Tiempo de cambios. Mientras los millennials siguen “rompiendo reglas” e influyen en la forma en la que se trabaja, desarrolladores, brokers y empresas intentan entender los nuevos códigos para mantener, desde los espacios físicos, más contentos a los empleados. Nada parece ser igual a una década atrás: el llamado boom del coworking ya impuso modificaciones en las oficinas tradicionales que, además, han dejado de circunscribirse al microcentro porteño o a Catalinas. Y como si esto fuera poco, los estándares ambientales también resultan disruptivos en relación al pasado. Ante la pregunta de si ¿desaparecerán las oficinas tal como las conocimos hasta hoy? Juan Pablo Gutiérrez, consultor especializado en este segmento, responde negativamente a este primer interrogante, pero destaca que de la sinergia y la armonía entre algo nuevo como el coworking y un espacio tradicional surgen nuevos conceptos “más relajados”. “Las diferencias pasan por el interiorismo antes que por los metros construidos”, agrega el consultor.
“Las condiciones de trabajo son ahora más amigables, con espacios destinados al relax y a la distracción, con juegos como el metegol, cómodos sillones y televisión LED. Y la vanguardia se expresa en las plantas abiertas, sin posiciones fijas”, describe y ejemplifica. ¿Y qué queda hoy de la oficina clásica? Según explican en el sector, el abordaje debiera ser distinto y la pregunta, en tal caso, debiera ser: ¿qué queda del clásico oficinista? De acuerdo con Pablo Sánchez, gerente de La Comunidad de Negocios Inmobiliarios (LCNI), espacio de coworking dedicado a los negocios inmobiliarios, las oficinas no desaparecerán pero sí se aggiornarán al estilo que, justamente, proponen las nuevas generaciones. “No es el espacio de trabajo el que genera el cambio si no que son sus usuarios quienes lo modifican, convirtiéndolo en más flexible tanto desde lo arquitectónico como desde lo operacional, lo funcional y lo conceptual para responder a sus necesidades, que no son otras que las propias de su generación”, define y precisa el ejecutivo. Los números, por lo pronto, describen una tendencia.
Según informan en LCNI, en 2010 había poco más de 400 espacios en todo el mundo, en 2017 se contabilizaron 14.000 y este año se espera que alcance los 25.000. Otras fuentes indican que estos espacios colaborativos se duplican cada año. De cualquier modo, en el sector señalan que el coworking sólo representa entre un 1 y un 5 por ciento del stock total de oficinas de las principales ciudades del mundo, por lo que el riesgo de una desaparición de la propuesta tradicional estaría muy lejos de concretarse. Así y todo, demanda y oferta parecen haberse puesto de acuerdo en motorizar cambios que no tendrán vuelta atrás.
Por caso, las grandes corporaciones, las clásicas demandantes de oficinas, adhieren cada vez más masivamente al sistema de certificación LEED, una marca reconocida, símbolo de una mayor eficiencia energética y cuidado medioambiental. En los hechos, esto se traduce en métodos de desarrollo con materiales y diseños sustentables: techos verdes, sistemas para uso eficiente del agua y de la energía, así como reducción de los desechos y de la contaminación enviada al medioambiente. “La facilidad para las bicicletas tiene que ver con estas disposiciones”, puntualiza el consultor Gutiérrez, subrayando un punto donde la iniciativa del desarrollador coincide con la demanda del usuario.
Pero los cambios no se reducen a los desarrollos más recientes que consideran los criterios ambientales y las exigencias de la nueva fuerza laboral si no que también incluyen a lo urbanístico. Así, han surgido -y surgen– nuevos polos corporativos que redibujan y rediseñan la ciudad. Además, el negocio inmobiliario acompaña.
Según explican en Cushman & Wakefield, empresa global de servicios inmobiliarios especializada en oficinas, en las últimas décadas, el mercado de oficinas clase A de la Capital Federal se fue descomprimiendo desde las zonas céntricas hacia áreas periféricas. “Las empresas y el comercio pueden desarrollar sus actividades sin necesidad de ingresar al centro tradicional, favoreciendo los tiempos de movilidad que impactan en la calidad de vida”, apunta Hernán Castro, broker senior de la compañía.
“Las últimas tendencias apuntan a que el espacio público esté integrado a los nuevos edificios”, destacan en Cushman & Wakefield, remarcando otro aspecto que, también, parece haber llegado para quedarse: la incorporación del espacio público en los nuevos proyectos, con senderos, bicisendas y hasta transportes propios de estas nuevas áreas corporativas.
El lado B del coworking
“En la actualidad, hay arquitectos muy preocupados porque piensan que no se van a hacer más proyectos, desarrolladores que temen sobre el futuro de las oficinas y empresarios que están tomando decisiones equivocadas, dejándose llevar por un tipo de negocio que parece atractivo sin pensar en la estrategia general”, alerta María Cristobal, socia fundadora de Buenos Aires Planning, empresa dedicada al planeamiento de espacios y arquitectura corporativa, en relación a las desventajas y el supuesto lado B del trabajo colaborativo.
“Hay empresarios que deciden sobre los espacios de trabajo de una empresa subiéndose a una tendencia y se dejan seducir por lo nuevo, por lo que hoy resulta “cool” y por una diferencia de costo a corto plazo, sin analizar los pros y los contra de algo que, sin duda, no es para todos los tipos de negocio”, aconseja la consultora, quien enfatiza que las consecuencias del coworking no son todas bondades. “No hay presencia de marca; no hay logos, colores, ni uniformes, ni ninguna identidad marcaria ya que el sistema no lo permite”, introduce.
De acuerdo con la consultora, no hay cultura organizacional homogénea, ya que el sistema fue creado inicialmente para “personas iguales trabajando juntas”, mayormente profesionales independientes, emprendedores o empresas chicas. “Los problemas surgen cuando los lugares son ocupados por grupos de empresas con distinta cultura, salvo que tomen un piso entero”, explica Cristobal, remarcando que si la idea es crear una cultura organizacional, el sistema de coworking no lo permitirá.
Según la experiencia de Buenos Aires Planning, en algunos espacios de coworking se han establecido empresas de más 200 personas tomando varios pisos. En los eventos sociales o culturales que se realizan en el edificio, alentando el concepto de comunidad con el que se creó el sistema, estas empresas grandes son una comunidad en sí mismas que no se une a la que ocupa el resto del edificio, y allí la interacción entre “iguales” desaparece.
Pero hay más. Para la consultora, también hay un tema de sobreocupación: los edificios no están preparados para la cantidad de personas por metros cuadrados que tienen los pisos, por lo que el déficit de ascensores es “notable” .Asimismo, recomienda clave, tener en cuenta las salidas de emergencia, ya que hay veces que las escaleras no pueden tomar la cantidad de gente de todo el edificio .”Las empresas pueden resolver la disminución de empleados, porque el sistema le ofrece un cambio rápido en su lay out, pero si una empresa tiene cuatro personas en un cubículo y quiere pasar a seis o crece lentamente se encarece el costo, y probablemente se tenga que mudar cada vez que incorpore gente porque puede ser que no haya lugar”, explica. “Por último, las incubadoras de empresas y los centros de negocios no parecen encajar en el modelo coworking, ya que a menudo no fomentan la vida social y en colaboración, ya que, por cierto, conspiran para mantener en secreto cualquier proyecto”, finaliza la especialista.
FUENTE: lanacion.com.ar