La pandemia de Covid-19 puso de manifiesto muchos problemas de la vida cotidiana. Y se empezó a manifestar en la percepción de que mucha gente estaría dispuesta a abandonar la Ciudad o sus inmediaciones -el paquidermo AMBA- para instalarse en alguno de los miles de pueblos desperdigados por el inmenso interior de la Argentina.
Ese imaginario romantizado (el interior como lugar de reencuentro con la naturaleza) está montado sobre hechos “evidentemente objetivos”, según explica el politólogo Alejandro Casalis, especialista en políticas públicas para la inclusión social: ”La vida en las grandes ciudades es una vida difícil, de insatisfacción, de mucha exigencia. Es una vida donde los valores, la familia, los vínculos se deterioran o no se pueden construir sólidamente por estar corriendo detrás de las exigencias económicas, laborales y el desgaste que implica la vida en las grandes ciudades”, asegura a Diario Z.
¿En qué se basa esta idea de que la gente quiere irse de la gran ciudad?
No hay datos objetivos para fundamentar esta percepción, pero podemos reflexionar sobre dos planos. Objetivamente, en los últimos 10-15 años lo que se viene experimentando es un deterioro en la calidad de vida de sectores medios y bajos de las grandes ciudades. Los sectores populares tienen problemas en el acceso a la vivienda, al transporte público con el que se recorren grandes distancias para ir al trabajo y los bajos ingresos asociados a esas actividades. Los sectores medios, en el marco de procesos inflacionarios, vieron deteriorado su ingreso y perdieron acceso a bienes y servicios, sobre todo a la vivienda, incluso a sostener el alquiler. Eso ha generado una presión sobre la tierra y una necesidad de buscar otros lugares de radicación, en barrios alejados de la Ciudad o en partidos del conurbano. Esto, a su vez, empeora las condiciones de viaje, por la mala calidad del transporte. Hay una razón de carácter económica, material y de condiciones de vida. Esto, objetivamente, ocurre.
¿Y subjetivamente?
Observamos un proceso de aceleración de los tiempos, una sensación de que la vida en las grandes ciudades se hace más pesada y difícil. Adquirió tanta velocidad que es una vorágine que excede las posibilidades humanas de realización. Las grandes ciudades, en la Argentina y en América latina, están adquiriendo una dimensión que no es vivible, han perdido escala humana. Entonces todo se hace mucho más difícil. Ahí es cuando aparece esta idea muy instalada, desde hace mucho tiempo y basada en una construcción de varios siglos, de la vuelta a la naturaleza como un lugar romántico y de realización. Algo que la modernidad se encargó de revertir, con la emergencia de la ciudad como el lugar de las posibilidades del desarrollo, la innovación, la posibilidad de construir una vida y un futuro.
¿Es un ideal que se rompió?
Me parece que en los últimos 30 años, la calidad de vida ha empeorado. Entonces emergen esas visiones más románticas, en el sentido más preciso del término, que llevan a reinstalar la imagen de la naturaleza como el lugar de refugio, preservación, recogimiento e introspección. Esta idea se refuerza con una cuestión objetiva y real: efectivamente la vida en las grandes ciudades es una vida de insatisfacción, de mucha exigencia. Es una vida donde algunos aspectos como los valores, la familia, los vínculos se deterioran o no se pueden construir sólidamente por el hecho de estar corriendo detrás de las exigencias económicas, laborales y el desgaste que implica la vida en las grandes ciudades.
¿Es posible revertir ese deterioro?
Hay que poner en agenda esta problemática, no tanto para reafirmar la inevitabilidad del éxodo -enhorabuena aquellos que lo pueden hacer-, sino para remarcar la necesidad de revertir las malas condiciones de vida. La pregunta es cómo hacemos más habitables, amigables, más vivibles a las grandes ciudades. Cómo disminuimos la carga para sectores medios y bajos, cómo instalar una agenda de desarrollo sustentable, de hábitat, de trabajo, de política del cuidado, de mejora en las condiciones de transporte, acceso a la tierra y a la vivienda. Son las nuevas condiciones de política pública para hacer menos pesada la vida en las ciudades. Si esta percepción de un imaginario de un éxodo de las grandes ciudades nos va a dejar algo, tiene que ser la invitación a proponer, pensar y aplicar políticas públicas que contrarresten las malas condiciones de vida.
¿Qué se necesita para plantear esa cuestión?
Una mirada integral sobre el desarrollo, sobre la gestión de las grandes ciudades, y la vida allí poniendo como eje el desarrollo de las personas. Tiene que haber articulación de políticas públicas en todo nivel: nacional, provincial, municipal, pero también multiactoral (público-privada-sociedad civil). Y tener una concepción amplia, con eje en la sustentabilidad, en la disminución de las desigualdades, la creación de puestos de trabajo, en la satisfacción de las necesidades.
¿Es necesario frenar las migraciones internas?
Es otro punto a marcar: la necesidad de potenciar a las pequeñas ciudades, mejorar sus condiciones, justamente para evitar el éxodo hacia los grandes centros urbanos. Hacer atractivas a esas ciudades intermedias, también, para que alguien que decide mudarse allí tenga las posibilidades de desarrollarse.
FUENTE: Franco Spinetta – diarioz.com.ar