¿250? ¿200? ¿Cuántos años de vida tiene el más expansivo de los gomeros porteños? Es una incógnita y forma parte también de su atractivo. Ubicado en la Plazoleta Juan XXIII, frente al Bar Notable La Biela, este ejemplar es en todo sentido extraordinario: como tentáculos, sus ramas se expanden más de 30 metros desde el eje de su tronco. Son tan grandes y vigorosas que están sostenidas por tacos de madera; una de ellas, incluso por un Atlas.
Como ocurre con muchos de los edificios, palacios y residencias más destacados de la Ciudad, Buenos Aires tiene también sus árboles históricos y notables. Son más de 600 los que se encuentran catalogados. Muchos de ellos tienen más de 100 años, pero hay otros más jovenes, algunos fueron plantados para rendir homenaje a personas y a sucesos que deben ser recordados.
Se lo considera el más antiguo de la Ciudad. Podría tener 250 o 200 años, dependiendo del origen al que se lo vincule. Una historia cuenta que fue plantado hacia 1780 por la congregación católica de los padres Recoletos, que dieron nombre al barrio. Otra historia, también con una vinculación religiosa, cuenta que fue traído desde la India por fray Francisco de Altolaguirre, quien a su vez lo entregó a su hermano Martín José. Los de Altolaguirre tenían en esta zona una chacra.
Hay una tercera versión, que vincula la plantación con Rafaela de Vera y Pintado, conocida también como “Virreina Vieja”. Viuda de Joaquín del Pino, tenía su residencia en la esquina de Perú y Belgrano; una construcción de tradición hispánica que luego desaparecería para dar lugar a uno de los íconos que posee la Ciudad, el Otto Wulff.
Para principios del 1800 esta zona era un lugar de quintas y de cultivos; existía aún una barranca hacia el río, en inmediaciones a lo que hoy es Avenida del Libertador. Este ombú podría haber pertenecido a la quinta de la “Virreina Vieja”.
Más allá de su origen, esta zona de la Ciudad es impensada sin su tradicional gomero; y en parte, gracias a los vecinos que, en plena dictadura, resistieron su tala. En octubre de 2014, el árbol incorporó además un nuevo atractivo: un Atlas que sostiene una de sus ramas.
Joaquín Arbiza es el escultor que creó este “portador”. Está realizado con partes de automóviles de los años 50 y 60, que lo relacionan con el origen de La Biela. Pesa 300 kilos y soporta muchos más, porque se cree que algunas de sus ramas pesan hasta dos toneladas.
Tomografías
Marcela Palermo Arce es investigadora y experta en la conservación del arbolado histórico patrimonial. Cuenta a Clarín que este tipo de ejemplares tiene un seguimiento específico; por ejemplo, un sistema de diagnóstico por tomografía, que permite observar el estado interno de la madera del tronco y las ramas. “En muchos casos estos ejemplares añosos se ven afectados por hongos y bacterias que pueden llegar a pudrirlos. Como en todos los organismos vivos, el proceso natural de senescencia -el envejecimiento- desequilibra el flujo energético de los árboles”, explicó la especialista.
Las imágenes de la tomografía, reflejadas a través de gráficos por tonalidades, indican el buen estado de la madera o la presencia de zonas de descomposición.
Otro de los ejemplares destacados de la Ciudad es “La magnolia de Avellaneda”, ubicada sobre Avenida Berro, junto a uno de los ingresos al Jardín Japonés. Se encuentra protegida detrás de un enrejado y tiene su propia historia: fue plantada durante la inauguración oficial del Parque 3 de Febrero, en 1875. Y en torno a esta plantación hubo una controversia entre quien era el presidente en ese momento, Nicolás Avellaneda, y su antecesor, Domingo Faustino Sarmiento.
Sarmiento fue quien impulsó la creación del parque en tierras de Juan Manuel de Rosas, pero las obras se demoraron y no llegó a inaugurarlo. La esta tarea quedó en manos de Avellaneda. Sarmiento quería plantar un arrayán y Avellaneda, una magnolia. Según las crónicas de la época, la disputa llegó hasta pocas horas antes del acto inauguración; hasta último minuto se disputaron la pala oficial con la que se realizaría la tarea. La pala aún se conserva,
Cuenta el historiador Daniel Balmaceda en su libro “Historias de la Belle Epoque Argentina” que “la Buenos Aires más antigua era una ciudad sin árboles. Los naranjos y limoneros que se plantaban en el fondo de las propiedades tenían un fin aromático. Recién en la época de los virreyes se planteó la necesidad de tener un espacio público arbolado. Así nació la alameda que se extendía junto al río, hoy a la altura de la avenida Leandro N. Alem”.
