Hay una Mar del Plata enterrada, subterránea. Debajo del asfalto y la muchedumbre corren diez cursos que atraviesan en silencio el espacio urbano. Fueron entubados por criterios de civilización, de interacción ciudadana en los albores del desarrollo inmobiliario y para contener eventuales desbordes e inundaciones. De esos diez cursos, tres son arroyos: Del Barco en el puerto, El Cardalito en el balneario La Perla y Las Chacras, que divide en dos a la ciudad. Solo tres precarios puentes unían la villa balnearia en principios del siglo XX sobre el arroyo Las Chacras, hasta que en 1917 se inició la primera etapa del entubamiento.
Hay una Mar del Plata nostálgica y respetuosa, devota del conservacionismo y la restauración, entusiasta de la recuperación de piezas y obras históricas, baluartes arquitectónicos de una época de esplendor o de una creación arbitraria, fuera de la propensión del tiempo. Por encima de la vegetación y de un caudal de agua se erige una casa de libro fantástico, una gema de la arquitectura moderna que sobrevuela en silencio el espacio natural desde 1943.
Es una casa que tiene nombre. Es una casa tan peculiar que tiene dos nombres: es la Casa sobre el Arroyo o la Casa del Puente, con mayúsculas, como se identifican a las cosas trascendentales. Ninguna definición es errada ni completa: es una casa que simula la funcionalidad de un puente y está construida sobre un arroyo. El mismo arroyo Las Chacras que desemboca en el mar, que traspasa la urbanización y que fue entubado para establecer conexiones civiles menos en un pulmón verde del centro neurálgico de la ciudad donde el curso del agua emerge bajo la sombra de una suave estructura de hormigón. Está emplazada sobre su principal accidente, conecta los dos márgenes del terreno y tiene una única boca de acceso.
“Pero no es una casa -advierte Graciela Di Iorio, arquitecta apasionada y presidenta de la Asociación Amigos Casa sobre el Arroyo-, es un conjunto integral compuesto por un parque de dos hectáreas que es una reserva ambiental en el marco de una reserva forestal, un pabellón de servicio que es otra construcción fantástica creada por los diseñadores más la casa en sí que está implantada por el cauce de un arroyo fundacional de Mar del Plata”.
“Si tuviéramos que definirla se trata de una caja de habitar apoyada sobre un arco”, resuelve. Al rato repara y aduce que para definirla es necesario interpretarla en un contexto integral: “el resultado de la concepción de una familia”. La obra es un encargo de Alberto WIlliams -músico, compositor, docente, poeta y escritor nacido en Buenos Aires el 23 de noviembre de 1862, llamado “el patriarca de la música argentina”- a su hijo Amancio y a su nuera Delfina Gálvez Bunge. “Alberto Williams fue un hombre que cuidó muchísimo su relación con la tierra, que recorrió el país componiendo sinfonías con los sonidos del lugar. En la obra vemos un legado, una voluntad de rescatar lo verdaderamente nacional, la concentración de una visión de argentinidad”, aporta.
La vivienda es un registro cabal de su presente histórico, de un estilo en apogeo: el movimiento moderno de mediados del siglo XX. Es una expresión referencial, ícono internacional de una visión estilística de modernidad porque -dice la arquitecta- “respeta todos los postulados del paradigma: la separación del terreno, la fachada libre, la ventana longitudinal que nunca se interrumpe”. “Una casa realizada en hormigón y vidrio, con materiales nobles -maderas-, una síntesis abstracta que hacen de ella una obra excepcional”, describe Di Iorio, atropellándose con su fervor por contagiar, convencer y transmitir lo que describe como una de las diez casas más importantes del siglo XX a nivel global.
Obedece a un modo de aplicar una arquitectura de alcance mundial, pero la mirada de la primera directora de la casa en su proceso de reparación histórico -una década atrás- descubre la característica de lo autóctono: “Resume la tradición pampeana más originaria, ya que la estructura, a pesar de que se vea tan moderna, es una típica casa chorizo, tan conocida en las ciudades: esas habitaciones una a continuación de otra, conectadas a un espacio en común”. Dice que es tan argentina que es la máxima expresión de modernidad en el país y tan moderna que quien la recorra hoy, a ochenta años del comienzo de la obra, la encontrará moderna. “Tiene un legado que todavía se proyecta al futuro. La abstracción que lograron es el resultado de un estudio muy depurado, con una escala de calidad muy difícil de superar. El control de obra fue estricto”.
Amancio Williams fue arquitecto, constructor y capataz. Dedicaron, junto a su esposa Delfina Gálvez Bunge, centenares de planos, 430 días de inspección y 120 viajes de Mar del Plata a Buenos Aires, ida y vuelta. El resultado se evidencia en la extraordinaria precisión: el error de la estructura es menor de tres centímetros y el de las piezas delicadas menor de dos milímetros. La obra parece desnuda: está construida un 95% en hormigón armado, martelinado y tratado químicamente. La razón: Amancio, antes de ser arquitecto, fue aviador e ingeniero. La concibieron como una intervención invisible y sensible a la naturaleza. Los diseñadores adoptaron, hacia los años cuarenta, una visión ecológica: no alteraron ninguno de los robles europeos regados en 1915 por las dos hectáreas de bosque, respetaron su ordenamiento en fila.
