En 1872, en la esquina de Callao y Tucumán, los jesuitas comenzaron la construcción de la iglesia que sería la segunda de esta congregación en la Ciudad. La primera es la de San Ignacio de Loyola, próxima al Colegio Nacional de Buenos Aires y, como aquella, la iglesia del Salvador también tendría un establecimiento educativo al lado.
Casi 150 años después, la obra está siendo restaurada por un equipo de especialistas. El financiamiento vino de la propia Compañía de Jesús y del Programa de Mecenazgo del GCBA.
Las tareas de restauración
El proyecto se inició en 2013, cuando se le encomendó al equipo multidisciplinario integrado por el Arq. Guillermo R. García -experto en patrimonio religioso y obras para el culto-, a la restauradora Isabel Contreras y a Carlos María López Ramos, la elaboración de un plan en etapas.
Desde entonces, se renovaron las cubiertas de la totalidad del templo, se subsanaron los problemas de la humedad ascendente y se restauraron integralmente las dos naves laterales que habían sido clausuradas en 2001. Veinte años después, se concluyó la puesta en valor de la primera etapa de la Capilla lateral.
“Toda obra tiene sus particularidades y complejidades, por lo tanto, desarrollamos un método de intervención que dedica una cuota importante de esfuerzo al reconocimiento del bien a intervenir desde la multidisciplina”, explica García. Saberes de la arquitectura, ingeniería, arte sacro, historia y arqueología, entre otros campos, sirvieron para reflexionar y establecer las etapas de actuación.
El primer paso fue resolver cuestiones estructurales y eliminar las fuentes de humedad y filtraciones. Esto permitió restaurar las superficies interiores de alta calidad en su origen.
García señala que “la intervención se basó en el tratamiento sistemático de los problemas originados por factores como la falta de mantenimiento, el paso del tiempo, recurrentes filtraciones de agua e intervenciones anteriores no profesionales”.
Ante este panorama, el equipo decidió revertir el proceso de deterioro de los subsistemas – ornamentos, carpinterías, etcétera – a través de su restauración, respetando texturas y colores originales.
Esto fue posible mediante la utilización de técnicas artesanales y herramientas similares a las originales combinadas con productos de última generación “que garantizan unidad en el tratamiento de los materiales y máxima vida útil con mínimo mantenimiento”, asegura el especialista.
La intervención más reciente se enfocó en la capilla de la Buena Muerte, en uno de los laterales de la iglesia. Se trata de un espacio de 84 metros cuadrados que contiene una colección de obras de arte referidas a la Pasión de Cristo.
Aquí se desarrolló el proceso de restauración y puesta en valor del aro inferior con la baranda de madera, los ocho ángeles que sostienen otro aro, el tambor, las aberturas y sus vitrales, el cupulín, los muros perimetrales con las líneas ornamentales y molduras, el cielorraso ornamentado y el dintel de la puerta de acceso.
Para su abordaje, se propuso modular el trabajo en función de los distintos componentes que constituyen el conjunto monumental. Para esto, se realizó el diseño de planes de intervención puntuales, ajustados a estándares internacionales; lo que exige la correspondiente investigación histórica y selección de técnicas y materiales compatibles con el bien.
Luego de las extracción de muestras para confirmar en laboratorio la composición química de revoques, pigmentos y aglutinantes, se encara el relevamiento técnico-fotográfico con el que se da inicio a la documentación del proceso.
En el tambor se registró su diseño a través del calcado con planchas de acetato perforado. Después, mediante la técnica de estarcido se transfirió la copia para conformar la base de los faltantes, que en porcentaje eran de cerca del 70%, detalla García, quien agrega: “De las molduras perimetrales bajo el cielorraso se tomó un trozo para moldear y reproducir ya que había un faltante de 5 metros”.
Se consolidó toda la superficie pictórica con agua y alcohol para facilitar la impregnación y una solución de alcohol polivinílico en muy baja concentración por medio de aspersión, que dio los resultados esperados por el equipo. Además, fue necesario realizar un estucado armado con carbonato cálcico y cola animal en las zonas en las que había mermas pictóricas.
La superficie del cupulín, en tanto, tenía “múltiples deterioros a causa de falta de mantenimiento e intervenciones que provocaron desajustes en la superficie con arrastre de la base muraria”.
García recuerda que “toda la superficie presentaba una total falta de cohesión con la estructura. La capa pictórica era de un grosor considerable”, teniendo en cuenta que originalmente debió ser una pintura acuosa y que las investigaciones previas a la intervención mostraban una capa pictórica semejante a una pintura sintética oleosa.
A continuación, la restauración se centrará en la planta inferior de la capilla. Luego, en la nave central, presbiterio y cúpula principal. En todos los casos esto es posible a través del programa de mecenazgo de CABA y el aporte de la congregación jesuita.
FUENTE: Inés Álvarez – www.clarin.com