Faltaba algo entre el mar y la ciudad, un componente de cohesión, una estructura que mezclara los dos escenarios. En el entendimiento rioplatense, una rambla es una “avenida que bordea la costa de un lago, un río o el mar”, según la definición académica de la RAE. Es un espacio urbano de dimensiones amplias apto para peatones, comercios y ornamentos decorativos, libre de automóviles, un sitio fotogénico. La más famosa del país, tal vez, radica en Mar del Plata: la rambla Casino, integrante de un conglomerado urbano declarado Monumento Histórico Nacional por el decreto presidencial 349 de 1999.
Pero antes de que se institucionalizara su estatus patrimonial, la rambla que hoy se nutre de un hotel, un casino y esculturas de lobos marinos era apenas un puente rústico y casero de tablas unidas por clavos. Su gestación sucedió de manera casual, pocos años después de la fundación, en 1874. Su historia es espejo del desarrollo turístico de la perla del atlántico: la evolución de la rambla crece al compás de la consolidación de Mar del Plata como la ciudad pionera que integró al mar argentino en su ideario urbano.
El 26 de septiembre de 1886 llegó el primer tren a lo que por entonces era una modesta villa balnearia. El 8 de enero de 1888 se inauguró el Bristol Hotel con 300 huéspedes y una fiesta que contó con la presencia de Dardo Rocha, gobernador de la provincia, del vicepresidente Carlos Pellegrini y del ex presidente Bartolomé Mitre. El paseo que interactuaba entre las edificaciones y el mar era una obra precaria y sencilla, hecha por pescadores, con un techo de lona y un pasillo de tres metros, según consigna el periodista Javier Novoa en una nota publicada en El Marplatense.
Un feroz temporal comprobó su fragilidad y obligó a diseñar un paseo costero acorde. De la primera rambla sobrevivieron la idea y maderas rotas. La segunda rambla suponía un proyecto oficial aprobado por arquitectos y urbanistas, ya no un esfuerzo de vecinos inquietos. Carlos Pellegrini, visitante asiduo y quien ya había asumido como presidente de la nación, impulsó y promocionó una colecta para edificar una nueva rambla. Lo diseñó el ingeniero Julio Figueroa con reminiscencias al estilo lejano oeste. “Tenía 250 metros de largo, estaba sobre pilotes a cuatro metros de altura y presentaba casillas, comercios y restaurantes”, describe el artículo del diario local.
La rambla Pellegrini, la segunda, también duró poco. Otra catástrofe, esta vez intencional, la destruyó. El 8 de noviembre de 1905 por la madrugada, un incendio intencional tomó la construcción y el fuego desatado escaló por las casas vecinas. El historiador Daniel Balmaceda reconstruyó el episodio reivindicando lo publicado en el diario La Nación, que calificó el siniestro de desaparición “súbita y radical”: “Es allí donde ha estado localizado el centro más amable, más movido y más palpitante de la vida marplatense, allí donde el coro del mar canta siempre sus arrullos, donde la brisa envuelve con su caricia, donde las mujeres más bonitas y más elegantes de Buenos Aires lucen, a pleno aire, la frescura de su tez y la gracia de su sonrisa”.
Eran comienzos de siglo, los esplendorosos tiempos de la “belle époque”. Mar del Plata era hogar de la burguesía argentina, de los ciudadanos ilustres, de las clases más encumbradas que venían en la ciudad -declarada como tal en 1907- a la que empezaron a idealizar como la “Biarritz argentina”. El mar era un lugar donde hombres y mujeres se podían bañar totalmente vestidos y por separado. La playa Bristol había heredado el nombre del hotel contiguo. En ese hotel había una ruleta. La había suministrado José Lasalle, empresario dedicado a los juegos de azar que dos días después del incendio que arrasó con la rambla decidió costear una construcción nueva.
Dos meses y cinco días después se inauguró, entonces, la renovada rambla Lasalle: una estructura mejorada, también de madera, con ajustes modernos. Medía cien metros de largo por cuarenta de ancho y llegaba hasta el frente de la calle San Martín. Contaba con cuatro pabellones de planta cuadrada, dos sobre el paseo en sí y otros dos en cada extremo sobre la calle. En sintonía con la época, aducía signos de progreso con servicios vanguardistas como balnearios con agua fría y caliente, pista de patinaje, residencias privadas, cine y locales comerciales. Alcanzó a cuadruplicar su extensión. Pero no soportó el vértigo de la modernización: siete años después, las ideas de vanguardismo ya eran otras.
