Originalmente se llamó “Quinta del Colegio El Salvador”. Su aspecto de antiguo monasterio, el parque, las enredaderas que cubren las paredes sumergen al observador en una atmósfera de sosiego y misterio.
La construyeron hace 112 años en un paraje lejano, entre quintas dispersas, y hoy ocupa una manzana que la expansión de la ciudad dejó en el corazón del barrio Los Pinares. Su actual territorio tiene por límite cuatro calles que en aquellos tiempos no existían: Padre Cardiel, Marcos Sastre, Juan. A. Peña y Benito Juárez.
En 1886, los jesuitas habían fundado en Buenos Aires el Colegio del Salvador, cuyo antiguo edificio de Callao 542 guarda cierto “aire de familia” con la casona marplatense.
Dos décadas después compraron en Mar del Plata la “chacra 63”, que tenía 16 hectáreas delimitadas por las actuales calles Marcos Sastre, Ortega y Gasset, Strobel y Florisbelo Acosta. En los registros, el comprador aparece identificado como José López, un sacerdote español que fue rector del Colegio El Salvador entre 1909 y 1915.
Los jesuitas hicieron construir allí, en 1912, una residencia de descanso, cuya lejanía y su noble austeridad evidencian el propósito de generar un espacio de retiro y reflexión.
Arquitectos franceses
El proyecto fue encomendado a dos profesionales de renombre: Eugene Gautner y Albert Guilbert, arquitectos franceses que se habían radicado en Argentina para dejar su impronta en la europeizada Buenos Aires de principios del siglo XX.
Guilbert proyectó antes de 1906 para la familia Leloir una de las bóvedas más costosas de la Recoleta, donde descansan los restos del Premio Nobel de Física, Luis Federico Leloir. Gautner, por su parte, diseñó una de las más conmovedoras obras de ese cementerio: el sepulcro de Juan Alberto Lartigau, un joven de 20 años que se desempeñaba como secretario del jefe de policía Ramón Lorenzo Falcón. Ambos fueron asesinados el 14 de noviembre de 1909 por el anarquista Simón Radowitzky, que les arrojó una bomba.
En Mar del Plata, los arquitectos contrataron al constructor José Aronna, que en esos días levantaba un edificio de dos plantas con ático y cúpula que -hoy incorporado al patrimonio arquitectónico local- se encuentra en Rivadavia 2882, esquina Hipólito Yrigoyen.
La casa de los jesuitas
La casona levantada en la lejana quinta es rectangular, tiene dos plantas y una superficie de 3.200 metros cuadrados. Sus cuarenta habitaciones y demás dependencias dan a un inmenso patio interno poblado de vegetación. Dentro del edificio se encuentra la capilla “San Jorge”, que es de doble altura y tiene un altar conformado por dos grandes bloques de piedra.
En su libro “Mar del del Plata y su patrimonio residencial”, las arquitectas Silvia Roma y María Eugenia Millares la encuadran en la corriente estilística italianizante e indican que “el esquema de planta desarrollado en dos niveles responde estrictamente a la organización en claustro, a partir de la sucesión de locales, celdas, con sus clásicas circulaciones en torno a un patio central”.
Antiguos vecinos de la zona solían referirse a la explotación de quintas en las hectáreas que los jesuitas poseían en torno a la casa de descanso, pero estas fueron desapareciendo en posteriores loteos que dieron lugar a la urbanización.
La “Quinta del Colegio el Salvador” quedó reducida a una manzana y siguió funcionando como casa de descanso de los jesuitas. Uno de ellos fue el actual papa, Jorge Bergoglio, quien en una reciente entrevista recordó haber pasado allí un período de vacaciones en la segunda mitad de la década del 70.
El padre Carlos Mugica también estuvo allí. Fue en febrero de 1974, tres meses antes de ser asesinado el 11 de mayo cuando salía de oficiar misa en la capilla San Francisco Solano de Villa Luro. El sacerdote no había venido a Mar del Plata en busca de descanso. La historia del mundo y del país cambiaban vertiginosamente. También la de aquella antigua casona.
