Cuando el último invierno, el más largo de nuestras vidas, comenzó a ceder, los parques se llenaron de gente. Luego de estar confinados y temerosos durante meses, los porteños se apropiaron del espacio público de la ciudad. Y tan grande fue la necesidad de lugares amplios y con escasa posibilidad de contagio que un día las plazas no fueron suficientes. Los vecinos reclamaron las veredas y hasta las calles, peatonalizando de hecho algunas con poco tránsito.
En Núñez, por ejemplo, la calle Comodoro Rivadavia en su tramo de Libertador a las vías, se convirtió los fines de semana en pista de patinaje, cancha improvisada de fútbol y lugar de picnic para las familias del barrio. No hizo falta una regulación, alcanzó con que la gente la tomara como propia para que los autos dejaran de circular. Lo mismo ocurrió en otros barrios.
El gobierno de la Ciudad de Buenos Aires detectó este movimiento y aceleró el proceso de colonización peatonal que tiene en marcha desde hace varios años. Si antes restringió la circulación de autos en el microcentro, ahora apuntó a los corredores gastronómicos.
El programa de Áreas Peatonales Transitorias comenzó en septiembre y ya abarca 106 cuadras en 53 áreas. Consiste en cortar calles -por lo general de viernes a la tarde a domingo a la noche- y desplegar las mesas de los restaurantes sobre la superficie donde antes circulaban los autos. “Fue una oportunidad para ampliar el uso peatonal y disminuir el uso vehicular, un objetivo perseguido hace años, pero que pudo ser puesto en práctica con mayor rapidez debido a la pandemia”, dice Clara Muzzio, ministra de Espacio Público e Higiene Urbana de la Ciudad.
En un atardecer de domingo, LA NACION salió a recorrer estos espacios. El periplo arrancó en el elegante reducto de adoquines y caserones de la Plaza Castelli, en Belgrano R, y terminó en la esquina arrabalera, reino de cemento y tango, de San Juan y Boedo, en Boedo. En el medio, pasamos por la Plaza Arenales, de Devoto, orgullosa de su condición periférica y barrial. Del norte al sur, atravesamos la ciudad mientras el calor y la humedad de un día tórrido cedían ante una refrescante brisa.
Las diferencias socioeconómicas se notaron en las propuestas y el público, pero no en el entusiasmo. Vecinos, mozos, empresarios gastronómicos, funcionarios y urbanistas, todos coinciden en elogiar la iniciativa. Una de las pocas buenas noticias que trajo la pandemia.
Con sus latas de cerveza en mano y las bicicletas apoyadas contra un árbol, tres amigas charlan animadas mientras de fondo suena el trap de una pequeña fiesta improvisada sobre la calle sin autos. “Toda la ciudad debería ser peatonal”, se entusiasma Tania Conde. “Tenemos que reclamar la calle para nosotros”, apoya Agustina García. “Esta zona para mí era gris, y mirá lo que es hoy. ¡Una fiesta!”, cierra Micaela Ezeiza.
Las chicas son el extremo joven y vanguardista del espacio peatonal que arranca en San Juan y Boedo con una impronta bien tanguera y un público más cercano a la tercera edad. La Esquina Homero Manzi es un enorme restaurante con salón y escenario vacíos. La acción, con un dúo de bandoneón y guitarra y una pareja de bailarines, se trasladó a la calle. Sentado en una mesa solo, frente a una cerveza y un lomo con papas, Orlando Ocampo, de 84 años, disfruta del espectáculo. “Soy de Parque Patricios, pero vengo siempre”, dice.
Toda la calzada de la avenida Boedo es un muestrario de vecinos disfrutando. Chicos en monopatín, familias comiendo en las mesas de la vereda de una pizzería, parejas paseando perros y hasta un hombre que montó un telescopio y ofrece mirar la luna por 50 pesos.
