Si bien la donación de su casa al Colegio de Arquitectos para convertirlo en la “Casa Museo Cova”, había sido anunciada en 2017 por el propio Roberto Cova -momento en el que incluso comenzó a inventariarse el contenido de la vivienda-, el proyecto cultural se reactivó en las últimas semanas, a partir de la muerte del historiador, el 6 de noviembre pasado. En consecuencia, ese es el nuevo desafío de la institución, que el lunes tomó formalmente posesión de la “casa chorizo” ubicada en calle 14 de Julio al 2100.
La idea, tal como la concibió Cova, es generar un espacio abierto al público, para que la comunidad pueda tomar contacto con la identidad marplatense. Es que allí, a lo largo de sus 91 años, el arquitecto conservó, con el fervor de un coleccionista, distintas piezas y objetos que hacen a la historia local. Hay de todo: desde pertenencias de Pedro Luro hasta un criquet para cambiar ruedas de carretas, además de obras originales de Juan Carlos Castagnino y planos de la ciudad, de la década del ‘30.
Ese fue el panorama con el que se encontró la arquitecta Alicia Inés París, responsable del Centro Documental del Colegio de Arquitectos de la provincia de Buenos Aires Distrito 9, cuando se dispuso a iniciar un inventario con el fin, no sólo de evitar extravíos involuntarios, sino también de recuperar la historia oral de cada uno de los cientos objetos que ocupan todos los ambientes de la vivienda. Así, a lo largo de un año, París y Cova se reunieron cada semana, rotularon, tomaron fotos y registraron el origen de la mayoría de los elementos. Todo ese material se transformó en una publicación y hoy, ya sin la presencia del arquitecto, resulta imprescindible para tomar dimensión de su valor histórico.
“Su legado fundamental son sus libros: la vida y obra de Pedro Luro, Memorias del Partido de Balcarce, Síntesis histórica de Mar del Plata, Arquitectura marplatense y pintoresquismo, Casas compactas… Son publicaciones que ya no se consiguen pero resultan valiosísimas porque sus estudios parten de los documentos que iba a buscar todos los días al archivo histórico municipal o al de la Provincia. Ha sido un investigador fundamental porque, a diferencia de otros investigadores que toman el relato de otros historiadores, él iba a las fuentes, además de que tenía una memoria prodigiosa. Sobre lo que le consultaran, tenía el dato preciso”, dice París, quien recuerda que Cova solía hablarle “con lágrimas en los ojos, llorando” sobre la pérdida de gran parte del patrimonio histórico y arquitectónico marplatense.
El inventario, que aún no fue terminado, no es un solamente un archivo de Excel en el que se enumeran los objetos, sino que contiene un detalle sobre sus orígenes. Cómo hizo Cova para obtener esas piezas que, en muchos casos, son únicas, es una historia en aparte: solía recorrer demoliciones de edificios históricos, revisaba contenedores y escombros; conversaba con la gente a cargo de la obra para que lo dejaran ingresar a verla por última vez y hacía un registro fotográfico.
De esa manera fue como se hizo de un pequeño trozo de madera que si bien para cualquier persona podría pasar completamente desapercibida, en su reverso contiene una leyenda escrita de puño y letra por un carpintero en el año 1900, y que deja constancia que pertenecía a la casa de la familia Quiroga. El destino hizo que en una de las tantas charlas que dio Cova y a las que llevaba distintos elementos, una mujer se levantó de entre el público y confirmó la historia de esa famosa maderita, porque se trataba de la casa de su abuelo.
También conservó azulejos, tejas de Francia y una serie de terminaciones (lentejuelas) que se colocaban en los techos a comienzos del siglo pasado. Incluso, llegó a guardar baldosas de la antigua Rambla Bristol, que en su reverso tienen la leyenda “Peltre – Bélgica”. “Son todos elementos únicos y en cada uno de esos objetos está evocando de qué momento de la historia son y, a partir de allí, con el relato, podemos hablar de las costumbres en esa época”, explica París. Otros -fotos familiares y recuerdos que habían pasado de generación en generación- los recibía de parte de las cientos de personas que concurrían a escuchar sus conferencias y confiaban en que él sabría apreciarlas.
La enorme herencia del historiador contiene además numerosos planos -muchos calcados con tinta y plumín por él mismo- y fotos de la época en la que se construyó la Rambla Francesa, en 1913, un lugar al que le guardaba un cariño particular porque durante su niñez fue el gran paso familiar de cada fin de semana. Lámparas, espejos y percheros antiguos; un plano de la ciudad del ‘36, pesas y balanzas de un frutero, un reloj similar al que se encontraba en la Rambla Bristol y otros objetos que eran parte del Club Mar del Plata, destruido en un incendio en 1960, son otras de las curiosidades que en el futuro estarán expuestas al público.
Además hay una importante cantidad de obras no conocidas del pintor Juan Carlos Castagnino, hermano de la mamá de Cova y quien solía parar en la casa de la familia cada vez que llegaba de visita a Mar del Plata. En ese entonces, Cova, de apenas 1 ó 2 años de vida, era el modelo de los retratos que hacía el artista plástico. Inclusive, hay una lámina que hizo el pintor cuando estudió Arquitectura (nunca terminó la carrera), y que se encuentra enmarcada en una de las paredes de la casa.
En el tramo final de su vida, Cova, además de colaborar con el inventario, se dedicó a colgar sobre las paredes de su casa distintos cuadros o elementos que temían que terminaran perdidos. De hecho, quienes conocen el lugar coinciden en que hay sectores en los que se hace difícil transitar por la gran cantidad de piezas reunidas.
“El trabajo que nos espera es enorme. La idea es hacer el Museo de la casa Cova, con visitas guiadas y abierto al público porque esa era su intención y hay que respetarla”, dice París por último.
FUENTE: Luciana Acosta – www.0223.com.ar