La pandemia generada por el Covid-19 pone de manifiesto la vulnerabilidad de la sociedad moderna a este tipo de “ataques” sólo imaginables en ficciones literarias o cinematográficas. Además, instala la angustia de nuevas amenazas en un futuro -no tan lejano-. Sin dudas, el proceso de cambio que transitamos, lejos de ser temporario, configura nuevos paradigmas. Apelando a la visión optimista, podría suponerse que -quizás- esta sea la solución a muchos de los problemas que nos llevaron hasta la crisis en la que hoy estamos.
En este nuevo contexto los arquitectos debemos revisar todas las soluciones “ciertas” -hasta hace poco- y formularnos una infinidad de nuevas preguntas. Muchas de las cuales no tendrán -por ahora- respuestas.
En el caso de los emprendimientos, haciendo a un lado la discusión sobre la concentración urbana o la descentralización territorial, nos encontramos en la profunda disyuntiva de decidir entre las unidades mínimas que propone el flamante (¿ya obsoleto?) Código Urbanístico de CABA y las -no tan mínimas- que demandó la vida en cuarentena. Debemos optar, entonces, si resolvemos más viviendas en menos m2 y más accesibles o menos propiedades, pero que resulten capaces de dar respuestas a las nuevas necesidades que quedaron expuestas de la mano de la pandemia. Aquí, el rol del estado será fundamental para regular este debate.
Tendencias que impone la nueva normalidad
Las unidades mínimas definidas en el nuevo Código Urbanístico de CABA, que tomó el modelo de varios de los implementados en grandes ciudades del mundo, parecen estar en las antípodas de los requerimientos mínimos de las denominadas viviendas dignas (a la hora de tener que enfrentar un aislamiento obligatorio). En este contexto, los arquitectos tenemos que repensar las expansiones, los espacios para el home office y las zonas de “llegada”, las cuales deben contar con una superficie -mínima- que permita sanitizar tanto a las personas como a los insumos que ingresan a la vivienda.
Materiales
El futuro es hoy. Previo a la aparición del Covid-19, ya los arquitectos y la industria de la construcción veníamos trabajando en el desarrollo de materiales más amigables con el medio ambiente, y que requirieran de poco traslado desde sus zonas de origen o de fabricación hasta las obras. Además, una de las búsquedas era -y sigue siendo- que los materiales permitan ser reutilizados, una vez que la vida útil de las obras llegue a su final.
Tecnología y arquitectura
Pre Covid-19 nos encontrábamos inmersos en una revolución tecnológica que estaba modificando una cantidad de paradigmas que tenían que ver con nuestra industria. Desde las herramientas que tenemos los arquitectos para poder desarrollar los proyectos hasta las técnicas constructivas que permiten trabajar, por ejemplo, con lógicas de módulos 3D, que se fabrican en una planta, se suben a un camión y se montan con grúas en plena obra. La tecnología venía modificando nuestras formas de trabajo y la pandemia parece haber hecho énfasis en esta tendencia.
Seguramente los edificios inteligentes cambien sus layouts, aunque no se sabe bien de qué manera. Estamos en medio de un proceso en donde todavía abundan las preguntas y faltan las respuestas. Lo que es seguro es que los edificios en general -inteligentes y no- van a cambiar. Se les agregarán usos y requerimientos. Algunas necesidades primarán sobre otras. El caso paradigmático hoy son los lugares de trabajo que, por esta crisis, están migrando a los hogares y ha creado una nueva lógica de trabajo a distancia.
Generación sustentable de energía
Nosotros desde 2008 trabajamos con paneles solares y predicamos sobre el tema del uso racional de la energía y los edificios eficientes. De la misma manera, desde Grid venimos desarrollando una marca que se llama E2 que, sin pretender ser una certificación internacional, pretende poner un sello a las construcciones que sostienen estas estrategias. Tenemos ya casos de edificios de propiedad horizontal que dan cuenta de experiencias exitosas respecto del consumo de energía. Allí, por ejemplo, los paneles solares están generando un ahorro promedio anual de gas que ronda el 50% anual. Sin dudas, el uso de nuevas tecnologías amigables está influyendo de forma muy positiva y esto recién comienza.
FUENTE: Gabriel Torraca – www.lanacion.com.ar