Emiliano Espasandín, un arquitecto, urbanista y director de Palo arquitectura, está entusiasmado con la tendencia. “Hay que reconquistar el significado histórico de las calles. Ahora son solo un lugar de traslado colonizado por vehículos, pero antes eran un espacio híbrido y compartido por todos los vecinos”, dice desde Boise, la capital de Idaho, en Estados Unidos, donde se instaló para armar una sucursal de su empresa de innovación urbana.
Según Espasandín, a mediados del siglo pasado las ciudades comenzaron a priorizar el transporte y gran parte del espacio público pasó a ser de los vehículos. “Eso fue de las peores cosas que le pasaron a las ciudades”, afirma. La calle dejó de tener sentido como espacio de socialización y se deterioraron los centros urbanos.
El proceso, explica, comenzó a revertirse en los últimos años. París, Londres y Nueva York están expulsando los autos de las zonas más concurridas para volver a priorizar a peatones y ciclistas. Buenos Aires, dice Espasandín, sigue esa tendencia. “La calle tiene que ser una superficie activa, con capacidad de transformación”, plantea.
La pandemia, dice, potenció conflictos y aceleró los procesos de cambio que ya venían ocurriendo. Su apuesta es a la transformación de las grandes ciudades para volverlas más amigables, o al surgimiento de ciudades intermedias. Esas alternativas, considera, son mucho más beneficiosas que el exilio a barrios cerrados que ya se está dando en Buenos Aires.
Los extremos de tango y vanguardia joven que conviven en Boedo se convierten en una escena más popular sobre la diagonal Fernández de Enciso, en Devoto. La calle es peatonal durante el fin de semana y está musicalizada con un karaoke a cargo de dos cantantes de temas melódicos. La animan un par de chicas que se animan a bailar.
Maximiliano, mozo de la pizzería Kentucky, que ocupa la mejor esquina, confirma la buena recepción de los vecinos. “La gente siempre elige sentarse afuera”, cuenta mientras señala el salón vacío y las mesas sobre la calle, llenas. También está repleta la vereda que recorre la plaza: conviven corredores, familias, paseadores de perros y gente mayor. Los niños, en cambio, se concentran en el patio de juegos y la calesita. “Los fines de semana esto explota”, confirma Adrián Sánchez, el pochoclero.
“Es una respuesta de corto plazo que ha resultado muy efectiva”, dice sobre la iniciativa de peatonales Sebastián Lew, director del Programa de Ciudades de Cippec. El desafío, considera, es que se mantenga, que sobreviva a la pandemia. Lew cree que el inicio es auspicioso y que cambios pequeños que generan mejoras cuantificables resultan más eficientes como programa de transformación que las grandes -y por lo general costosas- obras.
Coincide con Espasandín en que los procesos de peatonalización son virtuosos y que comenzaron hace un tiempo, pero ve un riesgo en que la pandemia genere la pulsión contraria. “La gente volvió al auto por el miedo al contagio en el transporte público y eso entrará en tensión con la tendencia a restringir los vehículos”, advierte.
La plaza Castelli, en el elegante barrio de Belgrano R, tiene aires de postal europea. A los árboles añejos, casas distinguidas y vías del tren que la circundan se suman ahora las arterias peatonales de fin de semana. Donde antes había autos, ahora está sentada Andrea Cordón, que disfruta de un jugo de naranja en Tea Connection. “Pasé caminando muchas veces, pero es la primera vez que me animo a sentarme”, dice.
Como en Devoto, pero menos populosa, la plaza luce su mejor cara en el atardecer de este domingo de verano. Hay un grupo familiar grande con un picnic esparcido en lonas, vecinas que comentan las dietas de sus perros, un señor mayor que hace ejercicios y una pareja con un bebé de seis meses. Trajeron reposeras livianas. “La plaza fue nuestro lugar durante toda la pandemia”, confirma Hernán, el padre.
En la vereda expandida, Ximena Acha ofrece sombreros. “Me está yendo bien, es el mismo público que conozco de mis temporadas en Cariló”, anuncia. Hasta la pandemia, Ximena trabajaba en ferias, pero ahora prefiere la calle.
FUENTE: Nicolás Cassese – www.lanacion.com.ar