La noticia del inminente cierre de la tienda Falabella tocó una fibra sensible de la rosarinidad. Inmediatamente, las redes se llenaron de mensajes recordando las mejores anécdotas que tuvieron como escenario al edificio de Córdoba y Sarmiento que, aunque desde mediados de los 90 tiene un cartel con su nuevo nombre, muchos todavía identifican como “La Favorita”.
Los relatos de encuentros y desencuentros en el hall de mármoles rosados, los viajes circulares en la escalera mecánica y, por supuesto, sus vidrieras. Porque en los escaparates de la tienda se mostraban los mejores productos, como cualquier vidriera, pero además porque se contaban pequeñas historias. Como si fueran cuadros, historietas o puestas teatrales desarrolladas en 19 actos. Hugo Salguero fue el escenógrafo que en la década del 80 creó esas escenas que quedaron grabadas en la memoria de la ciudad.
“Vendíamos fantasías”, resume Salguero esos días en que Rosario comenzaba a despertarse de la larga pesadilla de la última dictadura militar. Por entonces, él ya se había recibido de diseñador industrial en la Universidad de La Plata, ya había participado de la puesta en escena de muchas obras teatrales y había ganado una beca para estudiar en Roma con Piero Tosi, el director de vestuario de joyas del cine italiano como “El Gatopardo” o “Muerte en Venecia”.
Antes de viajar, el publicista de La Favorita, también director artístico de Canal Tres, le había encargado el diseño del vestuario de las empleadas de la tienda. “Hice el trabajo y gustó, por eso mientras estaba en Europa me ofrecieron un contrato para hacer un cambio de imagen del local que, hasta ese momento, estaba muy dirigido a gente grande y necesitaban incorporar un público más joven y abrir las puertas a nuevas tendencias”, recuerda mientras recorre con elegancia los pasillos de su última aventura como director de arte de los sanatorios y clínicas del Grupo Oroño.
Varias instituciones y comercios de la ciudad tienen algo de su impronta, pero por ninguno de esos trabajos se lo recordará tanto como por sus vidrieras de La Favorita.
“Yo era chiquito y me acuerdo de haber ido del barrio Rucci donde vivía con mis padres a ver las vidrieras de la tienda en las noches anteriores a Navidad”, dice Pablo Mercado, arquitecto y delicado conocedor de la historia rosarina. “Eran una invitación a imaginar”, suma una colega.
Los primeros años
Cuando Salguero empezó a trabajar en la tienda, recuerda, “era un clásico comercio por departamentos, con muchos empleados, con una atención muy especial y muy directa donde se valoraba muchísimo al cliente”. La planta baja estaba dedicada a la venta de telas, pero el resto de las secciones se mostraban muy poco diferenciadas. “Yo les propuse hacer un cambio desde el exterior, es decir desde las vidrieras, hacia adentro, para que las transformaciones no fueran un shock sino una cosa paulatina”.
La Favorita ya era lo que se llama una tienda de “categoría” y una referencia para quienes llegaban a la ciudad. La esquina de Córdoba y Sarmiento era un lugar de encuentro y el comienzo de muchos paseos.
En ese lugar, en esas 19 vidrieras que comenzaban en calle Córdoba y se extendían hasta casi la mitad de Sarmiento, Salguero salpicó su magia.
“Como mi profesión fue siempre el teatro y la escenografía, trasladé esa inquietud a mi propuesta de viviendas. Mínimamente queríamos que las vidrieras contaran una mini historia”.
La semilla de Colectividades
Los argumentos se relacionaban con los productos a promocionar, con efemérides importantes de la ciudad y también con una serie de eventos que algunos consideran como el prólogo de lo que después se transformó en el Encuentro de las Colectividades, el festejo más popular de la ciudad.
Una vez por mes, “tomábamos distintos países y se promocionaban productos de este lugar. Toda la tienda se transformaba en comercios de Francia, de Inglaterra, de Brasil o en regiones de Argentina. Fueron cosas que marcaron toda una época”, señala y destaca que “todo fue posible porque existía un maravilloso equipo de trabajo, con mucho oficio”.
La base de operaciones era el tercer piso del señorial edificio de Sarmiento y Córdoba. Allí estaban los talleres de carpintería, herrería y electricidad y los equipos de vidrieristas encargados de materializar las ideas de Salguero. También se amontonaban decenas de maniquíes, de varones, de mujeres y de niños importados de Inglaterra, únicos en la ciudad.
“Había mucha gente que apoyaba la propuesta, yo sólo movía los hilos. Sin ellos no hubiéramos ido a ningún lado. Además, yo venía de trabajar en el teatro y todo lo hacia muy gasolero, porque estaba acostumbrado a hacer cosas casi sin presupuesto. Pero los resultados eran lo que yo pretendía: que se levantara el telón y que la gente dijera “Ahhhh”. Eso y vender, lógico”.
Arriba el telón
Las vidrieras se renovaban cada diez días. Se terminaban de montar y ya se empezaba a trabajar en la próxima. Salguero ya no recuerda cuántas diseñó. “Había que rotar mucho por la cantidad de secciones que había que promocionar”, explica.
Sí, rememora las más comentadas. Como la que promocionaba pequeños electrodomésticos, tostadoras, máquinas de café y licuadoras recreando una particular escena de casamiento. La novia con un impactante vestido acampanado y los brazos abiertos, jugaba como haciendo malabares con los aparatos. Por debajo de los pliegues de la pollera aparecía el brazo del novio ofreciéndole el anillo de bodas.
No fue la única vidriera que apelaba al humor. Para la promoción de una marca de porcelanas se montó en el escaparate una mesa de vidrio rota, se dispersaron alrededor las tazas, platos y fuentes. La escena se completaba con una pelota de fútbol y el maniquí de un niño escondido detrás de una cortina.
Las vidrieras de Navidad eran las más impactantes. Salían a la calle, tomaban la peatonal con toldos, pinos, ángeles y cabezas de renos dispuestas a deslumbrar a quienes paseaban por la peatonal.
Escenas efímeras, pequeños cuadros de la vida cotidiana. En pleno auge de la imagen, las vidrieras del centro de la ciudad ya sólo muestran mercaderías y se apagan de noche, cuando la calle queda desolada. “Todo cambió _dice Salguero_ las promociones pasan por otro lado, pero cuando algún comercio hace una mínima vidriera diversa, la gente se para a verla”.
Por las vidrieras de La Favorita pasó parte de la historia de la ciudad. Salguero recuerda particularmente una de Navidad, donde los escaparates se transformaron en grandes cajas de regalos que podían espiarse para hallar adentro maniquíes vestidos de árboles y regalos.
“En esa vidriera cambié los colores verde y rojo tradicionales por un rosa y un verde desaturados. Fue interesante el cambio. Cuando inauguramos la vidriera se desató una tormenta increíble y recuerdo que al día siguiente uno de los moños de tres metros que estaban en la parte exterior lo encontré rodando por Mitre y Córdoba.
FUENTE: Carina Bazzoni – www.lacapital.com.ar