Flavia Zorzi es mamá de dos niños de 8 y 2 años. Difícilmente pueda retarlos cuando se ensucian la ropa porque ella misma vive de remover la tierra para hallar fragmentos de historia. Pero cuando no está metida dentro de un pozo, se calza unos tacones de baile y da clases de tango. Lo que se dice… una mujer “todoterreno”.
Así que arqueóloga y profesora de tango…
F.Z: Y también docente de lengua italiana para adultos. Todo cobra sentido en un modo muy lindo cuando esas distintas pasiones se encuentran en un único proyecto.
¿Cuándo decidiste que ibas a ser arqueóloga?
F.Z: Mi vocación por la arqueología se despertó tempranamente, en tercer grado de la primaria, cuando mi maestra Fernanda Aragona nos habló de los egipcios, los asirios, los griegos y nos explicó que las disciplinas históricas eran muchas y que trabajaban en conjunto y con distintas fuentes de información. Me enamoré de la arqueología por su relación con la materialidad. A través del estudio de lo material, la arqueología nos da la posibilidad de contar siempre nuevas historias, desconocidas o diferentes en muchos casos a aquellas escritas; historias mínimas que se interrelacionan de forma muy compleja.
Y también se relaciona mucho con el ser humano, ¿no?
F.Z: Totalmente. Los objetos que usamos, el modo en el que organizamos nuestro espacio cotidiano y nuestros rituales, todo eso habla tanto de nosotros que, a medida que interpretamos los restos del pasado, los arqueólogos podemos ir armando una especie de diario íntimo de la humanidad, un diario honesto en el que se ve lo mejor y lo peor de nosotros.
¿Qué es lo que ms te fascina de hurgar en nuestra historia?
F.Z: Hay un aspecto lúdico y fascinante de encontrar y coleccionar. Es difícil transmitir con palabras la emoción que se siente al tocar una vasija después de cientos de años en los que estuvo enterrada y descubrir en ella la huella digital del alfarero que la confeccionó; o al encontrar en un libro la imagen de un objeto igual a aquél que encontraste y que te estaba intrigando desde hace meses.
¿Qué lecciones nos deja la arqueología?
F.Z: Que todo tiene un origen histórico y que por lo tanto hubo y hay muchos mundos posibles. No hay determinismos lineales, no hay status quo que no pueda ser revertido. En la historia hay relaciones de poder, hay adaptaciones y también hay resistencia, creatividad, y un grado de azar que no puede dejarse de lado.
¿Cómo es vivir de una vocación que se choca todo el tiempo con el boom inmobiliario, por ejemplo?
F.Z: Bueno, en el mundo del “soltar”, la arqueología insiste con recuperar; en una sociedad que demuele, la arqueología insiste con el valor de conservar. Vuelve al pasado y lo convoca para que interpele nuestro presente y nos ayude a explicar por qué vivimos así y qué otras opciones tenemos para ser siempre un poco más sabios, más sensibles y menos injustos. Como verás, los años no me roban lo idealista. Tampoco las dificultades que conlleva intentar vivir de una vocación tan poco convencional.
¿Quienes confiaron en vos para llegar hasta acá?
F.Z: Mi carrera como arqueóloga la desarrollo bajo el abrigo de una institución de la que me siento muy orgullosa: el Centro de Arqueología Urbana (CAU, FADU, UBA), dirigido por Daniel Schávelzon y desde hace unos años también en el museo de sitio Cassa Lepage-Pasaje Belgrano. En ese magnífico edificio participé de numerosas excavaciones que tuvieron como resultado los hallazgos que estudié para mi tesis de Licenciatura y que le dieron un giro a mi carrera como arqueóloga.
¿Qué encontraste en esas excavaciones?
F.Z: Infinidad de materiales muy bien conservados de la Buenos Aires de los siglos XVII, XVIII y XIX que hoy se exhiben en el museo de sitio del que soy curadora. La colección incluye materiales alucinantes como la vajilla portuguesa y los vidrios venecianos del siglo XVII, la cerámica de tradición indígena, cuentas de collar, pipas de fumar, entre otros muchos. Es impresionante todo lo que aprendí de esos miles de fragmentos y lo que todavía hay por descubrir.
¿Contaste con algún tipo de apoyo?
F.Z: Sí, del CONICET, a través de la beca doctoral que me otorgó, y sobre todo gracias a los mismos propietarios y responsables del predio, en primer lugar a la Arq. Ana María Carrió, quien decidió poner en valor el edificio en lugar de demolerlo, y además se propuso impulsar su estudio para lograr reconstruir su historia.
¿Desarrollaste toda tu carrera en Buenos Aires?
F.Z: Sí, casi toda. Buenos Aires es mi lugar en el mundo, una ciudad que me habla en distintos idiomas: el de la Arqueología, el de la Arquitectura, el de la Historia, el del Arte, el del Paisaje, el del Tango. Trabajando en plazas, veredas, patios, atrios, conventillos, entre otros contextos, fui alimentando mi amor por la ciudad y comprendiéndola cada vez más. La Arqueología en Buenos Aires me regaló muchos momentos de gran emoción y rodeados de gente muy valiosa: participar en la apoyatura arqueológica a la restauración de la pirámide de Mayo con el Arq. Magadán, asistir al hallazgo de la tumba de Facundo Quiroga o excavar en el Jardín Botánico, entre otras muchas andanzas con Schávelzon, excavar un pozo del siglo XVIII en Barrancas de Belgrano junto al equipo de la entonces Dirección General de Patrimonio del GCBA.
Una profesión que te ha dado muchas satisfacciones…
F.Z: Definitivamente. Tuve también la oportunidad de viajar por el país, integrando equipos y asesorando a personas e instituciones que se proponen conservar y dar a conocer el patrimonio cultural. También tuve la suerte de participar de proyectos didácticos que me llenaron de orgullo y esperanza, como Tecnópolis, donde contribuí elaborando contenidos junto a la Fundación Azara.
Podemos decir que has recorrido un largo camino muchacha…
F.Z: Llevo una vida movidita pero con la suerte de poder dedicarme a lo que elegí y elegiría de nuevo si volviera a nacer.
FUENTE: Mariela Blanco – www.infoveloz.com