Sólo quedaron en pie dos vigas de la sede de la Asociación Mutual Israelita Argentina (Amia) en Once, tras el atentado del 18 de julio de 1994, en el que mataron a 85 personas. Y Martín Ron (37) las convirtió este año en piezas clave de un gran mural inaugurado en Pasteur 633: integran la escalera por la que un personaje andrógino se desplaza buscando todavía, más de 24 años después, justicia.
Con esto sobra para entender por qué Martín Ron, uno de los diez mejores muralistas del mundo -según expertos de la publicación neoyorquina Art Democracy-, con unos 450 trabajos pintados acá y en el exterior, elige a esa pieza, titulada El Muro de la Memoria (de 30 metros de alto por 12,5), como una de las fundamentales que creó este año en la Ciudad de Buenos Aires. “Fue muy importante haber sido invitado por AMIA a plasmar todo ese pesar, que hayan confiado en mí para darle mayor visibilidad al reclamo de justicia desde el arte urbano”, explica a Clarín.
Para ofrecer un breve, diverso y necesariamente arbitrario muestrario del street art que nos deja 2018, Clarín también pidió a otros creadores que seleccionaran uno de sus trabajos del año y contaran las razones.
“En el pelo del ‘Rasta’ robótico usé bolsones cartoneros, provistos por la cooperativa de recicladores urbanos El Ceibo. Y para el vestuario del ‘Chino Milenario’, la pelopincho pinchada de mi casa, entre otros elementos”. Así describe Alfredo Segatori las características de su elegido: Tecno Rasta y Chino Milenario (7 metros por 20), hecho en el frente de un bar en Palermo. Pionero del graffiti local en los ‘80 y autor del mural más grande del mundo -El regreso de Quinquela, un homenaje de 2.000 m2 al pintor de La Boca, consagrado en la categoría “hecho por un pintor”, Guinness 2015-, Segatori explica: “Tecno… es parte de la línea de trabajo que más me entusiasma hoy: la del arte+reciclaje, trash art o arte cartonero, como yo lo llamo. Además, fue muy lindo lo que generó la obra con la gente. ¡No paran de sacarle fotos!”
“Coloso olímpico y la Máquina dorada (36m por 18)”, señala, sin titubear, Leandro Frizzera, quien desde 2007 creó unos 300 murales acá y en Europa. Se trata de una hidra de cuatro cabezas con una pelota de fuego. Un “homenaje a la generación dorada del básquet” en la Villa Olímpica, que es parte del documental The Golden Generation, de Juan José Campanella.
Allí, bien al sur de Capital, también se encuentra Juegos (39 m por 12), de Julián Manzelli (aka Chu), referente del grupo Doma. Es una de sus tramas geométricas y livianas, como un lindo sueño, hecha durante los Juegos Olímpicos de la Juventud con aportes de unos 300 atletas. “Empuja a la diversidad y a la colaboración, en medio de tantas grietas”, sintetiza.
Sofi Mele se “enamoró” del muralismo en 2011 y nunca se separó. Elige Jardín Rojo (5 m x 25), hecho en Villa del Parque. “Un paisaje erótico”, describe. “Fantasioso, con flores y frutos carnosos y enormes. Me identifico con la búsqueda del impacto que invita a interpretar y el compromiso de los vecinos del lugar, que lo ‘recuperaron’ e hicieron que la obra fuera posible”.
El street art que conocemos hoy nació en Estados Unidos en la década de 1970 y se extendió por Europa. Acá empezó a ganarse un lugar ya casi en los años ’90. Sobre la movida actual, Ron advierte: “La hacen un cúmulo de artistas apasionados que le dedican muchísimos años a madurar una propuesta interesante, original y disruptiva. Cuando empecé, hace más de 15 años profesionalmente, lo disruptivo era lo gigante, pintar medianeras, hacer pinturas hiperrealistas. Hoy la escena pasa por otro lado. Lo que viene haciendo Jiant con sus neones o ‘NO ME BAÑO’ me parecen muy originales y a mucha gente le encanta. Son infinitas las posibilidades. ¿Lo importante? La autenticidad. Tocar los corazones de la gente, no los bolsillos”.
“A fines de los años ’90, principios de 2000, esta escena era otra cosa -apunta, por su parte, “Chu”-.Todavía buscábamos cambiar el mundo en vez de sumar seguidores. Hoy es un trabajo, con productoras y asistentes, y se puede vivir de esto. Hay cosas buenas y malas. Son tristes los casos donde la esencia misma que dio vida a este movimiento se desvanece. Por otro lado, el desarrollo de murales de gran formato, con equipamiento sofisticado hizo que esta disciplina alcance niveles impresionantes. Y hay un ola de artistas jóvenes súper interesante y que vienen con mucho empuje y una ruta bastante allanada”.
