Un cartel pegado sobre el vidrio de la única entrada habilitada les da la bienvenida a los pasajeros. “No se puede ingresar con gorra”, sorprende el mensaje. “Es por seguridad -aclara el guardia que controla el acceso-; lo pidieron de arriba”, agrega, aunque no explica de dónde. La gente, con sus equipajes a cuesta, arma una larga fila para pasar en forma ordenada.
A Córdoba, a Salta, a Mar del Plata van diciendo, con su pasaje y DNI en mano, cuando se topan con una mujer que les toma la temperatura y les concede el ingreso a la terminal Dellepiane que, por estos días, dejó de lado su aspecto fantasmal convirtiéndose en la única terminal de la ciudad de Buenos Aires por donde llegan y salen colectivos de larga distancia.
Con Retiro y Liniers cerradas por obras, Dellepiane se encontró con una actividad poco usual tres años después de su inauguración. Desde 2017 la terminal ubicada en Villa Soldati nunca se consolidó como una opción para el transporte porque las empresas no llegaban hasta allí por considerarla poco accesible y con baja demanda de pasajeros. Pero la reactivación del turismo y los viajes de larga distancia, paralizados durante meses a raíz de la pandemia de coronavirus, obligó a poner en marcha a un gigante que amenazaba con convertirse en otro elefante blanco del sur porteño.
Dellepiane tiene hoy un movimiento diario de entre 40 y 50 ómnibus que, si bien está lejos del objetivo planteado cuando se construyó de 800 servicios por día y 700.000 personas al mes, mejora el promedio de un servicio al día que llegó a tener.
La terminal combina, en tiempos de pandemia y protocolos, el movimiento de pasajeros con los operativos sanitarios instalados allí para prevenir la expansión del Covid-19 con testeos preventivos tanto de saliva como PCR.
“Ojalá sea el despegue definitivo de la estación”, se ilusiona Laura González, la encargada de Moreno Food Station, el único local gastronómico que está en funcionamiento. “Nosotros abrimos para el G-20 y nada más: tenemos un puesto en Retiro y allá el movimiento es mucho mayor, no hay comparación, sobre todo en diciembre que mucha gente se va de turismo o a visitar a su familia”, agrega.
La mujer admite que es muy molesto trabajar con todos los protocolos, señalándose el tapaboca, pero aclara que es la única forma de hacerlo aunque deba recordárselo constantemente a los clientes. “Acá hay espacio para colocar las mesas separadas, respetar el distanciamiento, el lugar es bastante amplio”, afirma.
Los ruidos de platos y tazas chocándose cuando los mozos las levantan de las mesas, y los carros en los que trasladan alimentos, son los únicos sonidos que rompen con el silencio que reina en la estación aunque, más que silencio, se trate de un murmullo tibio que acompaña el desconcierto de los pasajeros al llegar a una estación desconocida. La voz de un locutor anuncia los servicios que ingresan o parten, pero aparece después de un largo rato para romper con ese tono monocorde. Los pasajeros deambulan algo perdidos aunque hay policías, personal de la Comisión Nacional de Regulación y Transporte (CNRT) y del Gobierno de la Ciudad que los van orientando.
Reactivación
La terminal parece ir despertándose lentamente después de estar apagada durante varios años. En el medio del hall hay un solo local abierto, aunque no por mucho tiempo. Tiene prendas, valijas, mochilas, zapatos y carteras donde hasta hace unos meses había maniquís desnudos y vidrieras vacías. “¿Cómo estamos? Te lo resumo: recién me llamaron para que cierre. Estoy cerrando, las ventas son bajísimas desde que abrimos: el viernes pasado, unos $3000 pesos por día y solo a la mañana”, dice Marcela, la empleada de Ropas Magui.
“Hay gente, se ve movimiento, pero nadie compra”, agrega. La firma tiene cuatro locales en Retiro, pero están cerrados por las obras en la estación. “Quizá volvamos a abrir en Navidad, quién sabe. Las prendas las dejamos acá, no sé que pasará con la mercadería”, suelta antes de ponerle llave al local.
Detrás del local está montado el operativo sanitario para testear a los pasajeros. “Completé la Declaración Jurada antes de viajar y al bajar del colectivo me guiaron para saber cómo debía hacer con el análisis. No me incomoda para nada, es parte de lo que debemos hacer, algo más para cuidarnos”, dice Aníbal Navarro, que llegó desde Bahía Blanca.
Los testeos de saliva están destinados a personas que permanezcan al menos un día en la ciudad y llegan de un destino a más de 150 kilómetros o residentes porteños que regresan después de 72 horas; en los dos casos solo para mayores de 12 años. Hasta el momento se realizaron más de 4000 muestras con un promedio diario de 500 análisis.
La terminal es un espacio de 37.212 metros cuadrados ubicado en la intersección de la autopista Dellepiane y la avenida Perito Moreno. Cuenta con 47 dársenas para colectivos y 56 boleterías en el piso superior que están vacías o terminando de instalarse a excepción de unas pocas que venden pasajes. Su creación fue parte del plan del Gobierno porteño de desarrollar el sur, y el origen se remonta a 2012 cuando se lanzó una licitación pública para otorgar el predio a través de un contrato de leasing alquiler con derecho a compra por 18 años. En febrero del 2013 se adjudicó a Terminales Terrestres S.A. por $35.893.000. Finalizado ese plazo, la empresa será propietaria del inmueble. La empresa está vinculada a Néstor Otero que maneja la terminal de Retiro desde hace 20 años a través de la firma TEBA.
“Siento miedo, temor, incertidumbre ante lo desconocido”, suelta sin rodeos Claudio Guzmán, a punto de tomar el servicio hacia Mar del Plata. Es la primera vez que viaja desde que comenzó la pandemia y las sensaciones son muchas. “Acá adentro me siento perdido, no conozco nada, aunque me fueron orientando bastante. Todo es muy raro, vine con tiempo porque me imaginaba que podía tener complicaciones”, cuenta, y agrega que vive cerca de la terminal de Liniers, a cuatro cuadras, por lo que le resulta difícil acceder a Dellepiane.
Lentamente la terminal del sur comienza a tener el movimiento deseado desde que se concretó el proyecto. Aunque el movimiento de pasajeros es más grande que antes, la economía interna aún no impactó en todos por igual. Se ve en la actividad de los comercios y también en el transporte, como lo reflejan Damián Mapis y Segundo Isac Icuspe, dos remiseros de la agencia instalada allí que están a la pesca de pasajeros.
“Hay gente, pero con muy poca plata. Todos te regatean el precio”, dice Damián, mientras asiente su compañero. En Retiro trabajaban con una plantilla de 70 choferes reducida hoy al 20% en Dellepiane. En Retiro hacían hasta ocho viajes por mañana y en Dellepiane puede haber días de un solo viaje. La pandemia cambió todo, hasta la presencia de la terminal olvidada del sur porteño.
FUENTE: Mauricio Giambartolomei – www.lanacion.com.ar