Andar en uniciclo sin pedalear, en monopatín sin impulsarse con los pies y hasta en patines sin patinar: los medios de transporte eléctricos invaden las bicisendas porteñas para recelo de los ciclistas tradicionales y sorpresa de los peatones.
Nicolás Fernández se desplaza por Belgrano cual ser del futuro o joven levitante, en perfecta línea recta, pero sin mover los brazos ni las piernas. La gente lo mira de arriba abajo hasta llegar a los pies, en los que tiene una especie de rueda negra con un estribo a cada lado. “Es un airwheel”, explica, amable, a los curiosos. En castellano, un uniciclo eléctrico en el que se va parado, sin pedalear. El joven peluquero es también un fanático de la tecnología y los gadgets que hace tres años vio el artefacto en internet y se enamoró. Logró enviarlo de Hong Kong a Estados Unidos y de ahí a Saavedra, donde vive. Desde entonces lo usa siempre que no llueve para ir desde su casa hasta su trabajo en Belgrano. A la velocidad máxima, unos 18 kilómetros por hora, recorre el trayecto en 15 minutos, media hora menos de lo que le demandaría caminar. “Me encanta porque es supertrasladable. Tiene autonomía de unos 15 kilómetros y por lo general con eso me sobra. Pero si se apaga, lo agarro, me subo a un bondi y sigo”, describe.
La tendencia de los medios de transporte eléctricos, ya instaladísima en Europa, no para de crecer a nivel local. Con su consecuente planteo legislativo: si en España cada ciudad está elaborando ordenanzas municipales sobre los llamados “vehículos de movilidad personal”, en la ciudad de Buenos Aires se está preparando una ley para regular los monopatines eléctricos. El plan es incorporarlos al Código de Tránsito porteño (las bicicletas eléctricas ya lo están). Cada aparición abre un nuevo desafío normativo.
Del lado de los usuarios, los vehículos de transporte eléctrico son ideales para circular por bicisendas, pueden combinarse con otros medios de transporte, permiten reducir enormemente los tiempos de viaje, son ecológicos y, pasada la alta inversión inicial, de muy bajo costo mensual. Por todos esos motivos, cada vez más personas los eligen para ir a trabajar, hacer compras o simplemente trasladarse de manera más lúdica.
“Tenés como un retroceso, tengo 47 años y me siento un chico. Me parece muy divertido moverme en esto”, dice Cristian Lema acerca de su monopatín eléctrico. Los conoció en un viaje a Europa hace dos años, se compró uno de marca alemana y está encantado. Lo usa todos los días para ir a trabajar en el área de finanzas de una empresa de pintura, hacer compras de volumen discreto o salir a comer afuera. “Vivo en Martínez, trabajo en Vicente López y una vez por semana voy al centro. A veces me voy en tren y vuelvo andando en monopatín, tardo apenas veintipico minutos. Si llueve o me da fiaca, lo pliego y me subo a un taxi, un colectivo o un Uber. Es comodísimo”, cuenta. El suyo tiene una autonomía de 22 kilómetros y se carga “como un celular”: cuando llega a la oficina, basta enchufarlo tres horas para volver a salir. Ya les extendió el fanatismo a sus tres hijos.
“Es el gadget del momento”, sostiene Alejandro Toscani, de GoMobility, una empresa de soluciones de movilidad sustentable. Según informa, su producto estrella, el scooter eléctrico marca Segway, hoy tiene una demanda que supera la oferta. “No hay scooter que alcance”, dice. Más allá de ese producto, pronto llegarán otras novedades: “Estamos trayendo otras soluciones de movilidad para particulares y empresas. Una es el MiniPRO, que tiene dos ruedas paralelas, y otro es el Briex1, que es como si les pusieras a tus zapatillas una rueda y vos te desplazaras eléctricamente”. Se encaminan los patines eléctricos.
El scooter que comercializa su empresa tiene una autonomía promedio de 30 kilómetros y velocidad controlada que permite ir hasta 25km/h. “Es como un tipo andando rápido en bicicleta”, dice. El consumo, afirma, es como el de un celular. “Es fantástico, en tres horas tenés una carga completa. También lo podés plegar automáticamente con un pie y llevarlo como una valija. En Buenos Aires hay una red de ciclovías de 220 kilómetros y muchas posibilidades de hacer el famoso commute”, cuenta.
La cuestión de costos juega a la hora de elegir un transporte eléctrico. Los monopatines oscilan entre los $30.000 y $55.000. Las bicicletas van de $28.000 a $75.000. Hay quienes comparan los costos fijos de un auto y se inclinan por las e-bikes. “La bicicleta eléctrica que entregué ayer la compró un señor que quería dejar de gastar $10.000 por mes de nafta”, explica Alejandro Stern, socio de Frank e-Bikes, una creciente empresa de Vicente López.
Según sus cálculos, un auto promedio consume $4,5 por kilómetro, mientras que la bicicleta consume $0,0256 (en concepto del gasto de la electricidad que se consume para cargarla). Partiendo de una distancia de 60 kilómetros por día, que es la autonomía que tienen sus bicicletas, entonces en cinco días laborables quien recorre esa distancia en auto gasta $5400 de nafta al mes, contra alguien que gasta $31 de electricidad. “Y eso es solo contemplando el gasto de nafta de un auto, sin patentes ni seguros ni garaje. La bicicleta solo contando combustible se repaga en un año”, indica. Stern se dirige a un público exigente con el diseño y las terminaciones a medida. Y asegura que la altísima calidad de sus bicicletas les garantiza no tener que pasar por mantenimiento durante dos años.
Matías Losoviz podría considerarse un cliente exigente. Se compró su primera e-bike hace diez años y ya va por la sexta. “La primera me la tuve que traer de afuera, era una Prodeco plegable que no se conseguía acá. Una porquería rodado 20 con un motor adelante que pesaba mucho y se le pinchaban las gomas todo el tiempo. Después tuve una bici china no muy buena, una Vayro, una que tenía buen motor, pero se me partió el cuadro, y otras dos más”, enumera. Hace menos de un mes tiene una Frank Elegance, que lo hace feliz por dos motivos particulares: tiene cubiertas macizas, sin aire, que no se pinchan, y en el espacio donde podría ir el agua ubicó un viejo parlante redondo que entra justo y puede ir escuchando música sin auriculares. Cuenta que la gente lo ve pasar y se ríe.
“Trabajo en sistemas y soy un enfermo de los chiches electrónicos. Me gustan las motos, pero sé que en una me mato, por lo que busqué algo intermedio”, aclara. Su trabajo lo hace rotar diariamente entre muchas oficinas y la bici eléctrica es una gran aliada para no llegar transpirado a cada cita. Por lo general, recorre entre 40 y 50 kilómetros diarios entre Vicente López, Floresta, el centro y Belgrano, siempre en la modalidad de pedaleo asistido.
En el centro o cualquier otro lado la guarda en un garaje por la tarifa reducida para bicis, y confiesa que muchas veces ni le cobran. “Esta mañana arranqué en Vicente López y ahora estoy en San Martín y Tucumán. ¿Querés saber cuánto tardé en llegar? Media hora”, destaca.
FUENTE: María Ayzaguer – www.lanacion.com.ar