Pablo Junco tiene 55 años, es maestro mayor de obra con estudios en arquitectura y urbanismo, asesor en estudios de impacto urbano y creador de un sitio reconocido de interés cultural por la Secretaría de Cultura y la Secretaría de Turismo de la ciudad: “Fotos Viejas de Mar del Plata”. En él se desmenuza la historia de la cuarta rambla: la Bristol. “El 13 de enero de 1911 la Comisión de la Rambla de Mar del Plata tomó en consideración un proyecto de embellecimiento del sector ribereño central”, dice el autor.
Una rambla de mampostería con diseño belga, dotada de un estilo parisino con embellecimiento a cargo de balaustradas, terrazas, estatuas y ornamentos, de inversión estatal mediante un empréstito de siete millones de pesos que asumió el Banco Español del Río de la Plata, de 400 metros de extensión, con un ancho de 45 metros, con tres secciones y dos niveles atados por escalinatas, con balnearios públicos y privados, con grandes arcadas, con un pronunciado sentido estético y artístico expresado en los detalles de los vitrales, las cúpulas y las mayólicas. El 2 de marzo de 1911 se colocó la piedra fundamental. La obra la proyectó el arquitecto Luis Jamin, la dirigió el ingeniero Carlos Agote y la ejecutó la firma Castello y Picqueres. Se inauguró el 19 de enero de 1913 con una presentación fastuosa. Hay retratos de Alfonsina Storni, Adolfo Bioy Casares, Jorge Luis Borges y Victoria Ocampo caminando por la rambla Bristol.
Tenía una falla orgánica: la cercanía con el mar, la falta de contención del oleaje y la escasa previsibilidad. El tiempo fue descomponiéndola de a poco. Hacia finales de la década del treinta, las leyes provinciales exigían que la ruleta estuviese en una casa de juego con personería jurídica: había que construir un casino. La ruleta ya había girado por las sedes del Club Pueyrredón, del Club Mar del Plata y del Hotel Bristol. La ruleta necesitaba una nueva casa.
El ingeniero José María Bustillo era por entonces ministro de Obras Públicas de la provincia, cercano a empresarios interesados en dotar a la ciudad balnearia de una casa de juegos de azar. Alejandro Bustillo era su hermano: un reconocido creador de piezas arquitectónicas de cuantiosa valía. El hombre que había diseñado -entre otras obras- la casa de Carlos Tomquist (hoy Embajada de Bélgica), la de Alberto del Solar Dorrego (hoy Embajada del Perú), la de Victoria Ocampo, el Museo Nacional de Bellas Artes y la residencia del gobernador de Posadas, Misiones, fue el encargado de conducir la reconversión de la épica marplatense.
En 1938 comenzó la demolición de la rambla existente y la construcción de un nuevo megaproyecto arquitectónico: dos edificios en espejo sobre una plataforma que establezca un diálogo entre la costa y la ciudad. La obra fue cuestionada y rechazada por la comunidad marplantense que vio como era demolida la hermosa, refinada y distinguida rambla Bristol para cambiar para siempre la postal de la ciudad. El edificio del Casino Central, urgido por la sed empresaria, fue el primero en inaugurarse: la primera parte se abrió en 1938, la conclusión de la obra demoró tres años más. La construcción del Hotel Provincial se inició en 1942 y finalizó en 1948. “Ambos edificios conforman el núcleo del conjunto y exhiben la tendencia academicista tan frecuentada por el autor, que en este caso se inclina por una vertiente sabiamente simplificada –e imponente– del estilo Luís XIII”, aportó Junco.
La rambla Casino, también conocida como rambla Bustillo, fue inaugurada como tal el 27 de diciembre de 1941, junto a la apertura formal del casino. La presentación contó con la presencia del presidente Ramón Castillo y el descubrimiento de dos esculturas de cuarzo arenita emplazadas en la Plazoleta de la Armada Argentina firmadas por el escultor José Fioravanti. La coronación de la rambla rinde homenaje a los primeros habitantes de la villa balnearia que hasta mediados del siglo XIX era conocida como “la lobería grande”. Hace 81 años dos lobos marinos miran al cielo desde el corazón histórico de Mar del Plata.
FUENTE: Milton Del Moral – www.infobae.com