Unas escaleras separan el complejo del resto del tejido urbano. Cuando se suben los escalones que separan lo público de lo privado, el recibimiento lo hace un gran portero con unos 400 timbres, correspondientes a los respectivos departamentos de las dos torres que, en conjunto, los rosarinos que fueron testigo de la construcción bautizaron como El Palomar.
En planta baja están las cocheras. En el entrepiso, un gran patio y varios locales comerciales que hoy son de uso exclusivo para los residentes. Hay una lavandería, un salón de estética, un bar en el que se puede disfrutar por ejemplo como oferta del día tallarines con tuco. Pasillos al aire libre, paliers sin techos y hasta una cabina de teléfono que no recibe más cospeles. Es lo que asoma primero cuando se ingresa a ese mini mundo ubicado en Colón y Mendoza, en pleno corazón de barrio Martin.
¿Por qué ahí, y desde cuándo? El arquitecto José Hernández Díaz dirigió la construcción del edificio por encargo de la Cooperativa de Vivienda entre 1967 y 1971. Un sitio cerca del río, en la esquina donde estaba la yerbatera Martin, en el área central de la ciudad. El arquitecto Pablo Mercado habló con El Ciudadano y explicó los detalles del gran edificio dividido en dos torres.
Mercado es miembro de Ohache, asociación civil sin fines de lucro que desde 2018 realiza las ya tradicionales actividades Open House Rosario, Rosario ilumina y Rosario camina. También integra la Comisión de Patrimonio del Colegio de Arquitectos Distrito 2 desde 1998 y organiza recorridos para grupos como Fotografía y Estampas del Rosario Antiguo, Basta de Demoliciones y Rosario Secreta. Participó de publicaciones como Guía de arquitectura de Rosario (editada por la Junta de Andalucía y la UNR en 2002), Le Monnier, arquitectura francesa en la Argentina, Arquitectos Españoles en Argentina y Casas Blancas, una propuesta alternativa, editado por Cedodal.
“Es una vivienda social, una puesta de desarrollo accesible a la clase trabajadora, para que tenga acceso a la vivienda propia en una zona central, cerca de los trabajos”, explicó Mercado. Y repasó las singularidades que emergen de esa intención: “Lo interesante de este edificio es que está pensado en un sistema de cooperativa, en un terreno ubicado en un área central, cercano a la plaza 25 de Mayo, a las escuelas Normal 1 y Normal 2, a los sistema de salud municipales”, enumera explicando la importancia de su construcción, desarrollo y hacia quienes estaba destinado el proyecto.
A El Palomar lo constituyen dos monobloques de 20 pisos cada uno. Ambos se encuentran separados y divididos con diferentes orientaciones en el terreno. La torre A en el centro y la B en la parte trasera, entre medianeras. Fueron construidos con placas de hormigón, con una repetición modular. “Cuando aún no tenía las paredes de cierre, se podía ver y efectivamente parecía un Palomar, de allí su nombre”, explicó Mercado. Para el arquitecto, aunque el mote alude a la uniformidad y en ese sentido puede sonar peyorativo, cada vivienda marcaba y marca un estilo individual y si bien el concepto lo identifica, no lo destruye en el lenguaje racionalista.
Es una construcción que fue pensada para incluir a un sector de la sociedad que no tenía un alto poder adquisitivo, una clase trabajadora con aspiraciones a una vivienda propia.
Un espacio abierto
Pablo recuerda sus vínculos personales con el complejo: de chico iba a jugar con la bicicleta al patio de El Palomar, donde tenía amigos. Las escaleras que dividen y separan la propiedad privada le parecían entonces enormes, y una incomodidad sortearlas con su bici a cuestas.
Otros tiempos que, aunque no tan lejanos, eran muy diferentes. Se podía jugar en la plaza, los negocios estaban abiertos al vecindario porque nadie pensaba en la necesidad de las rejas que ahora cercan el predio, con portones y llaves de contacto de acceso para franquear el paso sólo a los habitantes del complejo. Poco a poco, la impronta de un edificio céntrico para sectores medios cedió a la imagen de un barrio privado. En sus límites y en el interior: la encargada de la administración explicó que cada propietario o inquilino de los 400 departamentos tiene acceso privado a la puerta que separa el ascensor del palier del piso donde vive. Y agregó un dato singular: la estructura es antisísimica.
Mercado resumió la transformación: ya no es ese edificio abierto al entorno, con cocheras y una plaza accesibles para que los chicos jueguen con sus amigos del barrio.
Concepto abierto
En sus departamentos no hay ventanas que lleguen hasta abajo, porque Fernández Díaz no tenía la idea de grandes ventanales, sino que haya un mueble debajo de la ventana, tiene una persiana que desaparece (es un juego de dos placas), queda escondida cuando se baja, una sobre la otra.
El concepto de pasillo abierto, como el que también construyó Fernández Díaz en el edificio Guernica en Whellright y Corrientes (edificio triangular).
FUENTE: Ana Cecilia Berdicever – www.elciudadanoweb.com