Magdalena Eggers es arquitecta, especialista en normativa de la Ciudad, un aspecto sensible que atraviesa el corazón de la puja inmobiliaria. Allí se trenza la protección patrimonial y la vida en los barrios todavía poblados por casas bajas con el avance del negocio inmobiliario y las constructoras de grandes edificios. Ahí, en la letra chica del Código Urbanístico, en las catalogaciones de inmuebles y las decisiones de los órganos consultivos, se juega la fisonomía, la densidad y la habitabilidad de la Ciudad de Buenos Aires.
Para Eggers, sin embargo, el último Código aprobado por la Legislatura en 2018, en conjunto con las modificaciones votadas posteriormente, “arrasa con la identidad” de los barrios. “Las normas no se avienen a las identidades, sino a lo que se puede construir: cada terreno vale por la capacidad constructiva”, advierte. “No hay un concepto a lo largo del tiempo, la administración actual va a abriendo brechas, en especial de donde puedan sacar dinero, y así van explotando los lugares, vendiendo tierras públicas. No hay un plan”, dice a Diario Z.
Desde el punto de vista normativo, ¿qué tipo de ciudad se plantea?
Se toma en cuenta el patrimonio en determinadas zonas patrimoniales, como las áreas de protección histórica. Pero el patrimonio es mucho más que eso: es la identidad de los barrios. Este Código (NdelaR: se refiere al Código Urbanístico votado en 2018) arrasa con esa identidad porque los barrios de casas bajas, con jardines al frente, con esta normativa, se terminan.
¿Cuándo comenzó ese proceso y qué ha pasado en los últimos años?
La identidad se pierde cuando las normas permiten construcciones que no respetan la vida de los barrios. Por ejemplo, Saavedra y Nuñez son barrios donde hay muchas casas bajas. Pero ahora se pueden construir edificios que rompen la trama y van masificando. Por otra parte, en La Boca se construye igual que en Palermo, no va a existir más esa riqueza identitaria. Las normas no se avienen a las identidades, sino a lo que se puede construir: cada terreno vale por la capacidad constructiva. En función de eso, se piensa la Ciudad.
¿Qué significa el patrimonio para una ciudad como Buenos Aires? ¿Cómo se resuelve la tensión entre conservacionismo y progreso?
La Ciudad tiene un patrimonio que recién hace 20 años se empezó a rescatar. Antes, esta preocupación no existía. Ahora se tiene en cuenta, hay recorridos barriales que antes ni se pensaban. Incluso los vecinos tienen mucho más conciencia de lo que significa el patrimonio. Yo soy partidaria de las mixturas entre lo nuevo y lo viejo, donde se armonizan las funciones. No me gusta que quede todo como una pieza de museo, que no se pueda utilizar. En ese sentido también avanzan las técnicas actuales de patrimonio.
En ciertas zonas existe un incremento de demoliciones de esquinas que, si bien pueden no tener alto valor patrimonial, sí le dan una impronta. También empezaron a verse edificios que mantienen parte de su fachada pero detrás y arriba construyen ampliaciones “modernas”. ¿Está de acuerdo con ese criterio?
Hay muchas casas que se catalogaron como patrimonio, tal vez por tener una fachada italianizante. En realidad, no tienen mucho valor, pero se conservaron igual. Entonces, el avance inmobiliario empezó a pedir excepciones para construir detrás, y así no perder capacidad constructiva, respetando la fachada. Esto queda como un mamarracho. La verdad es que en definitiva son tan culpables los que hacen esos mamarrachos como los que lo catalogan.
¿Cree que hay una planificación concreta de Ciudad?
No creo que haya planificación. El Plan Urbano Ambiental está desactualizado y no hay interés por actualizarlo. No hay un concepto a lo largo del tiempo, sino que la administración actual va a abriendo brechas, en especial de donde puedan sacar dinero, y así van explotando los lugares, vendiendo tierras públicas. No hay un plan.
FUENTE: diarioz.com.ar