Son su marca registrada por calidad, motivo y tamaño. Pero estaban a punto de caerse, literalmente, a pedazos. Son los vitrales de Las Violetas, uno de los cafés más notables de la Ciudad. Tan notable que, pese a la crisis, sus clientes siguen haciendo fila para entrar.
Esos vitrales son los que hacen que María (59) espere lo que haga falta para pasar a verlos. Esos vitrales y, bueno, también el té María Cala, un festín de tortas, masas finas, sándwiches y fosforitos, que planea compartir con sus amigas en esta tarde de sábado invernal. Ambas razones se repiten a lo largo de una fila en la vereda que llega al final del local, sobre Medrano, e incluso más allá.
Hace dos semanas, un equipo llegó al rescate de los movilizantes vitrales. Son restauradoras que también ponen a punto los vidrios que están en la Confitería del Molino. Al frente de los trabajos en Las Violetas está Paula Farina Ruiz, una vitralista formada en La Plata y especializada en restauración en Francia. El grupo se completa con Natalia Piermaria, Victoria Tripodi, Victoria Campos, Natalia Dugour y Clara Buenanueva. Estarán allí al menos hasta fin de mes.
Mientras trabajan sobre esos vidrios, también indagan en su historia. Y destierran algunos mitos, como que su origen es francés: según las especialistas, en realidad fueron creados en los talleres que el pintor catalán Antonio Estruch tenía en San Telmo, con materiales de fabricación nacional. “En ese momento él estaba ocupado con los paños del Santuario de la Medalla Milagrosa, en Parque Chacabuco. Por eso los de Las Violetas fueron hechos por un colaborador suyo en el taller de Estruch”, explica Farina Ruiz. Estiman que datan de principios de los años 40.
El vitral más afectado era el que representa a una fuente, porque da a edificios linderos y se mueve mucho por las corrientes de aire. “El plomo que ligaba el diseño estaba roto y había piezas fracturadas, o unidas entre ellas con cinta de embalar”, reconoce la especialista. Al ver eso, la terapia intensiva se puso en marcha: se desmontaron los cuatro paños más dañados y se llevaron al taller. En su lugar fue colocado un vinilo con el mismo diseño. Los clientes no notan la diferencia. Con más tiempo el equipo terminará de relevar el estado de todos los vitrales y así diseñarán el proyecto de restauración completa.
Además de los tres vitrales principales, hay tres aleros: uno en cada puerta y otro en la ochava. También hay cinco en una guarda detrás de la barra, otros pequeños distribuidos entre los más grandes, y uno en el baño que se diferencia de todos los demás “en estilo y período, y que es el único que tiene firma”.
Junto a los vitrales de la barra está Roque Bonatto: cabellera blanca peinada a un costado, traba corbata metálico, sonrisa fácil. Dejó por un instante su puesto al lado de la puerta para hablar con el encargado mientras ve la fila crecer. Pero esa ubicación no le durará mucho: enseguida volverá al acceso, a controlar que nadie quiera colarse y que haya una silla lista para quien no pueda esperar de pie. La precaución es clave, ya que gran parte de la clientela viene a la confitería desde hace al menos medio siglo. “Ya tengo 80 años, he visto de todo. Hay gente que se va, otra que me putea”, cuenta este hombre que trabajó también en lugares tan emblemáticos como El Hostal del Lago y los hoteles Elevage y Hermitage.
Frente a él se abren dos filas. Si uno se para sobre Medrano, de pie frente a la puerta, la cola de la izquierda es para entrar a tomar el té y, la de la derecha, para el almuerzo. Esta última dura poco y nada: quienes comen tienen prioridad, aunque hayan llegado a las tres de la tarde. En un café que se nutre de tradición, todo tiene su método, hasta una simple fila.
Incluso en el proceso de renovar el alquiler del local juega fuerte la tradición de Las Violetas: para poder hacer un nuevo contrato, había que relevar el estado de los vitrales. Ahí es cuando entraron las restauradoras en escena, para seguir dando vida a vidrieras de colores únicas, como las considera Farina Ruiz: “Muestran escenas completas, al estilo renacentista. Es uno de los pocos lugares de la Ciudad, si no el único, donde encontrás algo así”.
FUENTE: Karina Niebla – www.clarin.com