En Liniers, un conjunto de casas de diseño particular es parte de la identidad del barrio. Las llamadas “mil casitas”. Un lugar de la ciudad replegada en su intimidad entre pasajes, árboles y serenidad; una porción de barrio en la que algunos artistas de la imagen o la palabra encontraron su hábitat. Uno de ellos fue Elías Castelnuovo (1893-1982), también recordado por un centro cultural en la calle Montiel que luce su nombre.
El origen de un lugar
Hoy, Liniers se anuncia a través del santuario de San Cayetano, la cancha de Vélez Sarsfield, el Hospital Santojanni, y las “Mil casitas”. Pero a comienzos del siglo XIX, era zona de estancias y chacras. El origen del barrio se relaciona con el ferrocarril.
En 1854 se creó la Sociedad del Camino de Fierro del Oeste que construyó la primera línea de ferrocarril en el país, cuyo viaje inaugural fue en 1857 cuando la mítica locomotora La Porteña movió unos vagones desde la Estación del Parque (donde hoy se levanta el Teatro Colón) hasta la Estación Floresta. El ferrocarril pasó a llamarse Ferrocarril de la Provincia, y su Directorio dispuso, en 1872, en el camino hacia Ramos Mejía, un apeadero llamado Liniers, por el héroe de la lucha contra las invasiones inglesas y penúltimo Virrey del Río de la Plata, que fue benefactor de las Hermanas del Divino Salvador que, cerca del apeadero, habían empezado la construcción de una Casa de Descanso, una escuela para niñas y una capilla, todo bajo el patrocinio de San Cayetano.
El apeadero pasó a ser estación de pasajeros en 1887; y, cerca, en 1903, se establecieron los talleres del ferrocarril. Donde el tren llegaba, la vida crecía. Los trabajadores de los talleres del ferrocarril no querían ir y volver de Tolosa, localidad del partido de La Plata en la que muchos vivían. Querían afincarse en su lugar de trabajo. Necesidad así de más casas. Y en 1913 se sancionó la ley Cafferata que promocionó la Comisión Nacional de Casas Baratas. Entonces la Compañía de Construcciones Modernas fue contratada por la Municipalidad para levantar casas destinadas a empleados y obreros.
El modelo fue un tipo de casas holandesas, todas iguales, amplias, cómodas, de 8,66 por 8,66 metros, de buena iluminación y ventilación; una planta baja con living comedor, baño, cocina; entrepiso con un cuarto, y una segunda planta con dos habitaciones; y pisos con pinotea floreada. Casas edificadas con materiales de buena calidad, con ladrillos procedentes de hornos situados en la cercana Avenida Emilio Castro.
Casas modernas en su concepción, aunque después se popularizaron como “casas baratas”, adquiridas por cuotas, modo de financiación que gestionaba la vivienda propia para los empleados del ferrocarril en principio; pero luego los compradores se ampliaron a los empleados municipales, docentes y diversos profesionales.
La Compañía de Construcciones Modernas construyó otros cinco barrios en la ciudad de Buenos Aires con lineamientos semejantes, lo que implicaba un concepto de planificación urbana, dado que no se autorizaba la apertura de negocios, por su carácter residencial; ni demoler algunas de las casas para construir con mayor altura y cantidad de pisos. El contraste entre la ciudad que crece por acumulación, y la que proyecta crecimiento desde un diseño pensado de la urbe en expansión.
Y en las “mil casitas”, la calle El Rastreador. En lenguaje gaucho, el rastreador es el capaz de detectar en el terreno los rastros de animales y hombres. Un rastreador de las contradicciones sociales, leía y escribía entre las casas rodeadas por paraísos, plátanos y acacias. Castelnuovo, escritor maldito, el gran representante de la Escuela de Boedo, pero que vivió en Liniers.
