Un día lluvioso en Buenos Aires, una pareja de unos 20 y pico conversa. “Éste se lo llevo a Irene y Micaela, éste para Alex y Hernán y éste para Marcelo y Franco”. Hablan de unos posters pop art. En uno de ellos, dos mujeres abrazadas están a punto de darse un beso. En el otro, un hombre recibe con gesto romántico un beso en la mejilla de su enamorado, que lo toma por detrás. Estas piezas expresan el cambio de época y contienen, además, el programa de “Amor de Verano”, el ciclo que acompaña la inauguración del renovado Centro Cultural Recoleta (CCR).
La remodelación de este edificio concebido como convento en 1732 tiene sus detractores, así como sus defensores, que justifican la transformación con el “cambio de época” que se grafica en los posters y en el diálogo (real) de los visitantes.
Es mitad de enero y el CCR está lleno. Hay muchos chicos, especialmente preadolescentes y adolescentes que corren o que, en todo caso, no dan el paso corto y lento que se ve en muchos espacios culturales. Tampoco hay silencio. El público demuestra así que el lugar dejó de ser un museo para retomar su espíritu más descontracturado. Para Luis Gimelli, Director de Arte del CCR, esto se percibe hasta en el contenido de la tienda. “Entre mediados y fines de los 80, el CCR vivió una explosión con las repercusiones que generaban las bienales de arte joven. A partir de entonces, la tienda comenzó a vender libros de las exposiciones emblemáticas del Centro Cultural y no fue renovando su material”. Ahora, la arquitectura del local se mantiene idéntica, excepto por el mobiliario diseñado por Rodolfo Pagliere (de aspecto mucho más liviano) y la oferta de productos de diseñadores argentinos: carteras, agendas, juguetes.
“Las salas tienen que ser habitables”, resume Gimelli.antes de entrar a la Sala de Estudio, con mobiliario de Galpón Estudio y vista al Patio de los Naranjos (que en realidad, son pomelos). Es una sala angosta que actualmente tiene una muestra de patterns salpicada en las paredes blancas. De un lado, una mesa de madera con bordes de caño rojo furioso une los extremos de la sala, inspirada en la obra de Jean Dubuffet. Del otro, chaises longues con la misma estética apoyadas sobre los ventanales que dan al patio, en el que se recuperó el piso de piedra bola, y mesas cosidas a los asientos.
Cuenta Gimelli.que el trabajo con los arquitectos, artistas y diseñadores se realizó en conjunto. “Desde acá tenemos el pulso de las necesidades”, y a partir de la función que se quería readecuar o generar, los autores volcaban sus propuestas.
En la sala de dibujo, chicos y adultos se animan a crear sentados en sillas de líneas rectas y distintas tonalidades de verde. Del otro lado de las mesas de superficies iluminadas, bancos blancos. El espacio no fue modificado arquitectónicamente, sólo acondicionado con mobiliario versátil para recibir distintas “activaciones”, las actividades planteadas por el CCR.
En el interior se siente un edificio vivo aún en la sala de ocio. Es un cuarto pequeño, rectangular, de cuyo piso surgen lomas de diferentes tamaños revestidas con una alfombra gruesa. Hay gente tirada, con las piernas hacia arriba, en medias o descalzas (es una condición para entrar) y en su mayoría, celular en mano.
De todos modos, son el vagón de subte en la sala Cronopios, y el mural en letra “chicha” del artista peruano Elliot Tupac los que se llevan todas las selfies. Grafiteado de piso a techo, el ex coche de la línea E soporta el paso de chicos y grandes, que suben, bajan y simulan ser los conductores. El paso siguiente es sacarse la foto con la frase de fondo “La libertad es responsabilidad”, aunque las imágenes se toman tan de cerca que se pierde el mensaje.
La Cronopios no recibió cambios más allá de los arreglos y mantenimiento necesarios para recibir nuevas muestras cada 4 o 5 meses. Aquí está oscuro (una iluminación focalizada destaca las obras) pero los patios, a pesar de la lluvia, se perciben luminosos. Gimelli.señala con satisfacción que se recuperó la circulación entre el Patio de los Naranjos y el de la Fuente, interrumpida por un tabique que nunca fue retirado. En el Patio del Aljibe, intervenido con una pasarela roja en altura, nadie se detiene en la pieza que le da nombre al lugar y que fue restaurada hasta lograr su imagen original. Gimelli.recuerda que “el aljibe estaba pintado de verde con tantas capas que cuando fueron retiradas descubrieron un mármol impecable”, que hoy contrasta con las gradas multicolores. Pensado para espectáculos musicales, los elementos incorporados para este fin podrán retirarse sin dejar rastro. El funcionario hace especial hincapié en esta condición. Todo lo modificado recientemente es reversible, incluso la fachada, que despertó opiniones despiadadas. “No solo no se cambió nada de la forma original, sino que cada vez que se pinta, se realiza un trabajo previo de recuperación, puesta en valor y protección”, revela.
Gimelli.comprende la polémica, le parece razonable. Sucede que quienes critican los cambios no son, en general, parte del público al que ahora se dirige el CCR. Y la gestión lo hace aún más explícito con un sector en el nivel superior que se llama “Clave 13/17” cuyo contenido incluye las sugerencias de una comisión de chicos que comprenden esa franja etaria. Era un espacio desaprovechado ahora ocupado por espejos y mobiliario útil para varios usos. “Los chicos pueden ensayar coreografías y mirarse”, arriesga.
De los 17 mil metros cuadrados que contienen el CCR, sólo un tercio estaba dedicado al arte. Esa superficie se amplió con intervenciones en circulaciones, como en la escalera que conduce al Patio de los Tilos. O en los baños, con stencils. La remodelación tuvo este objetivo, entre otros. Por un lado, se buscó “recuperar la obra original y la refuncionalización de los 80”, afirma Gimelli. También adaptar los espacios a las inquietudes de las nuevas audiencias, un propósito que va de la mano con “borrar los límites entre el adentro y el afuera”, como explica el funcionario, quien agrega que una preocupación central fue aligerar las circulaciones e ingresos entre el edificio, los patios y la calle.
La intervención se ejecutó en 400 días y en etapas. Primero fue el ala izquierda, que comprende los edificios externos y las terrazas; y luego el ala derecha, que incluyó salas y patios.
En líneas generales el edificio estaba en buenas condiciones, sólo afectado por el envejecimiento natural y las modificaciones requeridas para las muestras. Durante años, una práctica habitual era colocar placas de yeso para tapar ventanas o generar divisiones entre oficinas. Esto fue desvirtuando el espacio y la experiencia de sus usuarios.
Hoy la conducta de los visitantes es otra, y el CCR pretende acompañar ese cambio. Positivo o negativo según quien lo mire, ahí está la polémica.
FUENTE: www.clarin.com