La crónica personalizada sirve para reflejar una situación y disparar el tema. El periodista llega a París para participar del Salón del Automóvil 2022, el primero con presencialidad que se realiza en Europa desde la pandemia. Falta un día para que abra sus puertas el 16 de octubre, es un día perfecto de otoño en la capital francesa para salir a caminar y ver cómo funciona la ciudad luz con la nueva movilidad.
Y rápidamente aparecen tres sorpresas bien claras. Primera novedad: no hay tantos autos eléctricos y sí, muchos diésel. Muchos monopatines eléctricos, incluso tirados en las esquinas como si fuesen basura, cuando en realidad son los que pertenecen a las flotas de uso compartido. Esa fue la segunda. Y caminando por las amplias veredas de Versalles, un grito de alerta y una bicicleta que pasa a toda velocidad por arriba de la vereda, fue la tercera sorpresa, y la más impactante, aunque por el susto.
La primera reacción fue ensayar un insulto al ciclista y pensar, “estos franceses son un desastre”. Pero fue cuestión de segundos notar que en realidad, el periodista forastero estaba caminando por una sección de la vereda que se usaba como ciclovía. No había demarcación, solo un piso diferente y dos líneas blancas muy delgadas. Pero había costumbre de uso y con eso bastaba.
Nada que no se pueda ver en algunas zonas como los bosques de Palermo, por ejemplo, en la ciudad de En Buenos Aires. En ese punto, todo lo que se investigó y se escribió en los últimos años respecto al crecimiento del uso de la bicicleta como medio de transporte personal en todo el mundo, hizo contacto al mismo tiempo.
“El vehículo del futuro es la bicicleta, porque evita problemas de tráfico, infraestructura, estrés, y a la vez contribuye a la salud y a la generación de espacios verdes”, le dijo Pedro Orbaiz, especialista en movilidad y profesor del ITBA (Instituto Tecnológico de Buenos Aires), a Infobae a comienzos de 2022.
Es cierto todo lo enunciado por este especialista, pero de todos modos, algo no está bien. Algo no funciona como debería. ¿Qué es la bicicleta? Un medio de transporte personal. Todos estamos de acuerdo. Tiene ruedas, así que no es un peatón. Pero si esa es la forma de definirlo, una persona en rollers tampoco es un peatón, porque va sobre ruedas y a mayor velocidad que quienes van caminando.
Lo que diferencia a una bicicleta de un patinador es la estructura sobre la que va montada la persona que se traslada, que es capaz de lastimar a un transeúnte en caso de un choque. Si esa es la respuesta, y parece serla, entonces eso justifica que se considere a la bicicleta como un vehículo similar a una motocicleta. Tiene dos ruedas de gran tamaño, un cuadro metálico, frenos y es capaz de desarrollar una velocidad superior a la de una persona trotando. Por esa razón debe ir por la calle. O en todo caso, no debe ir por la vereda.
Sería ideal entonces que si es ese el modo de organizar el uso de las bicicletas, con la única excepción de permitir que por la vereda puedan circular sólo las que son conducidas por niños menores de 12 años, todos los demás ciclistas respeten las normas de tránsito como lo hacen los demás vehículos que utilizan las calles. Pero eso no ocurre. Y buena parte del problema radica en algo tan argentino como el dulce de leche, “si no me pueden castigar, no respeto las normas”.
Las bicicletas no tienen matrícula, no requieren un registro habilitante para su uso por las calles, por lo tanto es imposible para los órganos de control de tránsito, multarlos, ni al vehículo ni al conductor. Ahí empieza el conflicto.
Así como este año se hizo famoso el “bicibandido”, un personaje de redes sociales que se hizo pasar como un defensor y justiciero de los ciclistas, combatiendo agresivamente la invasión de los automovilistas sobre sus espacios exclusivos, las bicisendas, habría que inventar también un “peatonbandido” o un “automovilistabandido”, porque la invasión de los ciclistas sobre las personas de a pie por un lado y sobre el espacio de los automóviles por otro, es probablemente tan grande o más aún que las que este personaje mediático reivindicaba con su videos virales.