La llegada de un escritor
La Escuela de Boedo brilló en la década de 1920. Fue un grupo informal integrado por artistas que exponían una fuerte sensibilidad popular, reivindicaban los derechos de los obreros, y destacaban el sufrimiento y marginación provocado por la injusticia social; movimiento comprometido con posiciones de izquierda y emergente del anarquismo y de un socialismo filomarxista, alimentado por la resonancia de la Revolución rusa de 1917. Sus integrantes se reunían en torno a la mítica editorial Claridad (fundada por Antonio Zamora), y el Café El japonés en Boedo 873.
Junto con Álvaro Yunque, Leónidas Barletta, César Tiempo, y otros, Elías Castelnuovo fue la pluma acaso más reconocida del boedismo que, según el profesor y crítico literario Adolfo Prieto, rezumaba “un lirismo tolstoiano para exaltar la virtud de los humildes y de los sumergidos”.
Según Borges, la crítica literaria se encargó de crear un enfrentamiento entre los de Boedo y los de Florida, con otros intereses literarios. Pero sus caminos distintos a veces se mezclaban, como en el caso de Roberto Arlt. El autor de Juguete rabioso fue secretario por un tiempo y amigo de Ricardo Güiraldes; y también fue gran amigo de Castelnuovo, a quien visitaba en su hogar en las Mil casitas, donde se estableció en 1932.
En la calle El Rastreador, Castelnuovo tecleaba durante horas una vieja máquina de escribir Remington. Antes de su llegada a Liniers, desde su ideario comunista, ya se había destacado con libros como Tinieblas (1923), Entre los muertos (1926), o la obra teatral En nombre de Cristo (1927). En su casa en el Oeste el sonido de las teclas producirá muchos nuevos títulos; un Castelnuovo siempre identificado con el socialismo y un peronismo heterodoxo.
Y entrevistado en su hogar en las Mil casitas para el semanario Primera Plana, el escritor manifestó que “los concejales socialistas elevaron en 1920 un proyecto para construir viviendas baratas, mediante un sistema especial de financiación; las 480 cuotas, sin anticipos, eran similares al precio de un alquiler corriente”. Castelnuovo recalcaba que el origen de su hogar en la ciudad estaba ligado a una iniciativa socialista, lo que coincidía con su visión política, y lo que también explicaba que “para bautizar las calles los socialistas -continúo diciendo-, la emprendieron con la Literatura, la Ciencia y la Flora, y dejaron de lado a los próceres.” Elección de nombres relacionados con la flora, “El mirasol”, “El trébol”, “La huerta”, o la renuencia a homenajear a los personajes de la historia oficial, pero sí a la literatura a través de calles como “Facundo”, “La cautiva”, “Amalia”; y la calle que recuerda a Vito Dumas, el navegante en solitario que ya en 1931 sorprendió atravesando el Océano Atlántico en un velero, y que, en 1942 recorrió el mundo con el barco Lehg II, actualmente en el Museo naval del Tigre.
Calles con la evocación por sus nombres de la literatura, la flora, y también la fauna, “El zorzal”. “El cardenal”, “El carpintero”. Castelnuovo fue uno de los primeros adjudicatarios de las casas dignas, destinadas a quienes solo dependían de su trabajo.
Entre los libros en El Rastreador
En lo pintoresco de las Mil casitas, con sus casas sólidas y generosas, no desentonaba Castelnuovo que nació en Montevideo y que, por la necesidad de trabajar, su educación formal concluyó prematuramente. Ya a los 12 años trabajó como albañil que levantaba paredes por acá y por allá, en Uruguay y Brasil. Al radicarse en Buenos Aires fue también tipógrafo, plomero, asistente de cirujano, y otras ocupaciones, mientras leía con pasión para hacerse de una formación autodidacta.
Y en aquella entrevista concedida en Liniers, el escritor en las Mil casitas recordaba que su origen humilde lo replicó Roberto Arlt, que fue gomero, o el caso de Cesar Tiempo, que en sus comienzos era repartidor de soda. A todos, la cultura y la escritura les permitieron respirar fuerte y liberarse de un pasado estrecho. Y la cultura necesita de bibliotecas, como la que Castelnuovo alojaba en la planta alta de su casa en El Rastreador; los muchos libros rodeados de fotos de Dostoievski y Poe, y de las portadas de las ediciones originales de Tinieblas, Calvario, El arte de las masas, Larvas, que eran, decía, “sus libros preferidos”.
