Cúpulas. Chicas, medianas, grandes, monumentales; negras, verdes, rojas; vistiendo esquinas, a mitad de cuadra; mejor o peor conservadas; de madera, metálicas, de pizarra; alargadas, acebolladas, monolíticas, semiesféricas. Las cúpulas son un sello distintivo de Buenos Aires. Un elemento arquitectónico que se popularizó entre fines del 1800 y principios del 1900 y que trascendió las áreas centrales y los edificios oficiales para llegar a los barrios que protagonizaron la expansión de la Ciudad en aquellos años.
¿Qué tienen las cúpulas adentro? Algunas están vacías, sin usos. Están atravesadas por las propias estructuras que las sostienen en pie. Pero otras están en pleno uso, como oficinas o espacios de coworking; muchos consorcios las aprovechan como depósito; hay galerías de arte, estudios -sobre todo de profesionales vinculados a la arquitectura, pero también de artistas-, habitaciones de hotel e incluso reservorios de agua. Y algunas también son viviendas.
Es el caso de la cúpula ubicada en una de las esquinas más transitadas de la Ciudad: la de Callao y Corrientes. En esa esquina hay una cúpula semiesférica, de pizarra negra, que probablemente haya pasado desapercibida para muchas personas que transitan por la zona. Corona un edificio del arquitecto Juan Augusto Plou -que construyó decenas de otros edificios en la Ciudad-, que originalmente tenía una serie de cúpulas de menor tamaño y que en algún momento de las décadas pasadas se demolieron.
Para muchas vecinas y vecinos de la Ciudad, esta cúpula puede pasar totalmente desapercibida. Está ubicada en una de esas esquinas que son puro frenesí. Justo en diagonal al bar La Opera. Casi no hay momento del día en que no haya una multitud yendo y viniendo. Y es definitivamente una de las esquinas preferidas para visibilizar reclamos y protestas; tiene agenda propia de cortes y piquetes. Sólo durante la madrugada el ritmo se apaga.
Pero aún en este caos, vale la pena tomarse unos minutos, levantar la vista y buscar esta cúpula negra, coronada por una “linterna” y habitada por Emilio Marottoli.
La cúpula de Marottoli es estrictamente el living de su casa. Una ventana hacia Callao, y dos puertas hacia ambos lados de la terraza, bañan de luz durante todo el día el interior de este ambiente. A diferencia de otras, esta cúpula semiesférica está “apoyada” en la terraza, esto también es una circunstancia que facilita su integración como parte de esta vivienda. Es decir, no hay que subir a través de una escalera caracol, por ejemplo, un clásico en las cúpulas y que puede generar incomodidad para la dinámica de una vivienda.
La cúpula de Marottoli es estrictamente el living de su casa. Una ventana hacia Callao, y dos puertas hacia ambos lados de la terraza, bañan de luz durante todo el día el interior de este ambiente. A diferencia de otras, esta cúpula semiesférica está “apoyada” en la terraza, esto también es una circunstancia que facilita su integración como parte de esta vivienda. Es decir, no hay que subir a través de una escalera caracol, por ejemplo, un clásico en las cúpulas y que puede generar incomodidad para la dinámica de una vivienda.
Marottoli es arquitecto y llegó a este lugar por casualidad. Estaba buscando departamento con balcón terraza. Ya había visto casi 100 propiedades, mayormente ubicadas en Palermo y Recoleta. Pero un un aviso llamó su atención: “Vendo departamento en cúpula, sólo para exquisitos”. ¿Qué podía significar “sólo para exquisitos”?
Cuando ingresó a la cúpula, lo entendió: era totalmente singular y extraordinaria. Pero necesitaba mucha obra. Una pared la dividía en dos, como si hubieran funcionados dos habitaciones o dos oficinas. Tenía además un cielorraso que no dejaba ver lo que descubrió Marottoli cuando comenzó la obra: un maravilloso entramado de vigas y tirantes originales. Sostienen la cúpula. Por eso decidió restaurar esta estructura y dejarla a la vista.
Al quitar las paredes y dejar descubierto el techo, la cúpula cobró vida interior. Hoy es living y corazón de esta vivienda.
