Hombres y mujeres que cruzan la calle sin mirar, ciclistas que avanzan en contramano o con el semáforo en rojo, conductores que usan la banquina como un tercer carril o hacen sobrepasos como si no hubiera futuro. Nada que no ocurriera antes, pero ahora se ve recargado.
En la Ciudad y la Provincia de Buenos Aires, el tránsito de la “nueva normalidad” se asemeja a un Tetris, en el que las infracciones y las maniobras temerarias se superponen unas a otras, en una dinámica vial que parece estar lejos de descomprimirse.
“La calle es una expresión de la realidad, manejamos como vivimos”, dice por teléfono Fabián Pons, titular del Observatorio Vial Latinoamericano. Y la vida hoy en la calle devuelve un reflejo opaco: distracciones, agresividad, comportamiento ansioso, temerario o indiferente. “Anomia”, dice Pons y refuerza: “La sensación es de anomia: todo da lo mismo, todos hacen lo que quieren. Nadie se representa las consecuencias o se las representan y no les importa”.
Para Pons, la huella de la pandemia en el tránsito empezó a verse a partir de septiembre de 2020, cuando dos circunstancias convergieron: “Se mezclaron aquellos que habían estado seis meses sin manejar y con la flexibilización de algunas actividades volvieron a salir, con aquellos que por ser esenciales continuaron trasladándose durante el confinamiento y aún después se siguieron autopercibiendo como solos en la calle. En ese cruce ocurrieron los mayores siniestros, que no crecieron en frecuencia, pero sí en gravedad”.
Hoy la situación es otra. Las calles recuperaron prácticamente todo el tránsito previo a la pandemia y a la cuarentena. Pero si bien la circulación volvió, regresó distinta, con mayor presencia de medios individuales, como el auto, la moto y la bicicleta. Mientras tanto, medios de transporte que canalizaban grandes volúmenes de pasajeros, como el tren y el subte, no logran sus niveles anteriores.
En los trenes, se llegó al 68% de los viajes: se hacen 919.000 por día. Pero en el subte el uso no llega aún a la mitad de la masa de pasajeros que lo utilizaba en la pre pandemia: hay 487.000 viajes diarios, un 45% de lo habitual. Y los usuarios faltan bajo tierra no dejaron de trasladarse, sino que ahora desembocan en la calle.
“El tránsito está… ¿Cómo te puedo explicar?”. Rubén Tejada, chofer de la línea 176 que conecta Escobar con Chacarita, hace silencio en la línea telefónica para pensar y responderse a sí mismo. “La gente está revolucionada. Muy nerviosa. Quieren llegar o llegar a toda costa, y así pasan de un carril a otro. Hay más imprudencia, se ven maniobras más bruscas -dice-. También creció la cantidad de vehículos. Hay más autos y bicicletas, pero sobre todo motos. Veo muchos accidentes con motos”.
El último siniestro vial que Rubén presenció fue el sábado 30 de octubre, cuando transitaba por la ruta nacional 197. “Fue entre una moto y un auto. Cerca de la moto había un hombre tapado, se ve que había fallecido. En muchos casos, cada vez lo veo más, el desenlace de los motociclistas es terrible”, se lamenta.
Las razones que explican este tránsito más severo y a la vez desaprensivo pueden ser diversas. O bien los motociclistas, conductores, ciclistas y peatones olvidaron o perdieron el hábito de seguir las normas viales tras la cuarentena o bien la ansiedad social, derivada de la pandemia, también se trasladó a las rutas, avenidas y calles. Sea uno u otro motivo, el tránsito está más anárquico que nunca. También, lento.
Un mes atrás, en las planillas de recorrido de los choferes de la 176 se sumaron minutos. “En algunos puntos de José C. Paz y San Miguel teníamos 17 minutos para hacer un trayecto entre sección y sección, ahora esos mismos trayectos se llevaron a 22 minutos”. El cambio no fue una actualización entre un esquema de cuarentena y uno actual, esa recalibración ya se había hecho. “Son más minutos que en 2019, es más que antes de la pandemia”.
FUENTE: www.clarin.com