En estos días dos noticias calan hondo en mis adentros en medio de un invierno extraño climáticamente y aún atravesado por la interminable pandemia. Una, la obsesión del Gobierno porteño de dar paso al megaemprendimiento de IRSA en Costanera Sur, y otro el cierre del mítico café La Paz.
Ambos lugares tienen profunda raigambre en mis recuerdos de juventud, y estaban entrelazados por mis rutinas urbanas de entonces. Sábados de tenis en la ex Ciudad Deportiva de Boca Juniors, noche de infaltables pizzas con chopp, y cierre final de tertulia y “arreglo del mundo” en La Paz.
Luego los años, las obligaciones, las familias, fueron como cubriendo de nuevas capas la vida y tapando lentamente esos vestigios de juventud con esas locaciones tan heterogéneas como complementarias entre sí.
De repente, estas dos noticias me demuestran que como sentenciaba el eterno Charly, “…no soy un extraño, conozco esta ciudad, no es cómo en los diarios desde allá…”, y de repente me doy cuenta también que no soy el único cruzado de esta historia. Recientemente una bicicleteada importante puso en evidencia una nueva muestra de la voracidad inmobiliaria y la afrenta al medio ambiente, y comienza una larga cadena de lamentos por el cierre del bar símbolo del debate filosófico y político de mi Buenos Aires querido.
Cuando el abandono del proyecto de nuevas torres en Costa Salguero y la reapertura de La Giralda nos hacía esbozar una tenue sonrisa, nuevamente un mazazo en la nuca en esta historia sin fin. Pero de esto se trata la vida de quienes habitamos, disfrutamos y sufrimos nuestras ciudades, nuestros hogares.
“Y yo los miro sin querer mirar, enciendo un faso para despistar, me quedo piola y empiezo a pensar que no hay que pescar dos veces con la misma red”.
FUENTE: Gustavo Schweitzer – www.urbanosenlared.com.ar