Son las 8,30 de la mañana en la esquina de Salguero y Ada Santa Fe. Fernando Morri está trepado en la punta de una escalera colocando un calefactor eléctrico de exterior resistente a la lluvia. Es el tercero que instala junto a uno de los mozos en la vereda del tradicional bar y restaurant San Martín. “Las estufas nos salieron 30 mil pesos cada una”, cuenta con resignación. Afuera pusieron 20 mesas y pronto harán un cerramiento antes que lleguen los días más fríos. Lejos están los tiempos donde llenaban el local con 200 personas adentro. En la puerta hay un gran cartel que promociona “un tazón de café con leche a 175 pesos”.
“La idea de este año es sobrevivir, tratar de no cerrar por la gente que trabaja acá”, dice Morri, mientras sufre por lo que será la próxima cuenta de la luz. “Esto suma muchos gastos, cada equipo de estos tiene un consumo como si fuera un Split, más las luces que aggiornan, el mes que viene vamos a tener una boleta mucho más pesada”, agrega. El encargado tendrá que subir y bajar la escalera al menos dos veces día. “A las estufas hay que ponerlas y sacarlas. Es un riesgo dejarlas toda la noche y que te las roben”, concluye.
Del otro lado de la Juan B Justo, en Palermo Hollywood los dueños de la cervecería El Peñón del Águila, de Honduras y Bonpland, pusieron entre las mesas de madera de la vereda tres calefactores chinos a garrafa cuyo costo va desde los 34 mil pesos cada uno. A una cuadra, en Fitz Roy al 1700, preparan la inauguración del restaurant Oelada. Allí el gasista Daniel Fernández colocó a lo largo del techo del frente del coqueto local un caño con una estufa a gas alimentada con un comando de electricidad ubicado en el interior del negocio.
“Hay que pensar en los 100 mil pesos, más o menos, de acuerdo a la capacidad, calorías y longitud. Uno de seis metros puede salir hasta 180 mil pesos tranquilamente”, explica el operario muy atento. Una instalación muy parecida ya está desde el año pasado en Le Pain Quotidien de Sucre al 2100, en Belgrano. Allí colocaron a lo largo de un techo rebatible de la vereda, un tubo de casi tres metros con un radiador que atrae a cualquiera que pase por el lugar. “Ahora vamos a comprar también unos hongos a gas porque el calor no llega a los que están más cerca de la calle”, cuenta Sofía la encargada. Mientras habla la joven, asienten las clientas. “Estoy calentita pero si me pongo justo abajo se me quema el cerebro”, dice Ruth Sztutwojner mientras toma un café con su amiga Luciana Arano. “Ojalá todos los bares tuvieran esto, pero es mucha inversión”, agregan las señoras.
El último decreto presidencial que restringió aún más el horario de cierre de los locales gastronómicos y prohibió la atención de los clientes en el interior de los locales para evitar la propagación de la pandemia, está llevando a la desesperación a los dueños de los bares y restaurantes.
“Nosotros no estamos en condiciones de comprar estufas para exteriores”, dice Matías Cederbojm dueño del bar Fuego y Sabor de Gorriti y Thames. “Palermo Soho es un desierto –se queja- y más si no estás sobre Plaza Serrano. Ya no abro más de lunes a viernes, si a las siete tenés que cerrar, no te dan los horarios. La gente sale a las seis de la oficina y se va directo a su casa. Sabiendo que sólo trabajo dos días por semana es imposible armar todo un sistema de calefacción de exterior cuando en realidad no voy a poder ni siquiera cubrir el costo de la compra”, se lamenta. Lo mismo piensa Belén Aragón dueña de la peña Los Cardones, de Niceto Vega y Fitz Roy. “Nuestro público es nocturno y nosotros no podemos gastar para poner estufas porque tenemos que cerrar a las 19 hs. Es imposible. Decimos abrir con todo esto solamente los sábados y domingos al mediodía y tratamos de zafar del frío bailando folcklore en la vereda”, agrega.
“Poner en valor una vereda sale un millón de pesos”, revela a Infobae Fabián Castillo, titular de Fecoba. “Un toldo para tapar las cuatro o cinco mesas que se ponen delante de un local anda alrededor de los 600 mil pesos, calefaccionar una superficie de esas vale otro tanto. Esto es una calamidad. Los comercios vienen golpeados desde hace más de un año, tienen que hacer una gran inversión para que muy pocas mesas puedan estar en ese lugar. El estado es el que tiene que dar la respuesta ante esta situación”, reclama.
