Viernes a la medianoche, más de 20º de térmica y una brisita amiga: el entorno del Monumento a la Bandera está completamente vacío. Para el buscador de postales, la foto nocturna será desoladora. Pero Rosario, como toda metrópolis, no tiene un centro innegociable: se reparte en nodos. Claro que, según las épocas, las ofertas y las tendencias, algunos se van imponiendo temporalmente sobre otros.
Para quien llega desde Buenos Aires, la aventura implica primero un largo trecho por la Ruta 9, hasta que aparece la Circunvalación 25 de Mayo: un cinturón de asfalto que envuelve la ciudad, 30 kilómetros a espaldas del Paraná, y que te empieza a meter en Rosario. Con tránsito normal, son 15 minutos autopisteando por encima del río: primero se impone el puerto, hasta que empieza a aparecer un entorno agreste, más propio de una costanera, ya bajo el nombre de Avenida Belgrano. Para salir del vadeo fluvial y encarar el ejido urbano rosarino, el giro es en la rotonda de La Rioja, a la vista del célebre monumento.
Recién entonces se llega a esa Rosario que generó un debate interesante en las últimas semanas: cómo se comportaría esta ciudad a la salida de las últimas restricciones pandémicas. El mes pasado se reabrieron boliches, los últimos en retomar su actividad nocturna. Eso significa mayor circulación de piberío. Y gran movimiento en Pichincha, barrio de burdeles en el inicio de otro siglo, reconvertido desde hace unos años en corazón de la noche rosarina.
El área principal se arma en las siete calles iniciales del Boulevard Oroño desde el río, pero también en sus adyacentes; y sobre todo en la paralela, Alvear, una especie de Oroño Bis, aunque exista tal un poco más lejos. En toda esa zona se concentran más de 50 locales con oferta a gusto: boliches y bares, vermutherías, pizzerías y helados, franquicias de sushi y birra, y el principal Rock&Feller’s del país, uno de los “éxitos santafesinos que nunca entraron en CABA”. Como el liso, del que ya hablamos.
Las nochecitas en Pichincha
Pichincha, rebautizado Alberto Olmedo, le pelea la centralidad salidera a otro punto histórico sobre el mismo Oroño. Al sur del bulevar, pero en el centro de Rosario: en el auténtico Distrito Centro, desde el Parque Independencia (una especie de bosque platense pero con un solo estadio, el de Newell’s) se proyectan, a partir de la Avenida Pellegrini en dirección al río, otro cúmulo de propuestas similares. Solo le falta algo que el otro barrio tiene, y en buena cantidad: salas para recitales con distintas capacidades pero la misma prolijidad.
Sobre Güemes, a una cuadra de distancia -aunque ligeramente retirados del nudo de bares centrales- el Centro Cultural Güemes y la Sala de las Artes vienen pujando desde Pichincha como espacios para shows en vivo. Algo que aprovecharon y mucho numerosos artistas del AMBA, quienes encontraron en Rosario mejores posibilidades que en su aparente zona de confort porteño-bonaerense.
En Oroño, a medio camino entre la neura de Pichincha y la de Distrito Centro, también aparece Distrito Siete. Un espacio autogestivo que el año pasado aprovechó los permisos de Rosario que en CABA aún no había para producir y desarrollar streamings. Fue de los primeros que probó en el país algo que luego se extendió, y que casi que definió el modo de circular música en cuarentena.
En el Hipódromo del Parque Independencia también se realizaron algunos recitales. Y, ya sobre la costanera, entre el Monumento a la Bandera y Parque España, el Galpón de la Música ofrece otra alternativa a espaldas del Paraná. Lo mismo ocurre con el Anfiteatro Municipal, dentro del Parque Urquiza, uno de los grandes pulmones verdes de Rosario.
Humo sobre el puente
De día, claro, las cosas cambian. Porque los movimientos se trasladan. Y el sol de esta primavera caliente pide río. Rosario se extiende unos 17 kilómetros sobre el Paraná entre el puerto, clubes, playas privadas y públicas. Y desde la ribera, el puente colgante que cruza a Entre Ríos se flashea como un portal hacia lo desconocido. Sobre todo, claro, para quien jamás lo cruzó. ¿Hacia donde va esa mole cinematográfica que parece perderse entre un verde infinito?
El monstruo de acero, cemento y tirantes le da otra personalidad a la postal: ya sea mojándose los pies o lagarteando en las playitas del norte de Rosario, tomando algún copetín en un parador, a pie por las ramblas o incluso rodando por la costanera, su presencia es imponente, difícil de ignorar. Enfrente se ven algunas islas con sus propias playas, a las que solo se puede cruzar en embarcación. Eso ya es otra provincia.
Es que no siempre Rosario estuvo cerca. Entre Ríos era otra dimensión hasta la aparición del mal llamado “puente a Victoria”: en verdad son 600 metros por encima del Paraná, pero antes de la la ciudad entrerriana hay 60 kilómetros de pavimento y ¡doce puentes más! sobre arroyos, riachos y humedales. Un conocido periodista con mucho rock, oficio y viaje encima lo definió mejor: “Antes del puente, se decía que había más rosarinos que conocían París que Victoria”.
FUENTE: Juan Ignacio Provéndola – www.pagina12.com.ar