que venían por mí, por la costura, pero era un desastre el olor. Ahora está más limpio, estamos muy contentos”, cuenta con una sonrisa.
Las historias de los puesteros con el mercado se remontan a décadas atrás. Luis Gómez es carnicero y está en el lugar desde hace 53 años. Su mujer tenía un puesto de aves y ahora trabaja con su yerno. “Entré cuando el mercado estaba afuera en el 64. El cambio es muy bueno para nosotros y para el barrio, hoy parece un shopping”, remarca.
“El problema era que nos íbamos quedando en el tiempo ediliciamente y costaba mucho recuperar esto. Se nota que entra más gente y están contentos. Está muy prolijo y encuentran de todo. También se nota en la facturación, que repuntó”, dice el puestero.
Otra histórica del lugar es Andrea, quien tiene una rotisería desde los 80. Su papá también tenía un puesto de verduras cuando el mercado estaba en la calle, aunque luego se pasó a artículos de almacén. Su familia vivió la época de oro de los mercados, cuando no existían los supermercados. A su esposo, Raúl, lo conoció en el mercado, ya que los padres de él tenían un local de artículos de limpieza.
Andrea vende, con la ayuda de sus tres hijas y tres empleados, milanesas, supremas, pollo al horno, guiso de lentejas, ensaladas y empanadas, entre muchos otros platos. “El cambio me parece buenísimo, estoy muy contenta, si no venía este cambio iba a ser muy difícil continuar, era terrorífico, el mercado estaba muy deteriorado. Ahora entra más gente y cambió el público. Ya se nota en la facturación, a pesar de que no estoy al 100%”, coincide.
Pero no todo es clásico en el mercado. En una isla en el centro del lugar, Iván Zuvi y su socia Florencia hacen helado tipo tailandés, a la plancha, en su local, Ice Roll, que también está en el Patio de los Lecheros, en Caballito. Ellos ganaron un concurso del gobierno de la Ciudad que les permitió acceder al puesto. “Ya vino un montón de gente que nos conoce por las redes sociales. Para mí el lugar este quedó genial. Vine cuando no estaba arreglado y daba miedo”, relata Iván.
De todas formas, lo que más llama la atención es la larga cola para comprar en la frutería Franco, que luce muy ordenada y con buenos precios, a la entrada del mercado. “Yo venía cuando estaba viejo y ahora vengo y es una maravilla, la renovación fue muy buena, lo han arreglado muy bien y los precios son muy convenientes”, asegura la jubilada Chela, que apoyada en un bastón y con su clásico chango de compras, tiene décadas de batallar contra la inflación.
FUENTE: Víctor Pombinho Soares – www.lanacion.com.ar