“¿Está o no está? Ojalá esté”, piensa Enrique Longinotti a medida que se acerca al frente de la casona Qui Si Sana, en Núñez. No importa cuántas veces haya hecho el recorrido, el miedo a encontrarla en ruinas lo acompaña desde que le avisaron que la casa había sido rodeada con vallas. Y entonces él de tanto en tanto va a ver, a chequear si sigue ahí: viva.
“La siento como un amigo o una amiga a la que le está por pasar algo y quiero que esté bien. Así que voy a revisar si todavía sigue ahí”, dice. Parado detrás de los bloques perimetrales y observándola siente alivio y algo parecido a la alegría, en consecuencia vuelve a su casa.
Longinotti, arquitecto, de 61 años, es una de las 1.800 personas que a través de la plataforma Change.Org firmaron un petitorio en el que exigen la intervención inmediata del Gobierno porteño para frenar la demolición del edificio histórico.
Ubicada en O’higgins 4560, la residencia data de 1908. “Su tipología es muy particular. No está apoyada en medianeras, algo raro en la Ciudad de Buenos Aires. Y tiene características estéticas que la destacan: un mirador, un jardín en cada costado, la inscripción “Qui si sana” en relieve y un tamaño no invasivo, que no le resta lugar a la calle. La disfruta tanto el que la habita, como el que pasa caminando”.
A Longinotti la casa lo fascinó desde muy joven. Tenía 20 años cuando, en compañía de un amigo, llamó a la puerta de la vivienda. Una mujer, quien era la dueña en aquella época, los atendió y los dejó pasar después de que le explicaran que eran estudiantes de arquitectura y que deseaban conocer la casona por dentro.
“Recuerdo ese momento con muchísima intensidad. Con mi amigo sabíamos que la casa había sido reciclada por el arquitecto Giancarlo Puppo, quien años antes había vivido ahí, pero nos encontramos con una identidad arquitectónica que nos sorprendió mucho. Era un ejemplo de restauración e intervención respetuosa sin dejar de ser creativa, algo que no sobra en Buenos Aires, sino todo lo contrario”.
Durante cinco años, entre 1970 y 1975, el reconocido arquitecto y artista plástico Giancarlo Puppo vivió en Qui Si Sana, junto a su entonces esposa, la arquitecta Ethel Etcheverry y los hijos del matrimonio. “Vimos la casona y nos gustó. Estaba abandonada y en parte derruida, con grietas en el exterior. Averiguamos si podíamos comprarla, vendimos una propiedad que teníamos y nos mudamos”, reconstruye Puppo. El matrimonio encaró un enorme proyecto de recuperación. Los anteriores dueños habían tapeado ventanas, extraído tramos de escaleras y demolido algunas áreas.
“Recompusimos lo más que pudimos. No logramos encontrar quién o quiénes eran los autores, pero supimos que el nombre Qui Si Sana -que refiere al lugar donde se sana- se tomó de un instituto sanitario en la isla de Capri, fundado en 1834 por un médico inglés. El hombre quedó viudo, se deshizo del espacio y luego lo compró un napolitano, que lo expandió y fundó un hotel de lujo, que aún existe. Cuando estábamos en la casona, un amigo nos trajo una postal del hotel, estaba pintado de rosado y elegimos darle ese color”, describe Puppo.
En cuatro niveles distribuyeron las habitaciones de la pareja y de los hijos. También dentro de la casa armaron un estudio de arquitectura para desarrollar sus proyectos y recibir clientes. Toda la casa era bella y antigua, en especial el parque: “Pienso que la construcción debe haber tenido un espacio muchísimo mayor, porque la casona está libre en sus cuatro costados y por la magnitud de los árboles. Había uno de palta que tenía casi la altura de Qui Si Sana y naranjos altísimos de 50 años”.
Aunque hace muchas décadas ya no vive ahí, Puppo fue uno de los primeros en advertir la aparición de las vallas rodeando la estructura. Está convencido de que el siguiente paso es la demolición. La casona tiene cartel de venta desde 2014, “hace por lo menos tres años que nadie la habita y de repente aparece un cerco de cuatro metros. Es evidente, tanto como que yo le diga ‘veo un animal de cuatro patas, que dice miau’ y usted sabe que es un gato. Es igual. Si no lo impedimos, la casona va a la piqueta y pronto tendremos una caja de vidrio más en la ciudad”.
A principios de marzo, Puppo empezó a avisar a sus vecinos, también varios ya habían advertido la situación y se la habían comentado. Él sigue residiendo en Núñez. “Somos por lo menos 12 personas, vecinos del barrio y de otras zonas de Capital, profesionales relacionados con el patrimonio, arquitectos, restauradores y personas conscientes de lo que significa Qui Si Sana y de la necesidad de conservarla. Juntos abrimos la convocatoria de firmas”. En ese grupo está Belén González, licenciada en historia del arte.
“Hay que conservar la memoria de la vida cotidiana porque hace a la gran historia. Para mí la arquitectura, como las cartas, como la ropa, guardan información sobre un momento, una época. A veces esos elementos, que no consideramos tanto, proveen más información que documentos históricos”, dice González. En Qui Si Sana ve una manera en la que las personas imaginaban lo que era una vivienda, identifica un lenguaje, materiales específicos y una concepción que pertenecía a un período social y económico determinado.
“Es importante saber qué hacía la gente, qué es lo que estaba políticamente aceptado y lo que no. Qui Si Sana por ejemplo tiene dependencias para sirvientes y eso ya no sucede”, dice y agrega enfática: “Entiendo que hay que defender y preservar nuestro patrimonio, material e inmaterial, porque conforma la identidad de un tiempo y de un lugar que no existe más. Y si lo eliminamos, borramos la historia”.
Pedido de informes
El legislador porteño Matías Barroetaveña (Frente de Todos) presentó en la Legislatura porteña un pedido de informes en el que le solicita al Ejecutivo de la Ciudad explicaciones ante la posible demolición de Qui Si Sana.
Entre los requerimientos, pidió que se informe si la parcela está alcanzada por un pedido de convenio urbanístico y si no lo está, por qué. El texto dice: “El patrimonio arquitectónico es parte de la identidad de nuestra ciudad y es un recurso no renovable. La demolición de edificios de alto valor arquitectónico e histórico constituye un daño irreparable a nuestra memoria colectiva y cultural, y afecta la planificación y al desarrollo sustentable del entorno urbano”.
FUENTE: www.clarin.com