Justamente por esta zona que menciona Balmaceda hay otro de los árboles históricos, “El retoño de Guernica”. Como lo describe Palermo Arce es, sencillamente, “muy hermoso”. Este roble fue plantado en 1919, símbolo universal del País Vasco (España). Gracias a la comunidad vasca en el país, resistió una mudanza, mientras se construía el Paseo del Bajo; es que se temía por su supervivencia. Fue así que logró mantener su histórica ubicación, a pocos metros del Monumento a Juan de Garay y de la Casa Rosada.
Este retoño es uno de los 441 que, hasta 2022, se contabilizaban por el mundo, según los datos oficiales de las Juntas Generales de Vizcaya; además de ejercer competencia legislativa, son guardianes del último ejemplar de quercus robur.
Muchos otros árboles destacados son retoños. Como el “algarrobo de Pueyrredón”. Creciendo y expandiendo sus ramas y sombra sobre la Plaza Flores, es un retoño que también tiene una historia que contar: debajo del original José de San Martín y Juan Martín de Pueyrredón habrían planeado la estrategia para llevar adelante la campaña libertadora del Ejercito de Los Andes.
El algarrobo original se encuentra en el Museo Pueyrredón, en San Isidro (provincia de Buenos Aires). Es un ejemplar que tiene más de 300 años, 30 metros de altura y 4 de perímetro; fue declarado Árbol Histórico Nacional y Monumento Natural del municipio.
Y entre los árboles privados, hay uno que tiene la particularidad de “dar por iniciada” la estación de la primavera en la Ciudad. Se trata de “El lapacho de Azcurra”, en Figueroa Alcorta y Mariscal Ramón Castilla, en Barrio Parque (Palermo). Su floración rosa estalla durante las primeras semanas de septiembre.
Cuenta la leyenda que alguna vez el historiador Félix Luna -maravillado por la copa de ese lapacho- se preguntó quién lo había plantado. “Mi madre habló con él y le contó que fue mi padre, por eso Luna lo bautizó ‘El lapacho de Ezcurra’ y para la familia siempre ha sido un orgullo”, contó Diana a Clarín hace varios años.
Como paisajista, Don Martín Ezcurra plantó además decenas de ellos en jardines y estancias privadas; y en los jardines de la Embajada Británica, en el Hospital Rivadavia y en el Yacht Club de San Fernando. El de Barrio Parque se estima que se plantó entre los años 30 y 40. Está ubicado en el jardín privado de una propiedad baja, en ochava, lo que le permitió el desarrollo de las ramas sin interferencias. Es sin dudas una postal de la Ciudad.
Uno de los ejemplares más curiosos es el “Manzano de Newton”. ¡Sí, se puede ver en Buenos Aires un clon del árbol cuya manzana habría inspirado la teoría de la ley de gravitación universal de Isaac Newton! El árbol original se encuentra en Inglaterra, en la finca Woolsthorpe Manor, que pertenecía a la familia materna del científico y hoy es un museo.
En el acceso principal al edificio de la CNEA (Comisión Nacional de Energía Atómica), en Avenida del Libertador al 8200, en Núñez, está uno de los cuatro clones existentes en el país. Hay otro en en el Laboratorio Tandar, también de CNEA, en General Paz y Constituyentes (Villa Maipú, partido de San Martín), otro en la sede del Conicet en Palermo (Godoy Cruz al 2200) y otro más en el Instituto Balseiro de Bariloche. Justamente en el Balseiro -junto a un equipo de la Facultad de Ciencias Agrarias- lograron reproducir cuatro nuevos retoños.
Los gomeros de las plazas San Martín y Lavalle, del Museo de Bellas Artes; las palmeras de Sarmiento en la avenida homónima; las de la Plaza de Mayo; la higuera de Parque Lezama; el Aguaribay del Perito Moreno en el Instituto Bernasconi; los pinos de Barrancas de Belgrano. Casi en cada barrio es posible ver y descubrir alguna de estas especies que forman parte del acerbo cultural y el patrimonio “verde” de la Ciudad.
FUENTE: Silvia Gómez – www.clarin.com