Los estantes de la ex Biblioteca Nacional volverán a estar repletos de libros. El público podrá sentarse a leer bajo su cúpula vidriada o recorrer el primer piso, donde el escritor Jorge Luis Borges tuvo su despacho cuando fue su director, el más célebre de la historia. El edificio del barrio de San Telmo, una joya de la arquitectura porteña declarada monumento histórico nacional, es tan bello que incluso Borges quiso quedarse a vivir allí. Sin embargo, con el transcurso del tiempo quedó abandonado. Ahora, para evitar un mayor deterioro, será puesto finalmente en valor con una inversión de $ 50 millones, adelantó a LA NACION el director de la Biblioteca Nacional, Alberto Manguel.
Las obras empezarán en agosto de este año y comprenderán un plan de recuperación integral del palacio estilo Beaux-Arts de la calle México 564, cuyo aspecto remite a una iglesia o a un templo, creado por el arquitecto italiano Carlos Morra, marqués de Monterocheta, a fines del siglo XIX. Si bien en el año 2015 se había anunciado la restauración de un sector del primer piso, se avanzó poco con el proyecto. Hay grietas en las paredes, humedades, daños en los pisos de madera y cerámica, los estucos perdieron brillo y una media sombra negra cuelga del techo para contener la caída de mampostería.
Entre los elementos de valor patrimonial se destacan las farolas de la entrada, la escalera de bronce, los mármoles y la gran cantidad de vitrales por los que se filtra la luz exterior en las cuatro plantas. Especialmente, en la sala de lectura de la planta baja, llamada Sala Williams, donde un vitraux barcelonés, que representa una noche estrellada y que alumbró a miles de lectores durante la primera mitad del siglo XX, se esconde tras una lona.
Morrá -autor, además, de más de una veintena de escuelas emblemáticas de la ciudad, entre ellas, la Presidente Roca, a metros del Teatro Colón, y del ex Hotel Palace, en el microcentro- supo darle rasgos únicos de modernidad a la obra: aún se aprecia el sistema de relojería, uno de los más avanzados de su época, con un cable utilizado para poner en hora todos los relojes del edificio.
La mudanza de la institución, que empezó en 1992, aceleró el deterioro. No se le destinó dinero para conservar la construcción y empezaron a funcionar en el lugar compañías de danza y música, para las que se acondicionaron algunas salas y se instaló un piano. Los salones de la ex Biblioteca son lugar de discordia entre distintos elencos: la Banda Sinfónica Nacional de Ciegos, el Ballet Folklórico Nacional y la Compañía Nacional de Danza Contemporánea. Ante la falta de un lugar propio, tuvieron que acomodarse como pudieron en un sitio originalmente destinado a los libros, cuyas delicadas paredes parecen soportar cada vez menos las vibraciones constantes del sonido.
“Los dos cuerpos de danza continuarán funcionando en el edificio, mientas que la Banda de Ciegos será trasladada a Sánchez de Bustamante 75, una vez concluidas las obras de acustización de ese inmueble”, informó el Ministerio Cultura de la Nación.
La sala principal
Durante la restauración, uno de los lugares que demandará mayor inversión es la sala principal de lectura de la planta baja, llamada Sala Williams, donde aún se conservan las estanterías, vacías, con carteles que anuncian “Hipócrates”, “Cervantes” o “Derecho”. También se acondicionará un depósito y en el primer piso se acondicionará la Sala Borges, el llamado Tesoro y el Depósito de Libros. Según Manguel, la recuperación de estos salones y del resto del edificio durará al menos un año y medio. “El monto de la inversión surge de lo estipulado en el presupuesto nacional para 2018. Las nuevas obras exceden el proyecto anterior, que sólo alcanzaba las salas históricas del primer piso”, aclaró.
En ellas, contiguas con vista a la calle, funcionaban las oficinas del director; Borges ocupó ese puesto entre 1955 y 1973. El segundo piso estaba destinado a la vivienda de quien presidiera la institución. Allí habitaron Paul Groussac y Gustavo Martínez Zuviría. “A Borges le gustaba tanto que quiso venir a vivir acá. Pero su madre, Leonor Acevedo, le dijo que no, que se sentía anciana como para mudarse”, contó Laura Rosato, una de las encargadas de la preparación del Centro de Estudios y Documentación Jorge Luis Borges, que funcionará en las salas una vez terminadas. Si bien este sector empezó a ser restaurado con el impulso de la gestión anterior, falta terminar de recuperar la vieja sala de reuniones, con su boiserie de lujo, su chimenea, un empapelado con palmeras y el cuadro del holandés lector.
Rosato trabaja junto al especialista Germán Álvarez en la reconstrucción de la “Galaxia Borgeana”, una biblioteca ideal, una compilación de libros leídos por el escritor, diseminados por diferentes lugares, en los que dejó anotaciones, marcas y subrayados. “Una vez acondicionadas las estanterías, estos libros serán trasladados desde la actual sede de la calle Agüero. También los de la biblioteca personal de Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares, recuperados gracias a donaciones”, adelantaron los expertos.
La primera sede de la Biblioteca fue un departamento de la Manzana de las Luces. La segunda fue la de la calle México, originalmente pensada para albergar a la Lotería Nacional; por eso la escalera de mármol aún conserva el pasamanos decorado con los bolilleros de bronce.
Cuando estaban a punto de inaugurar allí la Lotería, Groussac, por ese entonces director de la Biblioteca, envió una carta al presidente Julio A. Roca en la que argumentó que si un edificio tan elegante se usaba como sede de la Lotería, poco promisorio sería el futuro de un país donde, por otro lado, los libros se arrumbaban en un pequeño espacio. Roca accedió y el flamante palacio pasó a ser, en 1901, sede de la Biblioteca Nacional. Años después, la construcción también empezó a quedar chica para la biblioteca. En 1960 se realizó un concurso para el proyecto de Agüero, ganado por Clorindo Testa, pero recién inaugurado en 1992.
Un tesoro en el subsuelo de la calle México
En el subsuelo del edificio de la calle México al 500, ex sede de la Biblioteca Nacional, una antigua impresora de 1901, llamada Minerva, se niega terminar sus días siendo una simple pieza de museo.
Al fondo del pasillo, luego de descender por una pequeña escalera y atravesar sillas arrumbadas, escritorios patas arriba, libros y materiales imposibles de clasificar, Alberto Fortunato imprime en la Minerva algunos programas de los 200 espectáculos de música o danza que tienen lugar anualmente en el edificio. La Minerva es una máquina tipográfica alemana de pequeñas dimensiones, utilizada desde fines del siglo XIX. Este tipo de impresora fue la más popular hasta que aparecieron las primeras prensas cilíndricas, a mediados del siglo XX, en las que el papel se coloca sobre un cilindro que ejerce la presión sobre el molde, y permite mayor rapidez y tamaño.
“Cuando llegamos aquí, hace 16 años, la imprenta no estaba funcionando. Se veía cubierta de tierra y mampostería. Me contrataron para recuperarla y hoy está en movimiento con todas sus piezas originales, de época, y en perfecto estado”, asegura con orgullo Fortunato.
Si bien la Minerva es una joya de singulares características, este no es el único elemento de valor patrimonial con el que cuenta el subsuelo. También hay una máquina de linotipo, otra impresora americana de 1920 y una guillotina manual de 1901. “El objetivo es que todo esto continúe funcionando”, dice el imprentero mientras coloca papel sobre el cilindro.
FUENTE: La Nación