Una cúpula de pizarra negra asoma detrás de un muro lateral del Hospital Español, sobre la calle La Rioja, entre Belgrano y Moreno, en Balvanera. Desmesurada, se deja espiar cuando se abre el portón por donde ingresan las ambulancias. Corona una antigua y pequeña capilla que lleva la firma de uno de los arquitectos más influyentes que tuvo la Ciudad, el noruego Alejandro Christophersen.
Esta obra desconocida por la enorme mayoría es, sin embargo, un tesoro que durante años acompañó a la comunidad española que se atendía en el hospital. Fue, durante décadas, el sitio de rezos, pedidos, agradecimientos, meditación y reunión de familias, personal médico, empleados y empleadas.
Hoy el corazón de la capilla funciona como un depósito. La mercadería ocupa todo el espacio disponible. Pilas y pilas de insumos se amontonan en la nave central, el sitio en donde antes se ubicaban los típicos bancos para rezar.
Como se dijo, a metros de la obra de Christophersen está el ingreso de ambulancias y de camiones de todo tipo y porte. Además, el hospital se encuentra en obra. Es decir que en los alrededores de la capilla se ven andamios y materiales de construcción. Hay incluso unas vigas de cemento que ocupan la vereda circundante de la capilla. Y una importante población de gatos pulula por la zona, se alimentan y viven también en este patio.
A todo este panorama se suman contenedores de basura. En medio de todo este caos, el deterioro y el abandono de la capilla avanza.
La cúpula se encuentra rota, con faltantes que permiten ver incluso su estructura, de madera. Crecen plantas por diferentes partes de la fachada, un clásico de las patologías que sufren este tipo de edificios, sin los cuidados necesarios. Las baldosas de calcáreos originales resisten debajo del acopio de todo tipo de insumos. Y la puerta de doble hoja, de madera, es una muestra de la calidad de los materiales que se usaban por aquellos años. Subsiste, pese a todo.
La capilla de Christophersen se encuentra atravesada por una serie de contingencias que superan ampliamente su comprometida situación patrimonial. Se trata de una propiedad que forma parte de un juicio por quiebra.
Según datos oficiales vinculados a la causa, la quiebra de la Sociedad Española de Beneficencia tiene 1.500 acreedores; desde la AFIP, hasta proveedores de insumos médicos y todo tipo de actividades vinculadas. La tarea de la Justicia es intentar vender todas las posesiones de esta Sociedad, para justamente compensar a los acreedores. Poseen además un predio de 14 hectáreas en Temperley, en donde funciona un hogar de ancianos -Elías Romero-, en donde también hay una importante construcción y una iglesia.
Claro que esta no es una quiebra más. No había posibilidades de bajar la cortina. La actividad debía continuar porque las personas internadas necesitaban seguir siendo asistidas; por este motivo, en 2014 la Justicia habilitó al PAMI (la obra social de los jubilados y pensionados) a intervenir y continuar con el manejo de la institución.
Por supuesto que la preocupación principal siempre será el hospital y el hogar de ancianos, pero el patrimonio y la historia de la capilla de Christophersen también debe ser resguardada. Por este motivo, fuentes judiciales accedieron a explicar en qué situación se encuentra.
Por un lado, el Arzobispado de la Arquidiócesis de Buenos Aires solicitó una medida cautelar a los efectos de proceder a la conservación y restauración de la capilla; además pidió el “derecho real de superficie” sobre el suelo, vuelo y subsuelo de la construcción. Básicamente porque el Arzobispado entendía que estaba sufriendo un daño irreparable.
El síndico -la persona que realiza la ocupación, posesión y administración de los bienes que forman parte de la quiebra- se negó a otorgar el “derecho real de superficie”; pero autorizó que se realicen las obras necesarias para la conservación. De hecho la sindicatura advirtió incluso sobre la posibilidad de que ocurrieran derrumbes. La jueza que interviene en esta causa también otorgó la autorización a la Arquidiócesis para que encare las obras necesarias.
Pero no pasó nada. Todo sigue igual, o peor, porque el deterioro de la estructura avanza. Desde el Arzobispado no respondieron a las consultas de Clarín. Mario Poli, el ex arzobispo, renunció en diciembre y el Papa Francisco no nombró aún a su sucesor.
La historia de la capilla
La obra fue encargada por la Sociedad Española de Beneficencia al arquitecto noruego Alejandro Christophersen. Era 1900 y el arquitecto ya pintaba para transformarse en uno de los arquitectos más reconocidos del país. A lo largo de casi 50 años construyó edificios que se convirtieron en íconos porteños, desde el Palacio San Martín (ex Anchorena) pasando por el Café Tortoni, la Basílica de Santa Rosa de Lima (en Belgrano y Pasco, con una de las cúpulas más impactantes de la Ciudad) y el edificio de estilo racionalista de Transradio, ubicado en Corrientes y San Martín, de 1940.
