La Ciudad siempre guarda una sorpresa. Aún en una Buenos Aires plagada de espacios culturales, teatros y museos de todo tipo y color, apuntados a un enorme abanico de públicos posibles.
Pero siempre se puede esperar más. En Recoleta, y en medio de la dinámica que concentran las facultades de Medicina, Farmacia, Odontología y Económicas de la UBA; más el movimiento propio de un barrio con una fuerte concentración comercial y densamente poblado. En medio de todo esto, existe un museo que guarda 400 mil ejemplares de plantas. Algunas tienen más de 100 años y son muestras de las plantas medicinales que se utilizaron, y continúan utilizándose, para curar enfermedades y dolencias, y que son la base de la industria farmacéutica.
Se trata del Museo de Farmacobotánica “Juan Aníbal Domínguez”, que pertenece a la Universidad de Farmacia y Bioquímica de la UBA y funciona desde abril del 1900. Además de los 400 mil ejemplares de plantas -que se encuentran desecadas, identificadas y ordenadas en carpetas-, hay 150 modelos de plantas realizadas a gran escala, y en papel maché, por una fábrica alemana que fue destruida en la Primera Guerra Mundial.
Vitrinas con herramientas y cráneos a través de los cuales se puede comprender cómo hacían los pueblos originarios para tratar heridas, utilizando justamente plantas. Hay incluso una colección de corteza de árboles de todo el país; y las cartas que intercambiaron el naturalista Alejandro Humboldt y Aimé Bonpland, también naturalista, médico y botánico.
Pequeño y acogedor, el museo está abierto al público y tiene hasta visita guiada. Y Marcelo Wagner, director y alma mater del lugar, le pinta a Clarín una descripción de quién fue Juan Aníbal Domínguez, el investigador que le pone nombre al museo y que fue pionero en el trabajo con las plantas medicinales locales.
“Fue una persona que rompió los moldes, que trabajó e investigó a contra corriente, porque en aquellos años el país miraba hacia Europa en todos los sentidos, en la arquitectura, pero también en lo que respecta a la investigación farmacológica, ya que se usaban las que no eran de nuestro país para desarrollar medicamentos. Domínguez tomó otro camino: desde el punto de vista de la ciencia, modificó los conceptos de las medicinas y, desde el punto de vista social, instaló la necesidad de valorar el conocimiento de los pueblos originarios”, destacó Wagner.
Domínguez fue contemporáneo de personalidades como Humboldt, Bonpland y Rojas, y también de Leopoldo Lugones, Florentino Ameghino, Salvador Maza y Juan Bautista Ambrosetti, entre otros.
Aunque hoy el museo se encuentra en obra -la empresa Tersuave donó materiales para su restauración- es posible visitarlo: de lunes a viernes, de 10 a 17, en Junín 956, primer piso. En momentos en que la educación universitaria se encuentra en jaque, es un espacio que vale la pena conocer. Y aunque en varios momentos de sus más de 100 años de historia estuvo a punto de desaparecer, resiste con la fuerza de la pasión que le ponen quienes lo sostienen.
FUENTE: www.clarin.com