Si algo se nos hizo hábito en esta cuarentena es leer y releer voces, en su mayoría serias, expertas y bien intencionadas, sobre como enfrentaremos el día después.
Habiendo tenido la experiencia inestimable de conocer y evaluar como jurado los trabajos presentados en la Convocatoria SCA CPAU de Arquitectura Argentina Solidaria, me resultó inevitable cuestionarme que es lo que venimos impulsando como pertinente y valioso en la arquitectura que hacemos y vivimos.
O sea, me pregunté ¿Dónde está lo importante? ¿Está en la originalidad, el alarde, la excepcionalidad de las ideas brillantes, el discurso inevitable de la sustentabilidad certificada, el curioso mérito de la genialidad?
La respuesta de los casi 70 trabajos recibidos en la Convocatoria demuestran que hay otros valores en los colegas que se sumergen en procesos donde la voz del bien común exige ser escuchada con oficio, mesura, sensatez, coraje, innovación y aguda sensibilidad. Trabajos en los que es respetablemente secundario medir la potencia de las imágenes y prioritario valorar el conocimiento volcado en la solución eficaz de los mínimos básicos necesarios y obligarse a evitar lo superfluo y redundante.
Norberto Chaves, en una charla de hace unos años en la Universidad de La Matanza, mencionaba el horror a la obviedad de muchos diseñadores formados en el desprecio por lo obvio en el afán recurrente de dar con una solución original a cada paso.
El desafío excepcional de esta pandemia histórica nos pone en la emergencia de reconocer que este problema era acuciante desde el día antes de la cuarentena.
Hay quien dijo “no volveremos a la normalidad porque la normalidad era el problema”, y así es. Hace tiempo que el fiel de la balanza se inclina equivocadamente a favor del mérito en lo innecesario, dejo de ser importante lo simplemente útil, y nos distraemos en un universo de extravagancias útiles para pocos y entendidos.
Se afirma que los arquitectos argentinos tenemos mucho oficio pero nos falta vuelo ¿Qué vuelo es ese y adonde lleva? Con quién nos comparamos y qué esperamos, ese es un interrogante, más que nada, para los que enseñan lo nuestro. Cuál es el alarde necesario, el del grito estridente o el del argumento compresivo que tantos maestros supieron encontrar.
Enfrentaremos, desde ahora, exigencias que ya eran obvias el día antes y no veíamos con tanta claridad como estaremos obligados a ver ahora. Hace tiempo sabemos que el agobiado medio ambiente, la injusticia social y la exclusión deben ser los vectores del corrimiento hacia adelante del perímetro de la arquitectura. Una arquitectura sana que encontraremos en esta urgencia que nos impone la realidad de poder estar enfermos.
Cambiarán mucha verdades y habrá mucha resistencia para que todo vuelva a ser igual, conducidos por una sociedad global guiada por un mega consumo suicida, como explicó con claridad Ernest Schumacher hace cincuenta años en su texto “Lo pequeño es hermoso” demostrando que una economía saludable es posible.
Retomando el ejemplo de esta arquitectura con poca vidriera y escaso poder de comunicación que hemos valorado en esta convocatoria y que ahora debemos profundizar, hemos comenzado a entender que hay otra agenda y no podemos eludir su construcción. Las formas de redacción de esa hoja de ruta comenzará por ser conscientes de algo que sabíamos y quizás no veíamos con la claridad suficiente. Ahora debemos encontrar instrumentos.
De allí que ese vuelo que nos reclaman debe ser bajo como el de un planeador, sin motor, como de ave, atenta al viento y las turbulencias. Poder responder al dia después con la certeza que el dia antes ya teníamos todos los indicadores de que esto iba para mal.
Muchas arquitectas y arquitectos argentinos mostraron lo que hacen en esta dirección y muchísimos más lo están haciendo aunque no los conocemos todavía, ese camino debe ser recorrido en nuestro país y en la región latinoamericana con certidumbre y firmeza. Sin perder la alegría que empuja nuestra profesión, en el espacio que cada uno pueda desarrollar, ser conscientes es necesario y poco suficiente, pero es inevitable.
FUENTE: Emilio Rivoira – www.clarin.com