Mirá, mamá. ¡Parece un dinosaurio!”. Apenas supera el piso y el cuello de un camperón azul le tapa la boca. Es domingo a la tarde, hace frío. Madre e hijo son casi los únicos que caminan por esa porción de Lavalle. Él quiere parar, quedarse a observar. Lo demuestra con su grito y tirando de la mano adulta que lo lleva. Un mural con la cara de un gallo enojado, sobre un fondo de líneas violetas y amarillas, lo absorbe. Tiene dos años, quizás tres. Pero sus conocimientos son innatos: por un lado, la Ciencia comprobó que el gallo y la gallina son descendientes de los dinosaurios; por otro, sólo se necesita una pintura para romper con la continuidad de calles, colectivos y oficinas.
La zona del Centro, Once, Congreso o Tribunales -donde están el nene y su mamá- son contradictorias. De día hierven de actividad y de gente, pero se vacían cuando cae el sol. En ese momento, también bajan las persianas. Todo se vuelve más solitario y uniforme. Las calles se suceden con una piel grisácea y metálica. En 2014, recién mudado al Microcentro, Santiago Cavanagh se preguntó por qué esto era así. Caminando, imaginó esas persianas como lienzos. Quizás lo suyo era sólo una deformación profesional -es licenciado en economía con una especialización en arte-, pero no paró y pidió ayuda, convocó a artistas callejeros y auspiciantes. Así nació el colectivo Proyecto Persiana, que se completa con Milagros Avellaneda y Lucía Arrocha, licenciadas en Comunicación, y Juan Ridolfi, estudiante de Diseño Industrial.
En 2015 empezaron con diez creadores. “Una persiana, un cuadro, un artista”, fue la idea fundante. Este domingo fueron más de 50 artistas y en ocho cuadras de Tribunales, sobre 50 persianas, encararon su 11° intervención. En Libertad, a metros de Corrientes, trabaja Julián Cruz Solano. Ya tiene cronometrado el tiempo para cruzarse de vereda y mirar su obra a la distancia. El 5, que tiene parada casi a la altura de su persiana, es a lo que le presta mayor atención. “Cruzo para tener perspectiva. Uso la técnica del micropunto y estoy chequeando que no se pierda la imagen”, describe. El protagonista de su pintura es un guacamayo, similar a los que se ven en el sur de Brasil. “Quise darle color a la persiana que venía bastante negra”, dice. Tiene la nariz y los pómulos cubiertos de pintitas celestes, un color que, entre otros, está usando para simular el movimiento de las alas. Llegó a las 10 y lleva horas de pintura en un local que está en obra. Sus trazos para dar luces y sombras, sus micropuntos con aerosol, están acompañados de martillazos. “No me molestan. Están remodelando. Ya pasó el nuevo dueño y me dijo que estaba muy contento. Le gustó el dibujo”.
Cris Herrera -Kiki- está subido a lo más alto de una escalera, dando las últimas pinceladas a un mural en homenaje al educador Paulo Freire. En la esquina de Uruguay y Lavalle, frente a los Tribunales, le pareció acertado ese dibujo. “Este mural habla del hacer y de la ‘educación como práctica de la Libertad’, como repetía Freire”, dice. De un lado, pegada con cinta shock hay una foto en blanco y negro de Freire. Del otro, el boceto de la obra. Abajo, en el suelo, se acumulan frascos de pintura, pinceles, agua teñida de colores. A unos metros, pinta Agus Rúcula, docente de dibujo en la UBA. Su trabajo es una composición entre tres manos, pintura hiperrealista. “El mural habla de propiciar los puntos de encuentro. Del poder de juntarse”.
Lograr esto llevó tiempo. Primero, puerta a puerta, pidieron permiso a los comerciantes. Explicaron que no se trataba de vandalizar, sino sumar arte a una escenografía que por las noches se pone gris. Después convocaron a los artistas, les enviaron a cada uno la foto de su persiana y consiguieron la pintura, que cedieron en forma gratuita dos empresas. En total, son 100 litros de hidroesmalte y cinco aerosoles por artista.
Luciano Elias conoció hace muy poco estos elementos. Su especialidad es la pintura de estudio, en lienzo. “Me atrajo el desafío, la posibilidad de dibujar con aerosol, que es lo más práctico para cubrir esta superficie llena de hendiduras, y la oportunidad de dejar marca de una manera legal”, sintetiza. El formato es novedoso: “Está bueno recuperar estos espacios con muchos tags -firmas de graffities- y poner una puesta más comprometida con el espectador”, suma Florencia. Es la más chica de los artistas y esta es su primera vez en Proyecto Persiana.
Si bien Florencia se refiere a lo artístico, en el último tiempo, los murales interpelan cada vez más a quien los mire. En marzo, la organización Missing Children Argentina lanzó la campaña “Paredes que buscan” y puso el el street art al servicio de encontrar a esos chicos. Reunió a distintos artistas, les mostró la foto de los nenes perdidos y se utilizaron las imágenes más nítidas para retransmitir sus rasgos de la manera más fiel. A gran escala, los rostros se ven mejor. Para Missing Children hay dos factores fundamentales para encontrarlos: la visibilidad y el tiempo. Y el espacio público puede ser un gran lugar de difusión.
FUENTE: clarin.com