“Es hermoso, tranquilo. Caminamos entre los árboles y escuchamos a los pájaros cantar a pesar de estar a pocos minutos del Obelisco“, dice con orgullo Liliana Brinatti, una arquitecta que llegó al Barrio Monseñor Espinosa de Barracas hace más de 30 años y que jamás pensó en mudarse. Si hoy se construyera este conglomerado probablemente sería catalogado de “exclusivo barrio cerrado”; sin embargo, las pintorescas casas que lo componen se inauguraron hace casi 100 años para ser destinadas a obreros y empleados de la zona con pocos recursos. ¿Cómo se creó este lugar del sur porteño? ¿Quiénes fueron sus primeros habitantes? ¿Por qué lleva el nombre de un sacerdote? ¿Cuántas viviendas tiene en su interior? ¿Siempre estuvo cerrado, o en algún momento la gente de la zona podía circular libremente? ¿Es posible comprar o alquilar una casa allí?
Dentro del Distrito de Diseño, y a dos cuadras del gran parque Leonardo Pereyra, Monseñor Espinosa tiene su entrada principal en la calle Perdriel 1250 con un gran arco rojizo que lo identifica. Allí, en la vereda, un cartel del Gobierno porteño advierte que el centenario barrio es parte del circuito histórico de esta zona industrial y de inmigrantes. Ocupa casi media manzana, al lado de la Editorial Perfil. Sus habitantes entran y salen tranquilamente del lugar a pie, ya sea por los dos portones de California, los otros dos de Alvarado, el de Pedriel, o por el principal, escenario de varias películas, entre ellas Sur de Pino Solanas.
Cuando se construyó este conjunto de viviendas ya existía la Iglesia y el colegio del Sagrado Corazón, en lo que era una zona de quintas que se fue parcelando, mientras también se abrían nuevas calles. “El extenso lote donde está Monseñor Espinosa fue donado por Leandro Pereyra Iraola, y la fabricación de casas se logró gracias a la Unión Popular Católica Argentina que, en 1917, encabezó una gran colecta nacional para construir casitas para familias numerosas de pocos recursos. El entonces arzobispo de Buenos Aires, Mariano Antonio Espinosa, organizó las donaciones de cal, ladrillo, etc.“, explica Brinatti en una recorrida con LA NACION a través de sus pequeñas calles. Se inauguró en 1923, el mismo año que falleció el sacerdote, quien tiempo antes había dado el visto bueno para que llamaran al sitio por su nombre.
Durante los primeros años, la administración estuvo en manos de la Acción Católica y, pasados los años 50, se pusieron a la venta las casas teniendo prioridad en la compra quienes allí alquilaban. Así lo explica la arquitecta mientras saluda a una vecina: aquí todos se conocen. “La mayor parte de los habitantes del conglomerado no tenía dinero para adquirir su propiedad y por eso dos o tres vecinos, socios del Hogar Obrero, pidieron la financiación de las 64 viviendas. Pero tres familias tenían ahorros suficientes para comprar y rechazaron el crédito. El resto lo aceptó y lo pagó durante años a cuotas irrisorias.
Una de las cosas que más llama la atención es la tranquilidad del lugar: tiene una plaza central y arboledas de pinos, tipas y palmeras. Solo se escucha el ruido de los loros y se observan los pájaros carpinteros que provienen de la Costanera Sur. Las fachadas están bien conservadas: casi todas son iguales, con su antepecho rojo de ladrillo a la vista, lo que las identifica. Solo algunas, las que dan a la calle, fueron intervenidas colocándoseles por lo general piedra en el exterior.
Según explica Moderna Buenos Aires, el portal del Consejo Profesional de Arquitectura y Urbanismo, se trata de un conjunto de 64 casas individuales con una estructura simple de ejes de composición octogonales. “Un espacio arbolado ordena cuatro tiras de viviendas de cada lado. Las tiras de planta baja y un piso tienen fachadas revocadas, cubiertas de chapa con zócalo, dinteles y ladrillo”, dice el sitio. Pero en realidad, si uno se detiene a contar, son 65, ya que una de ellas funcionaba como la despensa del lugar donde los vecinos se abastecían para no recorrer grandes distancias.
Buenos Aires eran todos tipo casa chorizo. Estas, en cambio, fueron creadas con el concepto actual de unificar instalaciones: tienen una pared seca y una pared húmeda la cual comparte los caños de agua y desagües de dos viviendas lindantes. Son amplias, compactas, pensadas para familias grandes: tienen 50 metros cuadrados por planta, 100 en total si son dos plantas, o 150 algunas a las que se les añadió un altillo. Cada una cuenta con su pequeño jardín privado en la parte posterior, pero por lo general la gente prefiere disfrutar de la plaza en común. Hasta el año 2000, aproximadamente, los habitantes de la zona entraban al predio para acortar camino. Luego se cercó por seguridad.
La obra fue diseñada por el arquitecto Carlos Cucullu Curuchet y edificada por la empresa constructora Sabaté, tal como lo muestran las inscripciones grabadas en las fachadas. El investigador Alejandro Machado, en su blog de patrimonio, cataloga a Cucullu dentro del grupo de arquitectos franceses en la Argentina, nacido en París, asentado en San Andrés de Giles, y autor de viviendas particulares y petit hoteles, algunos ya demolidos, en la ciudad de Buenos Aires. “Si bien sus obras denotan un notable academicismo francés tardío, en el caso de Monseñor Espinosa estamos ante un estilo pintoresquista”, consideró Machado, en relación con la corriente que desecha la simetría y hace gala de la irregularidad, de las texturas y de las formas. En cuanto a los constructores, los Sabaté, se trata de una familia devota, vinculada a importantes obras para la Iglesia.
¿Quiénes son los habitantes de esta joya arquitectónica escondida en Barracas? Por lo general son siempre los mismos. Casi nadie tiene interés en mudarse, aunque cada tanto sale una casa a la venta con valores que rondan los 200.000 dólares.
Mientras riega las plantas, Ana Sagari cuenta que vivía en San Telmo pero que un día su marido vio un aviso que decía Barrio privado en Barracas y se acercó a ver de qué se trataba. “Nos gustó esta casa donde vivimos, que es una de las más vistosas, tiene mucho sol y un altillo, el estudio de mi marido fotógrafo. Me encanta el parque enfrente, la tranquilidad, que anden chicos jugando sin peligro”. Pero también hay gente que llegó tiempo atrás: son los descendientes de los primeros habitantes, por lo general personas mayores.
Tal como sucede en los barrios cerrados, hay gastos en común: “Las expensas son bajas, nos alcanza para pagar la luz, mantener la plaza y otros gastos aunque nos gustaría poder reparar y pintar la entrada principal”, agregó la arquitecta Brinatti, mientras señala otra de las casas donde vive su madre desde mucho antes que ella.
Sobre la figura de Mariano Antonio Espinosa, los vecinos recuerdan que “el padre Antoñito” hacía extensas cabalgatas para ayudar a los pobres de la zona. Pero además fue un doctor en Teología, participó de la Campaña del Desierto y supo ser el primer obispo de la ciudad de La Plata y también arzobispo de la ciudad de Buenos Aires, hoy inmortalizado en un histórico barrio porteño.
FUENTE: Virginia Mejía – www.lanacion.com.ar