Por la Avenida Corrientes o Rivadavia a la altura de Almagro, Abasto y Once, la situación se pone peor. Veredas angostas, poco sol por la cantidad de edificios de altura, paradas de colectivos, kioscos de diarios, manteros, puestos de flores, stands de los partidos políticos, cartoneros que ordenan en los carros lo recolectado, volanteros, obras en construcción con un ruido ensordecedor, y robos continuos hacen que nada sea menos atractivo que sentarse en una mesa en la vereda a tomar un café.
En Avenida Corrientes, desde Callao a 9 de Julio, el panorama es dispar. En la pizzería Farándula, colocaron en la vereda tres estufas “pirámide” cuyo costo está en los 52 mil pesos cada una. “El problema es que tenés que tenerlas todo el día a full para que den calor y la garrafa dura un día y medio solamente”, se lamenta uno de los empleados. El bar, promociona para estas épocas de frío, un plato de pasta, bebida y licor a 349 pesos.
Cruzando la Avenida a sólo una cuadra, está Chiquilín. El dueño del mítico restaurant de Montevideo y Sarmiento, Carlos Ganduglia, no sabe cómo va a sobrevivir este año. “En algún momento este lugar era estratégico pero ahora con esta vereda angosta, y la imposibilidad de ensancharnos por la bicisenda se agrava la situación de esta empresa. Hoy se sentaron un par de clientes pero pasa un colectivo o un camión y te pulverizan con gasoil”, se sincera. “Ningún local gastronómico está en condiciones de cerrar a la noche”, dice el experimentado empresario. “La ayuda que recibimos del Estado es totalmente insuficiente. Actualmente se les da a los empleados un REPRO que está en el orden de los 18 mil pesos. Un empleado le cuesta a la empresa entre lo que gana de sueldo de bolsillo que son cincuenta y pico mil pesos y las cargas sociales sale 100 mil. De esos 100 mil, el Estado pone 18, el resto, 82 mil, tenemos que poner nosotros”, sentencia.
“El enemigo de sentarse afuera no es el frío, sino el viento”, opina Daniel Prieto, Presidente de la Asociación de Hoteles, Restaurants, Confiterías y Cafés de la Ciudad. “Cada honguito está entre los 50 mil a 100 mil pesos de acuerdo al modelo, más la garrafa. Además dan poco calor y no cortan el viento. Es un costo muy alto y un beneficio muy bajo”, añade el empresario, preocupado también por el alza de los alquileres y la situación calamitosa en la que se encuentran las cervecerías y bares que normalmente abren solamente la noche y, además de la restricción horaria tienen la imposibilidad de atender a los clientes adentro del local. “La gente tiene miedo también de sentarse en la vereda por los robos, es un tema muy complicado”, añade. “El año pasado durante la cuarentena cerraron 2000 locales y ahora van a cerrar 2000 más”, alerta.
En Avenida Corrientes al 1300 está la centenaria pizzería Guerrín. En medio del panorama desolador de la pandemia el año pasado decidieron construir en un terrero del fondo del local un galpón con techo rebatible semidescubierto que acaban de inaugurar. Allí se instalan todos sus clientes ahora. “Aprovechamos este espacio para que venga la gente y le pusimos un sistema de calefacción por aire acondicionado con ventilación, para evitar el frío. Son tubos que van por todo el contorno es decir por toda la superficie del patio”, dice el encargado Mauricio Nunes.
Frente al Obelisco el panorama es desolador. Solamente Kentuky logró poner un cerramiento afuera para atajar el viento del que colgó ayer 3 calefactores eléctricos de tubo radiante infrarrojo que cotizan cerca de los 45 mil pesos. Con este calorcito y una promo de café con leche y medialunas a 130 pesos lograron “llenar” la vereda. Sus vecinos, tanto de la Avenida Corrientes como de Carlos Pellegrini, no logran atraer un cliente. La zona también tiene numerosas marchas y el sonido de las constantes batucadas de protesta parece poco propicia para sentarse afuera.
Las restricciones a la gastronomía pasaron a ser en los últimos días un desafío a la creatividad. En el restó de Carlos Pellegrini al 1500 casi Libertador, Il Giardino Romagnoli, dan colchas envueltas en bolsas de nylon a los comensales. “Al no poder usar espacios cerrados y tener esta terracita decidimos darle a la gente que viene estas mantas para que puedan abrigarse y evitar el frío”, cuenta con orgullo su dueña, Tefy Carlojeraqui. “Están todas higienizadas, se usan una vez y luego se las limpia por todo el protocolo de COVID”, agrega la joven. “El café sigue saliendo 120 pesos aclara”, por si alguien pensó que el lavado de las mantas iba elevar el precio de las infusiones.
FUENTE: Mercedes Ninci – www.infobae.com