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Home Medio Ambiente

Los Thays, cinco generaciones marcadas por el amor al paisajismo

22 enero, 2020
in Medio Ambiente
Los Thays, cinco generaciones marcadas por el amor al paisajismo

Sentada en un banco de su jardín, tupido y sombreado, Candela, de 23 años, recuerda sus primeros años en la Facultad de Agronomía. “Cada vez que entraba a una clase y me decían «Ah, ¡Sos Thays!» me ponía muy incómoda y sentía la presión de tener que ser la mejor”, cuenta. Cargar con el apellido más importante del paisajismo argentino no es fácil, y menos para una estudiante de esa carrera.

Candela Thays es la quinta generación de su familia en dedicarse a esta profesión. Todas la han ejercido desde 1891, cuando su tatarabuelo, el paisajista Charles Thays, se instaló en el país. El primero de la dinastía fue el autor del Jardín Botánico, del Parque Tres de Febrero (Bosques de Palermo) y la Plaza del Congreso, entre otros. También se le atribuye la plantación de los jacarandás y las tipas, dos especies autóctonas que hoy embellecen las avenidas porteñas.

El oficio de Charles fue seguido por su hijo (Carlos León), su nieto (Carlos Julio), sus bisnietos (Carlos, Angélica e Isabel) y su tataranieta (Candela, hija de Carlos). La pasión por los árboles y el paisaje autóctono se transmitió de padres a hijos. De esta manera, los Thays lograron extenderse en el paisajismo nacional durante los últimos 128 años.

“Creo que hay una parte mía que admiraba a mi padre y a su vínculo con la tierra. Él estaba mucho en el jardín, lo trabajaba, lo cambiaba -dice el bisnieto Carlos Thays, de 60 años-. Uno va recogiendo todo eso. No te preguntás cómo sucede, pero ves que sucede. Y un día te encontrás haciendo lo mismo que él”. De los siete hermanos, él y dos más, Angélica e Isabel, se dedicaron al diseño del paisaje. “A ellas dos, que querían ser paisajistas desde chicas, mi padre les cedía sectores del jardín para que armaran sus canteros. Yo lo decidí más de grande”, cuenta.

“Tengo la sensación de que, aunque no hubiera nacido en esta familia, estaría estudiando lo mismo -dice Candela en el jardín de su casa, en el bajo de San Isidro-. Me crie acá, con el río cerca y las plantas. Hay algo de crecer en un ambiente así que te hace absorberlo”. Ella es la única de sus hermanos que decidió seguir con el legado.

Aprender la profesión

A pesar de que durante los primeros años de su carrera, Licenciatura en Planificación y Diseño del Paisaje, sintió la presión de llevar su apellido por los pasillos de la facultad, con el tiempo se acostumbró y aprendió a sacarle provecho al asunto. El año pasado, por ejemplo, hizo una monografía sobre su tatarabuelo. “Tenía todo el material a mi disposición y eso estuvo bueno, porque me permitió investigar muchísimo”, cuenta.

El aprendizaje sobre la profesión, que se transmitió de generación en generación durante más de un siglo, dejó impregnado en todos una marca familiar que, sin embargo, no esconde las diferencias en el estilo de cada uno. Durante sus primeros años como paisajistas, los tres hermanos, Carlos, Isabel y Angélica, trabajaron en conjunto con su padre, Carlos Julio.

“Él era un gran maestro, un libro abierto”, dice Angélica por teléfono desde La Angostura. Aterrizó ahí proveniente de Esquel, en donde diseñó lagunas de agua de río para un campo. “Papá se emocionaba con el brote de una flor; observaba con detenimiento cómo se movía una planta con el viento. Nos enseñaba a admirar la perfección de toda planta, sea cual fuere”, dice. Con el tiempo, los tres hermanos comenzaron a trabajar cada uno por su cuenta. Para Carlos, este salto a la independencia era necesario: se le hacía difícil diseñar un espacio junto a su padre porque solían no ponerse de acuerdo. “Es lógico y esperable que las generaciones se diferencien unas de otras y que cada uno de nosotros tenga un estilo personal. Si no fuera así, sería preocupante”, dice.

Recuerda que muchas veces, especialmente cuando su padre estaba vivo, las personas se confundían de “Carlos Thays”. Una vez, cuando tenía 28 años, acordó por teléfono encontrarse en Márquez y Panamericana con unos clientes nuevos. Lo iban a llevar a ver un campo. Pero cuando se encontraron, los clientes lo miraron raro y empezaron a hablar en francés entre ellos, pensando que Carlos no sabía el idioma. “Este no, es el hijo. Decile que no”, le decía uno al otro. “Me preguntaban «¿pero vos hiciste tal obra?» y yo les decía que sí, pero ellos desconfiaban. Ese viaje fue horrible”, cuenta. Después de ese primer encuentro, trabajó durante años para ellos.

Carlos fue el primero de su familia en tener un estudio. Fundó el Estudio Thays, en donde trabaja junto a un grupo de personas en los distintos proyectos. “Ahora estamos haciendo un hotel en Puerto Madero y también una especie de barrio nuevo en Tucumán”, dice desde un escritorio del estudio. A sus espaldas, dos jóvenes están dibujando planos en sus computadoras.

Emprendimiento propio

A veces, Candela se une y trabaja en algunos de los proyectos del estudio, pero también está empezando su propio emprendimiento, que inició con una amiga de la facultad. Hasta ahora hicieron jardines, balcones y un campo. “No quiero dedicarme solo al paisajismo puro: me encanta expandir lo que sé de esta profesión hacia otras áreas, como la fotografía y el arte. La primera vez que me llamaron para hacer una dirección de arte fue porque había que hacer cosas con plantas. Me sentí muy cómoda porque vi que podía aportar un montón de mis conocimientos”, cuenta.

A pesar de las diferencias, hay ciertas ideas compartidas por los Thays que marcan una especie de legado. “Admiro lo romántico del primer Charles, la búsqueda de trabajar con la vegetación autóctona. Eso me encanta”, dice Candela. Por su parte, Carlos dice que heredó de su familia la búsqueda de que las obras perduren. No habrá conocido a su bisabuelo, pero sí ve constantemente los árboles que él plantó. “Sin pensarlo, busco que el árbol que planto no sea solo lindo hoy, sino que dure cincuenta años o más. Creo que eso es un sello familiar”.

FUENTE: María Nöllmann – www.lanacion.com.ar

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