Aún destinadas a uso no superior a tres meses por año, en general en coincidencia con la temporada, a la hora de diseñar siempre se buscaron espacios generosos porque aquellos veraneos de comienzos y hasta casi mediados del siglo pasado eran con familia completa y hasta personal de servicio. Por eso tienen cocinas enormes, comedores y livings bien amplios y varias habitaciones.
Casonas cómodas para aquellos turistas de largo aliento y ahora, también, a medida de la gastronomía que encontró en estas propiedades con mucha historia un ámbito de desarrollo que ofrece al cliente un encanto adicional al del menú que fue a disfrutar.
La tendencia se afirmó en estos últimos años, en particular con el impulso que tomó el sector tras los contratiempos generados por la pandemia, y solo para esta temporada se inauguraron al menos otros tres establecimientos en inmuebles que están bajo el paraguas normativo de la preservación patrimonial.
Villa Gainza Paz, que funcionó durante los últimos tiempos como un apéndice del Torres de Manantiales Apart Hotel para eventos, se acaba de abrir como cafetería y en sus parques una oferta de coctelería temprana. En “La Matilde”, chalet de piedra en la particular esquina de la avenida Libertad,Hipólito Yrigoyen y Boulevard Marítimo, funciona desde diciembre un local de comidas rápidas y en la casona de Gascón y la costa acaba de inaugurar un restaurante gourmet con carta de autor.
Avanzan por el camino que en días previos a la temporada anterior se abrieron en las denominadas Villa Normady, en la loma de avenida Colón; Villa Santa Paula, en el casco céntrico, y en Villa Victoria Ocampo. Y por el que antes o después transitaron otros 15 inmuebles protegidos por su valor patrimonial.
“Opción compatible”
“Si tienen una actividad comparable con su uso original es una opción compatible”, asegura a LA NACIÓN la arquitecta y especialista en preservación patrimonial Graciela Di Iorio, que ve buenas coincidencias en las necesidades de la gastronomía y el uso que estas viviendas tenían, en su mayoría como residencias de veraneo, y cita al arquitecto rumano Sherban Cantacuzino, autor del libro Nuevos usos para viejos edificios, pionero de la “reutilización adaptativa” como estrategia de preservación: “el mejor destino para un inmueble con valor histórico es el más parecido a su uso original”, decía.
En Mar del Plata hay 23 inmuebles declarados de interés patrimonial en los que funciona algún tipo de opción gastronómica. Entre los más conocidos están Torreón del Monje, Tío Curzio, churrería Manolo en Playa Chica y La Fonte D´Oro y Lucciano´s de Cabo Corrientes.
“En los últimos tiempos el área de patrimonio arquitectónico de la comuna empezó a tomar un rol más activo en la vinculación de estos bienes de patrimonio con otras actividades, en particular la gastronomía”, explico a LA NACIÓN el secretario de Obras del Municipio de General Pueyrredon, Jorge González.
Los bienes preservados están contemplados en la ordenanza municipal 10.075 y sus anexos, que incorporaron nuevos inmuebles durante los últimos años y cuyo destino se rige por un Código de Preservación Patrimonial establecido por la misma normativa.
Bajo esos lineamientos se realizó la intervención en “La Matilde”, hoy nueva sucursal en el corazón del barrio La Perla de la cadena de hamburgueserías “Mostaza”. El chalet de piedra, en dos plantas, vivió los últimos años con riesgo de usurpación y niveles de abandono que deterioraron sus instalaciones. “Afuera, en la fachada, no se tocó nada”, afirma a LA NACIÓN el arquitecto Maximiliano Calvo, que junto al estudio Váttimo-Macolino compartió la obra de adecuación para esta propuesta en un lugar privilegiado, frente al mar.
En el interior, dijo, se conservó la escalera original e incluso dejaron a la vista un techo de pinotea que había estado oculto por cielorrasos de yeso. “Adentro queda bien claro lo que se mantuvo y lo que se incorporó”, explicó sobre intervenciones limitadas y con única construcción de un nuevo bloque para baterías de baños. “Cuando estábamos en obra vino la mujer que dio nombre a la casona y prometió volver a comer”, dijo sobre Matilde Tellia, que ya superó los 90 años y pasó a mirar la transformación del chalet.
Villa Gainza Paz fue propiedad de Alberto Gainza Paz, construida en 1931 con diseño pintoresquista de los arquitectos Becú y Moreno y obra de Arturo Lemmy y Hermanos. Allí desembarcó Botánico, de los mismos emprendedores que el año pasado recalaron en Villa Victoria y Santa Paula.
Hacia fines de la década del 90 la compró Torres de Manantiales, con una intervención puertas adentro para acondicionarla a efectos de funcionar como complemento del complejo para eventos. Desde hace una semana lo que alguna vez fue living ahora es cafetería y el parque tiene una barra, protegida por el arbolado, donde se preparan cócteles en un espacio con iluminación tenue y con buen reparo.
Muy cerca, en Playa Chica y con parque elevado que destaca la propiedad con plena vista al mar, Le Belle apostó a otro gran chalet de piedra que viene de algunos tropiezos en el rubro. Antes, entre 1993 y 1995, había sido sede de las oficinas del Comité Organizador de los Juegos Panamericanos.
Se la conoce como “Residencia Aluminé”, su construcción data de 1940 y su propietario fue José Arce, que fue médico, decano en la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional de Buenos Aires, legislador nacional y embajador en China. Rumor popular o mito, el comentario es que allí descansaron alguna vez Juan Domingo Perón y Eva Duarte.
Unificación estratégica
La aplicación a la gastronomía derivó en la unificación de la casa principal con la de los caseros, en esta nueva etapa con otra inversión millonaria. “Me enamoré de la casa apenas entré”, cuenta a LA NACIÓN una de las responsables del emprendimiento, Ivanna Barrera, que encontró el lugar deteriorado por el desmantelamiento del anterior comercio que funcionó en el lugar.
“Tratamos en todo momento de compatibilizar nuestro proyecto con las particularidades del edificio y la preservación de la fachada”, destacó Barrera, que también habilitó una terraza para cafetería y prevé un deck para coctelería, todo de cara a un immenso parque en pendiente de casi 1000 metros cuadrados.
González aclaró que la gastronomía es una buena opción pero no la única alternativa para darle vida a estos edificios históricos, que hasta hace un par de décadas se rindieron ante la piqueta de a cientos para abrir espacios en lugares exquisitos –en particular frente al mar- para desarrollos inmobiliarios en altura.
“Estamos trabajando con otros propietarios para recuperarlos saliendo a otros rubros como la hotelería o lo institucional”, dijo a LA NACIÓN y destacó que también se trabaja con organismos estatales provinciales y nacionales para su utilización como sede de organismos públicos o, como se ha dado en algunos casos, mantenerlos y vincularlos –a veces como fachada de acceso, en otras como área de servicios- a nuevos desarrollos inmobiliarios que tienen como valor agregado este concepto de preservación patrimonial.
FUENTE: Darío Palavecino – www.lanacion.com.a