Nació en 1802, como pulpería. Hacia 1920, se convirtió en restaurante. Y así sobrevivió al paso del tiempo, después transformada en pizzería, en Sáenz y Rabanal, Nueva Pompeya. Hasta diciembre del año pasado, que cerró. Ahora, los vecinos del barrio juntan firmas para pedir su reapertura. No quieren perder uno de los íconos del sur porteño.
“No se puede entender lo que fue Pompeya si no la viviste”, afirma Gregorio Plotnicki. El hombre creció en la época del Ferrocarril del Oeste y las calles de tierra; cuando casi no circulaban los automóviles y “los vecinos se ayudaban entre todos”. Con 80 años, Gregorio se ha convertido en uno de los residentes originarios más antiguos y memoriosos.
Desde 1983, dirige el museo Manoblanca, destinado a preservar la esencia del barrio. Para él, Pompeya representó siempre un punto de apoyo, una fuente de certezas. Una de ellas fue, sin dudas, la pizzería La Blanqueada.
Aunque el local cerró a fines del año pasado, don Gregorio se enteró hace pocas semanas, cuando quiso almorzar allí con una hija que lo visitaba. Todavía le cuesta expresar su tristeza al contemplar desnuda, por primera vez, la esquina de Sáenz y Rabanal.
La Blanqueada había sido inaugurada en 1802 como pulpería y -según cuenta la tradición oral-, frente a ella desfilaron las tropas inglesas que desembarcaron en Quilmes, hacia 1806.
Para fines del siglo XIX, se consolidaba como una parada fundamental en el “Camino de los Huesos” que terminaba en el matadero de Parque Patricios. Recién a partir de 1920 se asentó definitivamente como restaurante, con su denominación original.
Paisanos, tangueros y malevos inscribieron en el negocio su lugar de pertenencia, y lo inmortalizaron en hitos de la cultura popular. La periodista y vecina Analía Verónica Aprea plasmó su amor por su barrio en el libro “Pompeya, de la pampa al barrio de tango”. La autora evoca los versos de Enrique Cadícamo: “Salga el sol/salga la luna/salga la estrella mayor/la cita es en La Blanqueada/nadie falte a la reunión”; “Boliche La Blanqueada/testigo del pasado/mi recuerdo te evoca/hoy eres la tapera que ha enclavado/en la esquina brava de Avenida Sáenz y Roca”.
Además, Aprea relata: “Rodolfo Rabanal escribió que Borges llegó una vez hasta La Blanqueada para mostrarle a un escritor francés, que visitaba a Victoria Ocampo, por dónde en Buenos Aires era posible percibir la pampa”.
En su autobiografía, Diego Maradona confesó su obsesión por aquella pizza sureña. Después de llamarla “la mejor del mundo”, agregaba que, cuando era chico, iba con sus amigos: “Nos comprábamos una única porción entre todos -para más no daba-, y la comíamos así, un mordiscón cada uno”.
La Blanqueada precede a Nueva Pompeya y la define. Sin embargo, tras sobrevivir las crisis de tres centurias distintas, la falta de competitividad y su aislamiento la liquidaron.
Hoy se suma a las decenas de edificios cerrados que habitan, como espectros, las calles de Pompeya. Algunos permanecen abandonados; otros –como el histórico frigorífico Tronconi- fueron adquiridos por grandes cadenas de comida o supermercados.
Los vecinos impulsaron un petitorio en change.org para que el Gobierno de la Ciudad designe a La Blanqueada como “Área de Protección Histórica”. Ya se han conseguido más de 4000 firmas pero no hay respuesta oficial.
El lote vacío, tapado con carteles de música tropical, se vende por US$ 2.300.000. Desde la inmobiliaria afirman que, si bien ha habido ofertas, no aparece un comprador seguro.
“Aún hablo con los fantasmas queridos. Los tengo presentes”, dice Gregorio Plotnicki. Quizás ese sea el destino de La Blanqueada: sobrevivir, como última trinchera, en el recuerdo de quienes la conocieron. Como pesadumbre del barrio que ha cambiado y amargura del sueño que murió.
FUENTE: clarin.com