Se sabe, una buena novela no lo es por lo atractiva que sea su trama, sino por cómo está narrada, y eso depende de la habilidad del escritor. Con la historia pasa algo parecido, a simple vista puede ser más seductor investigar, leer y escribir acerca de Sumeria, el Egipto de los faraones o la antigua Grecia que sobre un barrio de Rosario. Sin embargo, a veces las historias que están más cerca en tiempo y espacio pueden ser apasionantes y dependen del historiador que se ocupe de ellas. Y en este caso, a diferencia del escritor, no depende estrictamente de sus cualidades literarias, sino de que haya encontrado una pregunta que invite al lector a pensar, sentir empatía o simplemente identificarse.
Por supuesto que hay lugares más generosos narrativamente que otros, porque en ellos convergen distintos espacios, historias de vida y temporalidades que se entrecruzan e hibridan, pero pueden ser perfectamente identificables. En Rosario, uno de esos espacios es el barrio Saladillo, cuya productividad histórica y su capacidad de concentrar en un punto muchos mundos es inagotable. La paciente e incansable labor de historiadores barriales como Alfredo Monzón y Nora Laborde, y el trabajo de recopilación de imágenes que hace José Straatman en la página de Facebook Barrio Saladillo, son una prueba cabal de esa productividad. Las investigaciones académicas de historiadores como Diego Roldán y Paulo Menotti, la muestra Obreras que en 2019 se exhibió en el Museo de la Ciudad bajo la curaduría de Laura Pascuali, son pruebas contundentes de lo que afirmamos.
Un barrio que tiene las quebradas del Saladillo, un accidente geográfico que no parece pertenecer a la misma ciudad, y que fue brutalmente intervenido por la mano del hombre. Su arquitectura comienza mostrando su ostentación en avenida Ayacucho, cortándose abruptamente en avenida Argentina, para dar lugar a más sencillas viviendas obreras, terminando con los ranchos de la Barranca y la cortada Mangrullo. Una zona con una cantidad desproporcionada de apellidos ucranianos, polacos, croatas, judíos, lituanos, griegos y húngaros, que se explican por otra singularidad: el olor que se empieza a sentir desde avenida San Martín. Un aroma a carne hervida que se hace crítico los días de calor y humedad: el olor al Swift, el frigorífico que marcó un antes y un después en el barrio, cuando se instaló en 1924. De las residencias de fin de semana de la burguesía local, pasó a ser un barrio obrero.
Paulo Menotti, en su libro Un faro de luces y sombras. Historias de militancia en el Swift nos cuenta precisamente varias historias de ese Saladillo obrero. Son las de Pedro Covalcid, Jaskel Shapiro, Santiago Simón y Ramón Zarza, militantes del Partido Comunista y trabajadores del frigorífico en la década del cincuenta. Su autor realiza un trabajo cuyo corazón está en la Historia Oral, ese género historiográfico que está a caballo entre la historia y la memoria, y fundamentalmente se ocupa de esta última. Tomar testimonio de actores que vivieron una historia es una tarea compleja, y así la describe Paulo Menotti, que se vio tentado de buscar la “verdad” detrás del testimonio y terminó aprendiendo que la experiencia se relata desde un presente y que ese relato es lo importante del testimonio. El relato de una experiencia es la experiencia de la memoria, que selecciona, omite, agrega detalles en la medida que se actualiza en los distintos presentes.
Pero en historia siempre hay un hecho verificable, alrededor del cual la memoria construye su narrativa. Y ese hecho en este caso es el triunfo de la lista Marrón, dirigida por comunistas en el sindicato de la carne en 1961. Un triunfo anómalo y efímero, en un sindicato peronista, al menos desde 1946, en un barrio mayoritariamente del mismo color político. El acontecimiento tiene escasa trascendencia si lo miramos desde la cronología, es solo un año, pero es un disparador que permite a los testimoniantes y al historiador contar una trama más profunda, desde uno de sus costados. Es la historia de unos obreros que militan sus convicciones en un clima adverso, de un peronismo fuertemente anticomunista, que odia al comunismo más por lo que cree que es que por lo que es efectivamente en la práctica.
Contar la historia de obreros comunistas es contar también la historia de todos los obreros de la carne, hayan sido radicales, demoprogresistas o peronistas. Y esa historia con sus vivencias, sus reivindicaciones, su cultura y sus opciones políticas, es la historia del Saladillo, al menos hasta 1990. Por ellos tuvo sentido un centro comercial de una gran vitalidad, con almacenes, panaderías, fondas, tiendas, mueblerías y ferreterías que los tenían como sus clientes privilegiados.
Paulo Menotti nos lleva finalmente al presente, relatando la aventura de tomar testimonios, de las frustraciones, los plantones y los errores que comete en su camino el investigador, en este caso el historiador oral. Al mismo tiempo no faltan en el libro las referencias eruditas que funcionan como marco contextual insoslayable para un libro de historia. El libro está escrito con la rigurosidad del historiador y al mismo tiempo con la agilidad del periodista, profesión que el autor también ejerce, con una preocupación notable por llegar con su propuesta a un amplio espectro de lectores. De esta manera contribuye a restituir la memoria y la historia de un lugar que ya no es el mismo, donde el frigorífico ya no es el centro de la vida del barrio, su centro comercial está reducido a su mínima expresión, el Saladillo es un canal de aguas contaminadas y la avenida de Circunvalación desfiguró el último tramo del barrio.
FUENTE: www.lacapital.com.ar