La Ciudad de Buenos Aires cuenta con celebridades de sello art déco. Entre ellas, las 5 naves de hormigón del ex Mercado del Abasto (1934, Corrientes al 3200), hoy shopping Abasto. O el Kavanagh (1936, Florida 1065), de 120 metros de altura, una torre hecha de encastres geométricos, a la que la Unesco declaró en 1999 Patrimonio Mundial de la Arquitectura de la Modernidad. Porteños de postal.Sin embargo, en Buenos Aires, la reina moderna, hay obras con impronta Art Déco menos difundidas que vale la pena explorar. Fueron incluso creadas por los mismos arquitectos que diseñaron esos y otros clásicos.
El Kavanagh fue construido por el estudio Sánchez, Lagos y de la Torre, que en 1931 había diseñado el edificio de oficinas de Libertad 791 (y Córdoba). En este trabajo frente a Plaza Lavalle imperan las rectas desnudas, tanto en la estructura que lo corona -donde asoman los volúmenes escalonados que deslumbrarían en el Kavanagh- como en los marcos de los portales y de las ventanas, para decorar sin recargar.
Expertos de Consejo Profesional de Arquitectura y Urbanismo (CPAU) señalan que con “sucesivos retiros del cuerpo central hacia una torre apenas sugerida”, la construcción se adecua a una manzana donde cemento y verde permiten abrir un hueco para que entre el cielo. Y apuntan que, de ese modo, también “prefigura el esfuerzo del Kavanagh por relacionar plaza -San Martín, en este caso-, barranca, río y ciudad”. Ya en 1932 su fachada fue premiada por la entonces municipalidad.
El arquitecto argentino Alejandro Virasoro (1892-1978) fue pionero del art déco local. “Si un hombre rico quiere un lujoso vehículo, comprará no una carroza de las del tiempo de Luis XIV, si no un automóvil, el más moderno (…) Pero el mismo hombre rico, si quiere construirse una mansión, va a concertar con su arquitecto un palacio versallesco o un castillo gótico o un alcázar morisco; y en ningún momento se le ocurrirá pensar si esto no es tan ridículo como viajar en una carroza o cazar bestias con jabalina”, escribió en “Tropiezos y dificultades al progreso de las Artes Nuevas, en la Revista de Arquitectura de marzo de 1926”, un artículo que se leyó como manifiesto clave para explicar, en parte, la transformación de Buenos Aires en una ciudad moderna.
Virasoro marcó a Capital con la cúpula más esbelta del conjunto mágico de Florida y Diagonal Norte: la de la ex sede de la empresa de seguros La Equitativa del Plata (1929) que contrasta con las tres neoclásicas, redonditas, que coronan los dos edificios Bencich (1927 y 1928) y la de tejas color ladrillo y profusa decoración hispana del Ex Banco de Boston (1924). Y la marcó con la pirámide que remata en un cubo sobre el que están representadas máscaras rígidas de la comedia y el drama, en la sede de la Casa del Teatro (1928, Santa Fe 1243). Pero Virasoro también se hizo una casa en 1925 y un estudio al lado en Agüero 2038 y 2024, respectivamente, y construyó una vivienda colectiva en Libertador 2654.
Y Francisco Salamone (1897-1959), quien entre 1936 y 1940 pobló con más de 60 obras monumentales, de hormigón y facetas filosas, unos 25 municipios de la Provincia de Buenos Aires -desde sedes municipales hasta cementerios, mataderos y plazas-, dejó una huella -con ecos lejanos de aquello- en Ayacucho 2012 (y Alvear).
Como contó Clarín en esta nota GPS, el art déco fue un hijo fiel de la era de Revolución Industrial y sus máquinas. Un movimiento en el que imperaron la funcionalidad, las novedades técnicas –desde el dinamismo de los aviones hasta la versatilidad del hormigón (en comparación con los bloques compactos de las columnas de la antigua Grecia, claro)–, además de la pasión por la geometría.
Aunque el art déco se emparenta con el constructivismo ruso o la escuela Bauhaus alemana, nació en Francia entre la Primera y la Segunda Guerra Mundial, cuando ya casi no quedaban certezas y menos, mandatos rancios. Pero llegó a Buenos Aires, sobre todo, desde Estados Unidos, con rascacielos soñados -el Chrysler (1928-30), en Manhattan, y su cúpula de cuento– y películas de Hollywood entre los principales modelos. Y fue desplazando al art nouveau, donde mandan la sensualidad y las curvas, aunque conservó los relieves de hojas y flores, en clave austera, para dar calidez.
El énfasis del art déco en la utilidad hizo que se extendiera rápido, entre rubros y por los barrios de la Ciudad de Buenos Aires. Por eso, está en casas y en bancos, mercados, universidades y teatros. Y como se usó y usó hasta la década de 1950 no es raro cruzarse con guardas de triángulos en fachadas de casitas y locales sin prosapia.
Los 5 elegidos:
1) Aires déco de Nueva York. Tiene ornamentación neogótica, torrecitas. Pero esas influencias de la Gran Manzana son la clave en este edificio, proyectado por el arquitecto Miguel Madero y el ingeniero Julio Noble e inaugurado en 1931 en el corazón del Casco Histórico porteño.
Se trata de la ex sede del City Hotel, que fue, junto con el Plaza, uno de los hoteles más importantes de la Ciudad de Buenos Aires. La cadena NH compró parte en 2000, puso en marcha su puesta en valor y lo amplió. Hoy se llama NH City & Tower Hotel. En Bolívar 160.
2) “Hermano mayor” del Kavanagh. Este edificio fue diseñado en 1931 por el Estudio Sánchez, Lagos y de la Torre. En Libertad 791, casi Córdoba, anticipa, en parte, el elogio de la geometría y el juego de volúmenes del Kavanagh, de Retiro, que el mismo equipo presentó en 1936. Ya en 1932 la entonces municipalidad premió esta fachada.
3) Salamone en Capital. El siciliano Francisco Salamone (1897-1959) pobló con más de 60 obras monumentales unos 25 municipios de la Provincia de Buenos Aires, entre 1936 y 1940. Casi no hay ecos de esas moles de cemento, con facetas filosas, en este edificio que construyó en Ayacucho 2012 (y Alvear).
4) Del pionero. Ese rol tuvo el arquitecto argentino Alejandro Virasoro (1892-1978) respecto del art déco local. Entre sus trabajos menos conocidos está una antigua vivienda colectiva, ubicada en Libertador 2654. Tiene como sello el imperio de las líneas, simples y contundentes, que él impulsó.
5) Un “detalle” inmenso. Así se puede describir al monumental cartel que muestra el nombre del Mercado del Progreso de Caballito (1889), con sobrias letras de tipo art déco que miden 1,6 metro de alto por 1,2 de ancho promedio, de acuerdo con fuentes oficiales. Lo colocaron en la década de 1930 y fue restaurado el año pasado.
Clarín ya lo contó acá: el Mercado abrió en 1889 y a las verdulerías, panaderías y carnicerías tradicionales. Y a fines del siglo pasado se sumaron barcitos, entre otros espacios de reunión “modernos”. Así que conserva su corazón de barrio, aggiornado. Por eso, con sus más de 170 puestos y 17 negocios a la calle, es un tesoro porteño, que para muchos expertos debería figurar en las guías turísticas.
El Mercado está ubicado en avenida Rivadavia y Del Barco Centenera, frente a la Plaza Primera Junta, en el ajetreado núcleo comercial de Caballito.
FUENTE: Judith Savloff – www.clarin.com