El caos que trae consigo una crisis genera muchas veces un clima de parálisis cargado de incertidumbre. Esa incertidumbre es como una gran nube de vapor en la estratósfera que crece, pesada, llena de intentos fallidos y fracasos, y se alimenta de múltiples interrogantes e inquietudes. Cuando la incertidumbre es demasiado grande como para seguir manteniendo su estado, se libera.
Comienza entonces una etapa de reformulación y redefinición de conceptos que considerábamos estáticos. Esferas que históricamente no se tocaban ahora pueden estar interrelacionadas de distintas maneras, y todo tipo de asociaciones es posible. Áreas previamente consolidadas pueden convertirse en lienzos en blanco. En cuanto a la arquitectura y su relación con el mundo natural, las posibilidades son infinitas.
Hoy hay escuelas que funcionan al aire libre, las corrientes de aire reemplazan a los muros, y el infinito espacio aéreo a los cielo rasos. Cafés y restaurantes conservan sus mínimos elementos edilicios y se instalan bajo las nubes o las estrellas, con el espacio de sus mesas delimitado por los árboles de las veredas y calles existentes. Los gimnasios pasaron a ser exteriores: adaptan sus actividades al terreno donde se ubican y al clima del lugar.
Crece la tendencia de shoppings y mercados al aire libre, permitiendo mayor flexibilidad en la organización de sus locales, en su apropiación y en su propuesta de recorrido. ¿Estamos ante el fin de la arquitectura como la conocemos? ¿Serán los futuros componentes de la arquitectura elementos puramente naturales? ¿Pasará la naturaleza, hasta ahora fuente de inspiración, a convertirse en elemento constructivo?
A lo largo de la historia, distintos exponentes de la arquitectura han ido redefiniendo la interrelación de las esferas arquitectónicas y de la naturaleza. En sus orígenes, la arquitectura servía como refugio del mundo natural; durante el Movimiento Moderno, la naturaleza cobraba valor como paisaje al ser “enmarcada” por elementos arquitectónicos.
Exponentes como Gaudí basaban sus obras en la imitación de la naturaleza considerándola la forma más “racional, duradera y económica de todos los métodos.” Otros, como Mario Botta, en una contraposición del hombre y su entorno natural, denominaron a la arquitectura como la principal herramienta en la lucha imaginaria por dominar y poseer la naturaleza.
Toyo Ito, a su vez, definió a la arquitectura como un árbol que debe crecer en concordancia a su entorno. Dentro de este marco, basado en parte en una imitación formal de la naturaleza por parte de la arquitectura, encontramos una de las tendencias de concepción arquitectónica actuales: una arquitectura que no solo parece naturaleza, sino que también funciona como tal.
Esta tendencia se basa en una detallada observación del entorno natural y sus cualidades, en la creación de una arquitectura que reinterprete el funcionamiento de la red de organismos y elementos naturales que la rodea, en la incorporación de dicha arquitectura a su entorno, y del posterior desafío de su habitabilidad, sin interrumpir pero incorporándose al orden natural preestablecido en el lugar. La arquitectura en estos casos se ve representada como naturaleza, y esta misma representación define su organización y funcionamiento.
El edificio de los Headquarters de Bee´ah, compañía de gestión de medio ambiente y residuos de Medio Oriente, diseñados por Zaha Hadid Architects en Sharjah, cerca de Dubai, reinterpretan el perfil ondulante del desierto en el que se insertan. El edificio simula un conjunto de dunas que nacen como un espejismo. Contiene su propio oasis, un espejo de agua rodeado de palmeras, que refleja el perfil de la construcción con las brillantes estrellas del cielo de fondo.
Dentro del edificio predomina la sensación de ser parte del desierto. Las circulaciones siguen el trazado ondulante de las dunas de arena y el sistema de las oficinas se integra a la organización natural del entorno. Las dunas están orientadas optimizando los vientos y la luz, limitando el asoleamiento directo y potenciando las visuales. El patio central, un “oasis interno”, conecta las dunas principales y maximiza la ventilación natural y la luz solar indirecta en el interior. El edificio se inserta casi sin esfuerzo en el particular paisaje desértico y entorno natural.
Kilómetros al noroeste, a orillas del Mar Rojo, surge el desarrollo The Red Sea Development Company, en el que la morfología del resort simula distintos organismos marinos que se instalan en la playa imitando a los caracoles, corales y plantas acuáticas locales. Los volúmenes se agrupan según el asoleamiento y topografía del lugar y reinterpretan los mecanismos de la naturaleza para protegerse del sol, de los vientos, y convertirse en parte del paisaje local.
Las aberturas de las habitaciones del resort remedan a las corazas de los caracoles y orientan sus visuales hacia el mar. La morfología de los juncos marinos es imitada por elementos que funcionan como parasoles al tiempo que orientan las visuales y protegen del viento.
Estos proyectos se integran al orden natural de sus entornos. Imitan a las texturas circundantes y se mimetizan con el paisaje que los rodea. En términos de funcionamiento se convierten en parte del sistema preexistente, participando de los sistemas circulatorios y ecológicos locales.
¿Podrá la crisis pandémica actual acelerar la interrelación de la naturaleza local y la arquitectura hasta provocar la disolución de una en la otra? En ese caso, los futuros espacios arquitectónicos estarían delimitados por ríos, vegetación y corrientes de aire: no imitarían a la naturaleza sino que serían parte de ella. La arquitectura sería tan volátil y efímera como la naturaleza, y se reformularía constantemente.
Los espacios cuyas funcionalidades comprenden la actividad y participación de un gran número de personas –oficinas, hoteles, gimnasios, mercados y escuelas– serían reformulados y emergerían de sitios naturales como parte de ellos. Pasarían a poseer una nueva temporalidad, propia del mundo natural y ligada a la mutación constante y condición efímera de algunos elementos naturales.
Las oficinas podrían trasladarse con el viento como las dunas de arena y las habitaciones de hotel podrían acercarse y alejarse de la orilla del mar según conveniencia, como los caracoles. La necesidad de una arquitectura post-pandemia, mutante, efímera y natural, podría traer soluciones sanitarias, aportar flexibilidad, frescura y una dosis de vida, que mediante la mutación y reformulación, le otorgaría vigencia a la arquitectura actual.
En convertir lo efímero en funcional, la naturaleza en hogar y el caos en oportunidad, radica la problemática arquitectónica actual. ¿Podremos planear esta arquitectura o surgirá naturalmente como respuesta a las circunstancias contemporáneas? ¿Cuánto durará como parte de la naturaleza? Parafraseando a Lewis Carroll, como todo lo eterno, a veces solo un segundo.
FUENTE: Florencia Bellino – www.clarin.com