La Casa de los Jóvenes
“Entre los años 1972 y 1973 comenzó en ese edificio otra historia“. La cita pertenece a un detallado trabajo del profesor Daniel Di Bártolo, quien, siendo estudiante, fue partícipe de una experiencia que quedaría grabada en miles de jóvenes de esa generación.
“Fueron los tiempos -señala- del Concilio Vaticano II, de los Documentos de Medellín (Episcopado de Latinoamérica) y de los Documentos de San Miguel (Episcopado Argentino). Tiempos de renovación de la Iglesia, de inserción en el pueblo y de mirada latinoamericanista”.
“Esa casa fue el espacio para un acuerdo entre tres patas: sus propietarios, los jesuitas que la cedieron para esta experiencia, los salesianos de Don Bosco que asumieron allí la primera comunidad de sacerdotes y religiosos al servicio de la Pastoral Juvenil y el Obispado de Mar del Plata, a cargo de monseñor Eduardo Pironio”, quien fue beatificado en diciembre de 2023 por el papa Francisco.
Precisamente fue Bergoglio, en su carácter de superior provincial de los jesuitas en la década del 70, quien suscribió el acuerdo en representación de esa orden religiosa.
El compromiso de los 70
“Los salesianos -puntualiza Di Bártolo- estaban conducidos por el padre Argimiro Moure, que años más tarde fue obispo de Comodoro Rivadavia. Poseedor de una enorme sencillez y bondad, vio en esa experiencia la posibilidad de atender a los cientos de jóvenes que buscaban respuestas en el clima de compromiso de los años 70″.
Aquel edificio con su disposición de claustro cambió su dinámica y su función para convertirse en La Casa de los Jóvenes, como muchos aún lo recuerdan.
“Por allí pasaron miles de jóvenes de Mar del Plata y la zona. En ellos quedó grabada esa experiencia juvenil y popular. En esa casa, meses antes de su asesinato, predicó un retiro para jóvenes, ofició misa y se alojó el padre Carlos Mugica. Cautivó a quienes lo escucharon con su mensaje de coherencia y testimonio“, puntualiza Di Bártolo.
Uno de esos jóvenes, Ricardo Favarotto -quien llegó a ser juez de Cámara del Departamento Judicial Mar del Plata- atesora una foto donde se lo ve en la casa, junto a Mugica y José María “Chema” de la Cuadra, sacerdote salesiano que motorizó aquellas experiencias.
“La primera comunidad salesiana que vivió en la casa -recuerda Di Bártolo en su trabajo- estaba formada por los sacerdotes José María de la Cuadra (‘Chema’), Anselmo Gáspari y el religioso coadjutor Nicolás Schiavonne (‘don Nicolás’). Luego, pasó por allí el padre Ricardo Sills, también salesiano. En la casa se realizaban encuentros juveniles llamados cursos de promoción, charlas, retiros, reuniones. Se debatía, se estudiaba, se trabajaba. En la casa se consolidó el Movimiento Juvenil Diocesano. También se motorizó la Marcha de la Esperanza que sigue realizándose año tras año desde la Gruta de Lourdes hasta la Iglesia Catedral“.
Los años siguientes
La Casa de los Jóvenes dejó de funcionar como tal durante la dictadura cívico militar, al influjo de su significación de los movimientos juveniles, las reuniones y los espacios de debate, sobre todo si rozaban cuestiones sociales. Al menos dos allanamientos -la información es de fuentes seguras pero no oficiales- que no arrojaron “resultado material” alguno, habrían operado como efectivo mensaje de disciplinamiento.
La historia de la antigua casona volvería a cambiar. Desde hace años alberga a una residencia de ancianos, emprendimiento que ratifica la eficacia de un mecanismo de preservación: la refuncionalización responsable.
El edificio fue declarado de interés patrimonial en 1995 por el Concejo Deliberante e integra el listado de bienes patrimoniales marplatenses desde 2003.
Con su arquitectura intacta, la antigua “Quinta del Colegio El Salvador” impacta como un recorte del pasado dentro del barrio que creció a su alrededor. Y en su serena atmósfera, poblada de árboles que han visto todo lo que aquí narramos, descansan en silencio 112 años de historia.
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