En 2018, la Dirección General de Patrimonio, Museos y Casco Histórico porteña hizo un relevamiento sobre la situación edilicia de la capilla del Hospital Español: encontró que faltaban óculos (las ventanas redondas que se encuentran en la cúpula), la escalera que va por el exterior de la cúpula hasta la linterna (el remate que se encuentra sobre la cúpula) completamente oxidada, humedad en cimientos, paredes, murales y techos.
Moho por todos lados, el atrio -el ingreso a la capilla- utilizado como depósito, igual que la vereda perimetral. Perfiles de hierro de la bovedilla del techo, oxidados; el cielorraso desprendido y las imágenes -Nuestra Señora del Carmen y Sagrado Corazón de Jesús- también deterioradas. Y los vitrales, ubicados en el tambor de la cúpula y que mayormente se conservan aún, tienen los soportes oxidados y se encuentran sin masilla.
El tamaño de la cúpula desentona con la sencillez del basamento: un pórtico de doble hoja, enmarcado por cuatro columnas acanaladas de capitel jónico; sobrevive una pintura de algún tipo de mantenimiento que difícilmente haya respetado la fachada original. Y sobre ellas, se destaca un frontispicio triangular que tiene rastros de haber estado profusamente ornamentado.
Otra vez las plantas hacen su aparición por todos lados. En las fachadas su crecimiento es indicio claro de que hay roturas y rajaduras; el crecimiento de las raíces y la humedad que ingresa por esas grietas terminan por romper y desprender la mampostería.
Volviendo a la capilla intramuros; para los vecinos su recuperación sería muy valiosa. “Esta construcción siempre fue un imán para los vecinos, porque se puede espiar desde la vereda. Ver como se arruina da pena. Hubo épocas en que se podía ingresar para participar de las misas. La cúpula es imponente. Tuvo un deterioro lento pero permanente, por eso llegó a este estado”, relató a Clarín una vecina del barrio.
Los integrantes de la ONG Manzana 66 -los mismos que militaron la construcción de una plaza en vez de un estadio promovido por el Gobierno porteño- también alientan su reapertura y restauración. Proponen que se pueda acceder desde la calle, sin necesidad de ingresar al hospital. “Se podría entrar por La Rioja, en donde hay un portón que hoy tiene un uso exclusivo para funciones del hospital. La apertura de la capilla generaría más movimiento de gente, más visitas y turistas, más seguridad al barrio”, dijo Alberto Aguilera.
Desde Manzana 66 buscan que la Legislatura porteña los acompañe votando un distrito cultural y deportivo que abarque estas manzanas. Ven que la recuperación de la capilla puede ser potencialmente interesante como un ícono patrimonial.
Su recuperación podría verse como una quimera, pero se han dado algunos pequeños pasos para que pueda ser posible. El arquitecto Norberto José de la Torre estuvo al frente de un proyecto de restauración que obtuvo incluso fondos del programa Mecenazgo del Ministerio de Cultura de la Ciudad, $ 2.000.000. Por cierto, es una cifra exigua, otorgada hace dos años atrás, pero da muestra del interés que genera la capilla de Christophersen.
“Creo que el tema legal por el que atraviesa esta capilla es más complicado que el tema patrimonial. Nosotros pedíamos que se quite de algún modo este bien de esa quiebra, pero la jueza nos explicó que era imposible”, explicó De la Torre. Estudioso de la obra de Christophersen, el arquitecto entiende que lo primero que debería hacerse es proteger la cúpula de alguna manera que impida el ingreso del agua de lluvia.
De la Torre explica que además habría que “despegar” un edificio que tiene adosado -que se construyó muchos años después que la capilla- y que evidencia que nunca fue totalmente valorada. Sin este edificio adosado, podría verse desde la calle con mejor perspectiva.
Uno de los portales que sigue el devenir patrimonial de la capilla desde hace muchos años es BAIglesias.com. Su creador, Miguel Cabrera, conoció la capilla por dentro y le dijo a Clarín: “Lo que sentí fue pena. Porque más allá de la religión y de las creencias de cada uno, este sitio tiene un valor patrimonial que tiene que ser resguardado. Cuando entré y vi el estado en que se encontraba, sentí que la capilla pedía que la ayudáramos”, dijo emocionado.
En general, el patrimonio desafía a las organizaciones, a los estados y a sus propietarios. Cómo hacer para preservar, para cuidar y proteger un bien valioso por su historia, pero que también requiere de una importante inversión. El contexto además es una sociedad en quiebra. El estado de la capilla de Christophersen interpela a todas las personas e instituciones que deben velar por su existencia.
FUENTE: Silvia Gómez – www.clarin.com