Hay tres edificios famosos de la década del ’30. Tres rascacielos racionalistas que irrumpieron en la todavía chata Buenos Aires que por esos años paradójicamente iniciaba otro de los recurrentes tropezones de nuestra historia, la llamada “Década Infame”.
Son el Kavanagh, frente a Plaza San Martín; el Comega, en la intersección de Paseo Colón y la avenida Corrientes recién ampliada; y sobre la misma avenida, unas pocas cuadras más arriba, el Safico, con su singular remate escalonado como los rascacielos neoyorquinos. Los tres fueron por esos años las construcciones en hormigón armado más altas de Sudamérica, y vinieron con adelantos tecnológicos y de confort tales como el aire acondicionado centralizado.
Pero más allá de estas tres obras notables y únicas realizadas por Sánchez-Lagos-De la Torre, Joselevich-Douillet y Walter Moll, respectivamente, con formas cúbicas blancas y sin ornamentos bajo los cánones de la Arquitectura Moderna, Buenos Aires (como también a su manera Rosario y Córdoba) construyó muchos otros edificios con esta estética que le dieron una forma absolutamente particular. Y por lo cual concita el asombro, la curiosidad y la admiración de la comunidad arquitectónica internacional.
Si aquellos, el Kavanagh, el Comega y el Safico, jugaron el papel de estrella; estos otros construyeron un telón de fondo que con sus frentes blancos homogéneos y sus coronamientos escalonados les dieron un carácter especial a zonas como Barrio Norte, primero, para luego extenderse a otros barrios como Belgrano, Caballito, Flores o el Barrio Sur.
De esto trata Arquitectura Moderna en Buenos Aires (1928-1945) Un estudio de la Casa de Renta, un fantástico libro realizado por María Isabel de Larrañaga, Sergio López Martínez y Alberto Petrina y editado por el Fondo Nacional de las Artes que condensa más de una década de labor de la cátedra de Arquitectura Argentina que ellos conducen en la FADU-UBA.
El libro de unas 450 páginas con fotos de los archivos Coppola, Gómez y López Martínez, muestra una cantidad impresionante de estos edificios blancos que colonizaron Buenos Aires a partir de la década del ’30. Y que la ponen como a una de las ciudades con mayor patrimonio de este tipo.
Larrañaga cuenta que los inquilinos de estas “Casas de Renta” pertenecían a un estrato similar al de los arquitectos que las hacían. Eran profesionales, altos funcionarios públicos y empleados jerárquicos de bancos o comercios o familias de buena posición que emigraban de provincias del interior o de países limítrofes en busca de mayores oportunidades de capacitación o de inserción social para sus hijos. O también de familias que dejaban sus petits hôtels o casonas de los barrios para “achicarse” y vivir según las pautas más modernas.
En ese sentido hay que señalar que hasta mediados de la década de ’20 todavía era muy fuerte la herencia del espacio compartimentado europeo y recién empezaba a difundirse la revolución espacial producida en los Estados Unidos con la incorporación de los ambientes integrados y menos jerarquizados.
Por esta razón, el mayor impacto que tuvo esta arquitectura de “Estilo Moderno” fue en las fachadas de los edificios y tardó más en modificar los interiores de los departamentos. Larrañaga señala alguna de sus características: 1) Se abandona la organización lineal, tipo “casa chorizo en altura”; 2) Aparecen el living room y el living comedor, ahora unidos por una arcada o puerta corrediza; 3) Los departamentos que más cambiaron fueron los más pequeños; los más grandes, debido a los requerimientos de las grandes familias, siguieron usando los esquemas de organización de épocas anteriores, evitando lo más posible el cruce de los habitantes con el (abundante) personal de servicio.
López Martínez llama a este período iniciado en los años ’30 como el de la Escuela Clásico-Moderna de Buenos Aires y analiza sus vertientes “Blanca-Naútica”, “Blanca-Racionalista”, “Roja”, e “Internacional”.
La serie Blanca-Naútica, con influencia de Michel Roux-Spitz y Robert Mallet-Steven, fue una de las más difundidas y prestigiosas entre la clase alta porteña. Sus edificios tienen líneas puras, superficies blancas, de gran elegancia y refinamiento con algunos elementos que recuerdan a los barcos. Vienen con ambientes amplios y bien iluminados como lo muestran los edificios de las calles Alvear y Parera, de Sánchez, Lagos & De la Torre o de Alvear y Libertad, de Pater & Morea.
La serie “Blanca-Racionalista” siguió el célebre slogan “la forma sigue a la función”. Tuvo como principio rector un “funcionalismo” entendido como patrón moderno y un “racionalismo” preocupado por el rol social de la arquitectura y el aspecto funcional de la construcción. Algunas de las figuras centrales de esta arquitectura fueron Wladimiro Acosta, con el edificio para el Hogar Obrero en la avenida Rivadavia y Riglos realizado con Fermín Bereterbide, Alfredo Felice y Juan Carlos Ruiz; Jorge Kálnay, con el Edificio Minner, en Arroyo y Juncal; y el ingeniero y arquitecto Antonio Vilar con el Edificio Palermo en Av. Del Libertador 3590 esquina Fray Justo Santa María de Oro.
Acosta también militó en lo que López Martínez llama serie “Roja”, caracterizada como una arquitectura que reacciona contra las posturas maquinistas, incorporando formas, materiales y texturas menos abstractas, más orgánicas y amigables, como lo muestra en su Edificio Jan de Figueroa Alcorta 3024/3028.
La cuarta categoría, según este investigador es la “Internacional” y será la que dará pie a partir de 1945 a mucha de la obra de Mario Roberto Alvarez. Entre los ejemplos señala al Edificio O´ Higgins 2319 y Los Eucaliptus con sus característicos parasoles verticales en Virrey del Pino 2446/2450, ambos de Jorge Ferrari Hardoy y Juan Kurchan.
Por aquella época, las malas lenguas decían que se hacía “Estilo Moderno” en la escuela de arquitectura por una de tres razones: por Convicción, pues era la posición del estudiante frente a la arquitectura; por Conveniencia, porque el Estilo Moderno era el que enseñaba el profesor y respondía a sus preferencias; y por Comodidad, porque había que dibujar mucho menos que en los trances de la arquitectura academicista.
Lo cierto es que esta arquitectura moderna y blanca de los años ’30, sin precedentes en cantidad y calidad, le ha dejado a Buenos Aires una impronta bien especial, admirada por muchos visitantes y reconocida en los ámbitos académicos arquitectónicos más importantes del mundo.
FUENTE: Berto González Montaner – www.clarin.com