La suscripción masiva, en pocos días, luego de la presentación pública del Chat GPT, y que marcó un punto de inflexión a fines de 2022, puso en evidencia una tendencia que ya venía ganando terreno en otros planos.
Más allá de la capacidad de reunir ideas, de permitir un diálogo relativamente coherente en varios idiomas, esta transformación se acompaña de otras que permiten sintetizar imágenes y avanzar en las formas de representación.
Como en otras tareas intelectuales, queda abierto un interrogante sobre el potencial de estos desarrollos para sustituir una parte mecánica de ejercicio profesional, en este caso de la arquitectura, el urbanismo y disciplinas afines, y si esto potenciará la parte creativa de la profesión o directamente pondrá en riesgo la fuente de trabajo. O bien si, en materia de aprendizaje, es una forma de democratizar el acceso al conocimiento o una oportunidad para eludir una tarea pedagógica. Por supuesto, hay razones para apostar a los resultados más optimistas y a un efecto positivo en su asimilación como herramienta de trabajo y de aprendizaje, pero hay que trabajar para eso.
Se alternan así visiones utópicas y distópicas. Un potencial y un riesgo que debe y puede ser administrado, aunque sea de modo imperfecto. El autor Harari ha planteado un panorama sombrío sobre la pérdida del monopolio distintivo de la humanidad de narrar historias. En todas las instancias existe una consideración ética sobre cómo gobernar la inteligencia artificial, cómo evitar el riesgo de quedar en manos de monopolios tecnológicos: estamos aún frente al desafío de cómo se regula la inteligencia artificial, del mismo modo que hubo que regular Internet. La comisión de Ética del CPAU, que se ocupa de este tema, se encuentra trabajando sobre las implicancias éticas en nuestra profesión.
Pero, en cualquier caso, aun en las hipótesis más optimistas sobre su potencial, la inteligencia artificial no va a ser suficiente por sí sola para evitar las catástrofes ligadas al cambio climático y sus efectos sociales. Por eso hablamos también de un imperativo ambiental: por los fenómenos climáticos extremos, sequías y escasez de agua severa, inundaciones y secuelas por la ruptura de ecosistemas que estamos viviendo. Frente a esta situación, la necesidad de un consumo racional de energía y recursos naturales, de una integración más armónica con el medio, se convierte en un imperativo urgente. Se traduce en cómo pensar envolventes, aperturas, organización espacial, formas de desplazamiento, proyección de sombras, puesta en valor del patrimonio existente, relación con suelo absorbente, bordes costeros, humedales, arbolado urbano y espacios públicos.
FUENTE: Andrés Borthagaray – www.revistanotas.org