Las bicicletas tienen cada día más carriles exclusivos, las ciclovías o bicisendas, y esa es una construcción de gran valor en la infraestructura de las ciudades. Dentro de ese espacio, se circula con normas similares a las de las calles, si son de dos manos, el sentido de circulación es el mismo de una avenida de dos sentidos para los autos, siempre por la derecha de cada ciclista y por la izquierda el cruce en sentido opuesto.
Pero cuando se termina la zona exclusiva, en las esquinas, las normas de tránsito son las mismas para todos. Las bicicletas, y los monopatines eléctricos también, deben detenerse con un semáforo en rojo. Ni siquiera deben cruzar por la senda peatonal lateral como si fueran peatones. Pero la mayoría no lo hace.
La Asociación Civil “Luchemos por la Vida”, realizó en septiembre de 2021, en la época que mayor cantidad de bicicletas se vendieron en Argentina a causa de las restricciones de salud para el transporte público por la crisis del Covid-19, un estudio para analizar el comportamiento de los ciclistas en la ciudad de Buenos Aires. Las cifras son alarmantes, y con sólo conducir en la actualidad por cualquier barrio porteño se puede comprobar que la situación no ha cambiado un año y medio después.
El 84% de los ciclistas no se detiene en un semáforo en rojo y el 95% no respeta la prioridad de paso de los peatones. El mismo informe señala que además, el 98% no anticipa sus cambios de dirección con las manos, el 71% no usa casco, el 67% no usa luces de noche y el 11% circula de contramano.
Cómo atacar este problema es el problema. La educación es lo más importante, pero no sólo referida al comportamiento de un ciclista en medio del tránsito vehicular y los peatones. La educación esencial del respeto por el otro es la que tiene el trabajo más difícil. Si todos los que interactúan en una calle, peatones, patinadores, ciclistas, motociclistas y automovilistas actúan respetando al otro, entendiendo que la prioridad es descendente desde el primero al último mencionado, la mitad del problema estará resuelto.
Después, con usar el sentido común basta y sobra. Si un ciclista va a subir a una vereda, cruzar por una senda peatonal o transitar por el andén de una estación de trenes, debe hacerlo como peatón, descendiendo de la bicicleta y llevándola al costado. Si en cambio piensa circular por la calle, donde las personas no caminan en el sentido del tránsito, se suben y pedalean.
Y esta misma aplicación del sentido común vale para otra situación frecuente y preocupante. La mayoría de las bicisendas tienen ambos sentidos de circulación, sin embargo cruzan la mayoría de las calles de una sola mano y con un solo sentido de circulación. Este es un típico lugar de conflicto y accidentes, porque los automovilistas, al llegar a una esquina sin semáforo, si tienen que doblar en la calle que cruza, miran que no venga ningún auto desde el lado del que viene el tránsito de automóviles, sin embargo, muchas veces aparece una bicicleta del lado contrario.
El ciclista tiene derecho de paso, eso no está en discusión, pero aunque lo asista la prioridad, debe tomar la precaución de entender que los automovilistas están mirando para el lado opuesto. Frenar, asegurarse haber sido vistos y continuar es lo más recomendable. Pero eso tampoco ocurre, y la actitud de pasar sin siquiera disminuir la velocidad es un acto de arrogancia que se puede pagar caro.
Es por este tipo de cosas que la Inteligencia Artificial no consigue ser compatible con el comportamiento de las personas, y ese es el gran freno para que se pueda desarrollar la conducción autónoma para los automóviles en todo el mundo. Lo peor del caso es que un ciclista que cruza un semáforo en rojo o una bocacalle de frente al tránsito por estar sobre una bicisenda, está atentando, principalmente, contra su propia vida.
FUENTE: Diego Zorrero – www.infobae.com