Marottoli además trabaja aquí; como arquitecto especialista en reformas, la cúpula fue su desafío personal. “Cuando decidí comprarla, y después de hacer una limpieza total, me vine con un colchón, con una cafetera, algo de ropa y un tablero de dibujo. Antes de decidir qué hacer, como distribuir los espacios, necesitaba “vivirla”. Valió la pena. Pasaron casi 20 años, la obra demoró casi 7 meses. Recientemente modernicé cocina y baño, así que me siento renovado en mi propia casa. Es fascinante vivir en esta cúpula”, cuenta el arquitecto.
Interesado en la jardinería, su terraza da cuenta de esto. De a poco la fue llenando de plantas, arbustos, suculentas, arbolitos -dos frondosos acer japoneses crecen robustos en macetas- y aromáticas.
Su cúpula es como un sueño cumplido: “De chico tenía la fantasía de poder vivir en una. Me fascinaba ver en las películas a los artistas trabajando en sus ateliers, ubicados en cúpulas o en los coronamientos de los edificios. Con el destello de las luces de neón ingresando por las ventanas. De noche, este lugar es aún más atractivo”.
Pero ¿hay un lado B de habitar una cúpula? El arquitecto no lo ha encontrado. Increíblemente, y pese a la ubicación, el sonido no invade la terraza, menos aún el interior de su vivienda. Los sonidos del tráfico se oyen lejanos. Sin embargo, lo que sí perturba es el ruido de las batucadas que comienzan a sentirse desde temprano cuando hay jornada de protestas y cortes. Pero no se debería culpar a la cúpula de la agenda política y social que se despliega en territorio porteño todas las semanas.
Como se dijo, la obra original pertenece al arquitecto Augusto Plou. En Buenos Aires construyó decenas de edificios, algunos de ellos icónicos, como el Hotel Metropole, en la esquina de Avenida de Mayo y Salta. El edificio ocupa toda la parcela sobre la calle Salta, hasta la esquina de Rivadavia. Es así que ambas esquinas se encuentran coronadas por cúpulas. Se construyó específicamente para su uso como hotel, uno de los primeros en Buenos Aires, aunque después se transformó en un edificio de viviendas y oficinas.
“Las cúpulas siempre generan curiosidad. Una de las pregunta que más me hacen mis seguidores es ‘¿Qué hay adentro de tal cúpula?’. Despiertan fantasías, algunas son novelescas”, dijo a Clarín Adriana Cichero. En Instagram es “La reina de las Cúpulas” y su cuenta fue destacada por la Legislatura porteña como de “Interés Cultural” por la difusión arquitectónica que realiza a través de ella.
Cichero tiene relevadas 207 cúpulas y las geolocalizó en un Google Maps. Cada entrada del mapa tiene los datos de la obra, cuándo se construyó, quién es el autor o autora, detalles del estilo arquitectónico e historias sobre las cúpulas. Se estima que hay alrededor de 300, pero no se sabe con certeza. Quizá el trabajo de Adriana ayude a revelar el dato.
“Quizá hay cúpulas en las que se nota claramente que alguien puede vivir o que puede haber oficinas. Es el caso de una de las cúpulas Bencich en Diagonal Norte y Florida. Es enorme, tiene varios pisos y efectivamente, hay oficinas. O la del arquitecto Marottoli, al estar apoyada sobre la terraza, uno imagina que vivir allí es más sencillo. Pero hay muchas en las que es dificil imaginar que ocurre. Por ejemplo, las del Pasaje Rivarola. Son bonitas, hermosas. Pero son simplemente bauleras”, revela.
Las cúpulas del Pasaje Rivarola -que atraviesa la manzana conformada por las calles Bartolomé Mitre, Talcahuano, Perón y Uruguay- son cuatro. Enmarcan las esquinas de este pasaje de una cuadra, ubicado en el barrio de San Nicolás. Que por otra parte tiene una curiosidad: las edificaciones son todas iguales, conforman una fachada homogénea y unificada de punta a punta. Por eso muchos la conocen como “la cuadra espejo”.
Cichero apunta otras dos cúpulas curiosas, no sólo porque son maravillosas, sino por sus usos. Las del Otto Wulff -en Perú y Belgrano, actualmente la fachada del edificio se encuentra en restauración- y la del edificio ubicado en Callao 820, esquina Córdoba, una obra soberbia del italiano Ferruccio Corbellani. Las cúpulas de estos edificios son en realidad reservorios de agua.
FUENTE: Silvia Gómez – www.clarin.com