La vivienda vive inmersa, camuflada en el bosque, por un motivo. Graciela Di Iorio vuelve a advertir para no caer en simplismos. “No es solo una casa tampoco. Alberto le encarga a los diseñadores una casa estudio musical. ¿Por qué si tenían tanto espacio para ubicar la casa, deciden implantarla sobre el arroyo que la atraviesa? Porque para una casa estudio musical necesitaban lograr las condiciones para obtener los mejores sonidos: Alberto Williams componía con los sonidos del lugar. Qué mejor que elevar la altura de la casa a las copas de los árboles y pararse en el mejor sitio, que es sobre el arroyo. Los diseñadores crearon unas ventanas que se abrían de modo que se podía escuchar con toda libertad el agua que convocaba a los pájaros, el sonido del viento y de los árboles”.
Pero su dueño original la disfrutó poco. La estrenó en 1945. Se despidió del mundo a los 89 años, el 17 de junio de 1952. Su devenir hilvanó una venta, la sede de la emisora de radio local LU9, la clausura en tiempos de dictadura militar y un letargo hasta alcanzar la cúspide de su decadencia con un abandono total, una secuencia de vandalismos, destrozos, dos incendios y una marea de grafitis, con un saldo de paredes tomadas por el fuego y el aerosol, pisos descascarados, ventanas sin vidrios, instalaciones eléctricas sin cables y el esqueleto del piano carbonizado de Alberto Williams.
La casa resistió los embates del tiempo y del descuido patrimonial. Su período de saneamiento se inició en 2012. El municipio adquirió parte del predio arbolado de la calle Quintana al 3900 gracias a la asignación de fondos de parte del estadio nacional. El proceso de preservación demandó seis años, la fase previa al reacondicionamiento. La Dirección Nacional de Arquitectura (DNA) ideó un proyecto de restauración, preservación del parque y puesta en valor, y la Dirección Nacional de Gestión de Obras (DNGO) lo ejecutó. En 2018 se inauguraron las obras. Los recursos partieron desde el Ministerio de Obras Públicas de la Nación: una licitación que comenzó en 46 millones de pesos y que creció por determinaciones de los planos y ampliaciones del pliego. Las aprobaciones surgieron desde otro órgano oficial: quien tiene la superintendencia sobre el inmueble es la Comisión Nacional de Monumentos, Lugares y Bienes Históricos, dependiente del Ministerio de Cultura de la Nación. El trabajo de reacondicionamiento de la casa fue articulado con la Municipalidad de General Pueyrredón, orgullosa sede de la obra.
El 25 de octubre del año pasado, una comitiva del gobierno nacional visitó la Casa sobre el Arroyo. Inspiró un especial interés en el presidente de la Nación, Alberto Fernández, quien asistió acompañado por el ministro de Obras Públicas, Gabriel Katopodis, el ministro de Cultura, Tristán Bauer, y la ministra de Desarrollo Social, Victoria Tolosa Paz. Constataron las tareas de reacondicionamiento de la cubierta, fachadas, mamposterías, revoques, cielorrasos, contrapisos y solados, zócalos, herrería y elementos metálicos, carpintería y tabiquería, herrajes, mobiliario y equipamiento para interiores, mesadas, pinturas, vidrios y espejos, instalaciones sanitarias, eléctricas, termomecánicas y electromecánicas, los herrajes, barandas, luminarias, equipamiento de cocina y baños.
“La casa se iba a entregar en diciembre de 2022 -explica Magalí Marazzo, directora en Secretaria de Obras y Planeamiento Urbano de la Municipalidad de General Pueyrredón y vocal de la Comisión Nacional de Monumentos- pero hubo una ampliación del pliego, un 20% del valor de la obra, para anexar seguridad perimetral, iluminación, trabajo sobre el cauce del arroyo y sobre el parque. Esa ampliación hizo que se incrementaran los trabajos”. La expectativa es que a finales de enero, principios de febrero se pueda celebrar una preapertura de la casa. En simultáneo a las obras de restauración, se aceleró en la presentación de un nuevo pliego. La DNA diseñaba un segundo proyecto mientras la DNGO materializaba el primero.
La Casa sobre el Arroyo ya está restaurada, lo que resta es vestirla de museo. “Creemos que en marzo vamos a abrir un nuevo pliego para el armado del Museo Casa del Puente, dado que necesita ser provisto de oficinas, baños, accesibilidad y un nuevo ingreso. Son dos proyectos separados que se unen en un único desarrollo: Casa sobre el Arroyo – Museo Casa del Puente”, detalla la funcionaria. En las previsiones estiman que las visitas guiadas serán otorgadas mediante previo turno y con una capacidad limitada por las dimensiones de la casa: los grupos no serán de más de quince visitantes.
“Es conmovedor ver el estado actual de la casa, es verdaderamente muy emocionante”, valida Graciela Di Iorio. La casa presume de condecoraciones a distintas escalas: fue declarada de Interés Patrimonial por el municipio de General Pueyrredon, monumento histórico y patrimonio cultural bonaerense y monumento histórico nacional. Tiene todos los reconocimientos posibles menos uno. “La aspiración que tenemos es que ya restaurada -desea la arquitecta- tenga la posibilidad de formar parte de la lista de patrimonio mundial de la UNESCO”.
No hay, apunta, universidad de arquitectura en el mundo que no la estudie ni la aprecie. Es una referencia ineludible del movimiento moderno y es marplatense y argentina. “Es un contenedor del legado del país y también de la esperanza de futuro: ese espacio pleno de árboles, de pájaros, de mariposas, de agua representa y tutela una especie de burbuja biótica en la mitad de la ciudad. Es una obra que concentra múltiples significados”, insiste, admirada, la arquitecta.
FUENTE: Milton del Molar – www.infobae.com