Tinieblas, por ejemplo, con su humor tragicómico, donde la denuncia social convive con la risa que busca impugnar las tendencias literarias de su tiempo; y el vínculo con Horacio Quiroga, al que le reconoce la búsqueda de otras formas de expresión literaria.
O El arte de las masas, obra en la que intenta demostrar su posición de que por su origen y función al “arte no es posible sacarlo del marco de la sociedad, supuesto que es la sociedad quien lo produce y consume sus frutos sistemáticamente”; y otra obra, como Calvario, escrita dentro de la casa en la que crió dos hijos, y recibió las visitas de sus nietos.
El barrio dentro del barrio
Con el tiempo, muchas casas de las Mil casitas fueron adquiriendo detalles propios. Desde los años 60’ se iniciaron muchas reformas. Fachadas pintadas con distintos colores; enredaderas para diferenciarse de las casas vecinas; ampliación de terrazas; el living de las plantas baja convertidos en garajes. Y luego la inseguridad, enrejados, puertas blindas, alarmas. De a poco de la intimidad al sentimiento de la amenaza. Algunas pocas casas se mantienen intocadas. Todas se alzan con la misma dignidad original.
Un barrio dentro del barrio con 1700 casas, que costaban 13.750 $. En su primera fase, las nuevas viviendas se levantaron con el nombre “Barrio Falcón”, entre las calles Timoteo Gordillo, Ventura Bosch, Carhué y Cnel. Ramón L. Falcón; y luego el “Barrio Tellier”, entre las calles Ventura Bosch, Timoteo Gordillo, Boquerón y Carhué. Hoy conocidas como las Mil casitas, su construcción se concluyó en 1928.
Cuando los vecinos advirtieron irregularidades en la determinación de las cuotas, fundaron en 1928 la Corporación Sarmiento que, ratificando una motivación socialista, que enorgullecía a Castelnuovo, estaba integrada por socialistas, anarquistas, comunistas, etc. Su objetivo era reducir las cuotas, o acortar el plazo de pagos. La empresa Compañía de Construcciones Modernas se retiró y la Municipalidad absorbió la administración, mientras la Corporación tuvo su sede definitiva en Timoteo Gordillo 475, donde hoy luce una placa, y aun funciona difundiendo el arte y la cultura.
Cuando aún no había luz, asfalto, o recolección de residuos o atención médica, la Corporación Sarmiento fue el nexo entre los vecinos y las autoridades municipales. Así se consiguió el arbolado, la pavimentación, la iluminación, la construcción del puente que cruzas las vías de tren, y la mayor frecuencia del paso de esos trenes.
Y ese esfuerzo también modeló la Plaza Sarmiento, el pequeño pulmón entre las muchas casitas. En su momento allí se llevaba la tierra para las construcciones, y por eso sobresalía un metro respecto a la vereda. Los pormenores del lugar de las muchas casitas, hogar de muchos artistas como Pérez Céliz, de estilo entre figurativo y abstracto que también visitaba a Castelnuovo; u otros pintores como Alfredo Corace y Alfredo Plank, y otros artistas.
En la Plaza Sarmiento se apiñan hoy muchos árboles. Una tormenta de vientos furiosos derrumbó a algunos, quebró las copas de otros. Los más altos y majestuosos, en la esquina de El Rastreador y Tuyutí, se inclinan flexibles y acompasados cuando el viento los acicala.
Entre aquellos árboles seguramente Castenuolvo habrá caminado muchas veces, imaginando una sociedad diferente, un arte que exprese la dignidad humana herida, cerca de las casas acariciadas todavía por los ecos del tiempo en el que todavía por el propio esfuerzo se podía encontrar un hogar entre los pasajes sin tránsito, callados, que parecen susurrar algo, cuando después de cada tarde vuelve el atardecer.
FUENTE: Esteban Ierardo – www.perfil.com