Hace ya varias décadas que el barrio perdió el olor al café que solo algunos conocieron, pero esta semana la manzana de San Juan al 2700 donde durante el inicio del siglo XX funcionó la planta de Café Onkel también perdió la vieja chimenea e incluso, un poco antes, la fachada art decó donde aún permanecían las antiguas letras con el nombre de la fábrica y de su dueño, Gregorio Bustinza. Reconvertida en estacionamiento , los vecinos intentaron salvaguardar el terreno de la construcción de una nueva torre de departamentos y en junio de este año la concejala del bloque Iniciativa Popular, Fernanda Gigliani, presentó un pedido al Ejecutivo a través del que reclamó que se remitiera el dictamen de la comisión evaluadora de Preservación del Patrimonio, que permitía su demolición, un requisito establecido por ordenanza en 1984 para todas las construcciones anteriores a 1953 que estén catalogadas o no como de valor patrimonial. La respuesta del Palacio de los Leones “no llegó nunca”, dijo Gigliani y los desarrolladores avanzaron. Así, de Onkel en esa cuadra ya no queda casi nada.
Onkel se presentaba en los años 40 como una “marca de prestigio que se comercializa en el norte y centro de Argentina desde 1904”, y así se lee en las viejas viñetas donde además se define como importadora de “cafés finos”. Para diciembre de 1947, la empresa con sede en Rosario indicaba tener sus oficinas comerciales en la esquina de Mitre y Rioja, y su planta en San Juan 2741 al 53.
Justamente en ese tramo se levantaba el afamado frente art decó donde se leía en uno de sus ingresos Café Onkel y en otra de las entradas Gregorio Bustinza, el nombre de quien fuera el fundador de una empresa que aún hoy sigue operando en el mercado.
Tal fue su presencia en la ciudad que el mítico Club Onkel de barrio Las Delicias lleva su nombre justamente por la fábrica que en 1953, cuando se formalizó el nacimiento del club, donó las primeras camisetas. Cuenta la historia que la entidad fue tomando forma entre un grupo de amigos que organizaron un club de fútbol y uno de ellos, con contactos con la empresa cafetera, consiguió que les donara primer juego de camisetas, con rayas blancas y negras verticales, lo que le dio a la empresa un lugar en el escudo del nuevo club que tomó su nombre como gesto de agradecimiento.
Transición y demolición
Es cierto que hace décadas que la planta de café ya no funciona en el terreno de San Juan al 2700, sin embargo la marca en el barrio es indeleble. El espacio continuó funcionando como cochera y detrás aún se levantaba hasta esta semana la vieja chimenea de ladrillos que fue demolida a masazos.
Aunque son pocos los vecinos que aún recuerdan el olor del café en la manzana, hubo quienes intentaron evitar la pérdida. Si bien resultaba difícil evitar que cambiara de uso, el objetivo central era preservar aunque sea los elementos más significativos: la fachada, las letras y la chimenea.
Para eso, pusieron a mover información en redes sociales a través de un perfil de Facebook y a mediados de este año acercaron la inquietud al Concejo Municipal y fue la presidenta de la comisión de Planeamiento la que tomó la posta y presentó un proyecto de ordenanza aprobado en el recinto de sesiones el 24 de junio.
Allí, a sabiendas de que el inmueble no estaba catalogado como de valor patrimonial y por lo tanto no contaba con protección para su demolición, Gigliani le pidió al Ejecutivo que remitiera el dictamen de la comisión evaluadora de Preservación del Patrimonio que permitía su demolición, un requisito establecido también por ordenanza en 1984 para todas las construcciones levantadas antes de 1953, se encuentren o no en el catálogo.
La normativa indica también que, en caso de incumplimiento, la obra debería paralizarse y aplicarse las sanciones establecidas, todo en un plazo de 15 días.
No solo ese lapso nunca se cumplió, sino que además la concejala afirmó que “nunca respondieron”. En el mientras tanto, fábrica, frente y chimenea fueron demolidos. Los vecinos lo único que se pregunta es “¿quién controla?”.
Cómo se cuida el patrimonio
La inquietud de quienes viven en esas cuadras no solo pasa por Onkel, que resultó ser la expresión más brutal de los cambios que sufren en ese barrio así como muchos otros de la ciudad.
En ese marco, Gigliani recordó un decisión clave tomada durante la intendencia de Miguel Lifschitz, que aún tiene consecuencias.
“Si bien en 2012 hubo un cambio de normativa, en ese momento el intendente estableció que quienes tuvieran en sus manos certificados urbanísticos (un trámite que se hace en la Municipalidad y que es el documento de identidad de los terrenos y establece qué se puede hacer y qué no) incluso anteriores a la fecha del cambio de las reglamentaciones, podían seguir construyendo de acuerdo a la vieja normativa”, recordó la edila y señaló que eso provocó una catarata de pedidos por parte de los desarrolladores para asegurarse la construcción bajo las reglas del juego que ya no estaban en vigencia.
Para Gigliani, que hizo el mismo planteo respecto de la esquina del pasaje Simeoni y Mitre, “la ciudad se debe un debate sobre qué quiere que esté en el catálogo de patrimonio y qué no, pero además qué hacer con esos espacios que no tienen valor arquitectónico, pero sí valor cultural y simbólico, como es este caso”.
Y agregó que para eso es necesario “tomar una decisión política” y consideró que “para esos lugares que se definan importantes, el municipio y la provincia deben avanzar en sus expropiaciones, porque si hay consenso en que deben protegerse por un interés colectivo, también debe tomarse una medida que dé respuesta a quienes son propietarios de esos inmuebles”.
FUENTE: Eugenia Langone – www.lacapital.com.ar
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