Todos los creadores que aparecen en esta nota coinciden en que el street art creció en popularidad. En que se valora más. Y en que hay todavía muchísimos murales por crear.
Los elegidos:
1) El Muro de la Memoria. Imponente, de 30 metros de alto por 12,5, la obra de Ron reconvierte a las vigas que no cayeron en el atentado a la AMIA en una escalera. Puede evocar a la de los ángeles que, según la Biblia, se le apareció a Jacob, además del reclamo de justicia que muestran los personajes -basados en fotos- representados alrededor En Pasteur 633.
Ron contó que tenía 13 años cuando fue el atentado. Contó que ese día se levantó, prendió la tele, vio el horror y desde entonces recuerda eso, frío y neblina. Y también hay algo helado, algo de gris que se disipa, en este trabajo.
2) Jardín Rojo. Así se titula la obra que Sofi Mele pintó en la esquina de Bufano y Empedrado, en Villa del Parque. Un “bosque erótico”, como ella lo definió, de 25 metros por 5. “Cuando empecé a pensar en el boceto, pasé mucho tiempo observando la obra El jardín de las delicias (cerca de 1500), de El Bosco. Y me imaginaba cuál sería el jardín que me gustaría habitar. Pensé que definitivamente el mío sería rojo y con grandes frutos y flores”, cuenta. “Venía investigando sobre formas orgánicas. La geometría que nos rige, sus puntos de unión. Así que gustó la idea de exagerar gestos en la naturaleza”, agrega.
Mele empezó a pintar en 2011 y ya dejó obra suya en Capital, la Provincia de Buenos Aires, Portugal y España. “El muralismo me encontró de casualidad y me enamoré. Hay algo muy romántico en el intercambio entre el barrio, el muro y el mensajero. No llevo una cuenta de cuántos murales hice, ya que varios no existen más o fueron intervenidos. Creo que cada muro en particular es un desafío nuevo y distinto. Hay mucho por escuchar”, concluye.
3) Coloso olímpico y la Máquina dorada. La hIdra de cuatro cabezas juega al básquet. Hecha de látex y esmalte sintético, se impone con sus 36 metros de altura por 18 de ancho. “Desde pibe dibujo y pinto seres mitológicos fusionados con situaciones cotidianas y cultura pop. En este caso, se trata de un homenaje a la generación dorada de básquet argentino. Es parte de la película The Golden Generation, dirigida por Juan José Campanella y Camilo Antolini, producida por el Olympic Channel y el Comité Olímpico Internacional”, señala Lean Frizzera, su creador.
Aquello no es todo. “La obra habla del trabajo en equipo, de los logros mancomunados y de la individualidad utilizada para lograr metas grupales. Por eso, hay un fondo de engranajes dorados que mueven una gran máquina”.
4) Tecno Rasta y Chino Milenario. El nombre de este trabajo de siete metros de altura y 20 de largo -prácticamente toda la esquina de Humboldt y Cabrera, en Palermo- alude a los integrantes del mural: “un sabio chino de mil años y un rasta que parece robótico y, por eso, le quedó ‘tecno'”. De este modo lo explica su autor, Alfredo Segatori, que lo señala como ejemplo del “arte cartonero”.
-¿Qué es “arte cartonero”, Segatori?
-Utilicé en el pelo del ‘Rasta’ auténticos bolsones cartoneros, provistos por La cooperativa de recicladores urbanos el Ceibo. Y para el vestuario del ‘Chino Milenario’, la pelopincho pinchada de mi casa, entre otros elementos: pavas, teclados de PC, chapas, asaderas, ollas, plásticos, tachos de residuos, autopartes, faros, caños de aluminio, lámparas galponeras, alfombra y hasta una pequeña calesita.
5) Juegos. Lo realizó Chu con aportes de unos 300 atletas en la Villa Olímpica durante los Juegos Olímpicos de la Juventud en un muro de 39 metros de altura. “Lo elijo por ese evento y, sobre todo, porque se trató de una acción basada en una amplia colaboración”, indica.
¿Cómo trabajaron? “Luego pintar toda la parte en altura sobre un andamio, organizamos un taller de varios días, en el cual los atletas pudieron crear una gran trama visual con distintos elementos gráficos sobre la base. Fue algo realmente inolvidable. En los últimos días, aparecieron atletas con remeras blancas para pintarse las formas geométricas del mural a modo de recuerdo. Algunos nos regalaban pins de la delegación de su país, otros se quedaban probando el mate y charlando… fue muy divertido interactuar con jóvenes de distintas partes del planeta”.
FUENTE: www.clarin.com