Debo confesar: los habitantes de Buenos Aires* nos sentimos el centro del mundo. Quizás este exceso de narcisismo está vinculado a que la ciudad y sus suburbios concentran en menos del uno por ciento del territorio argentino a más de una cuarta parte de la población del país y más de un tercio del PIB. Sin embargo, también es un lugar de grandes desigualdades. Aquí se encuentra el 50% de la población que vive bajo la línea de pobreza y el 85% de los casos de COVID-19 del país.
El cierre de escuelas, decretado el 16 de marzo, marcó el inicio de las medidas de aislamiento preventivo para contener el contagio del coronavirus. Desde entonces la movilidad en el área metropolitana está severamente restringida. Sin embargo, como comentamos con anterioridad, no todas las personas pueden acatar de igual manera el distanciamiento social. ¿Cómo puede una madre soltera quedarse en su casa cuando la urgencia es alimentar a cuatro hijos? ¿Cómo es posible practicar la distancia preventiva cuando toda una familia vive en 16 metros cuadrados? Estas son situaciones imposibles que enfrentan los más vulnerables.
¿Cuán crítica es la situación social en los barros informales?
Más de 2 millones de personas de Buenos Aires viven en asentamientos o barrios informales. Los datos del último censo (2010) muestran que, en estos barrios, el porcentaje de hogares con pobreza estructural, medido a partir de las necesidades básicas insatisfecha, es tres veces más alto que en barrios formales (6% vs 18%). A esto se suman las brechas en acceso a servicios básicos, esenciales para prevenir el contagio, como agua, saneamiento y red de gas, con diferencias de 20, 40 y hasta 50 puntos entre ambos tipos de barrios. Asimismo, se observa un mayor porcentaje de hogares con más de 6 miembros (8% en barrios formales vs. 17% en barrios informales) y de hogares con hacinamiento crítico (2% en barrios formales frente a 8% en barrios informales).
¿Y qué pasa con la movilidad desde que apareció el COVID-19?
Los datos de movilidad muestran que antes de la crisis el porcentaje de personas que se movía más de un kilómetro de su hogar era mayor en los barrios formales. Sin embargo, una vez que se decretó el cierre de escuelas, esta tendencia se revirtió. En los 60 días de cuarentena transcurridos desde entonces, no sólo la movilidad ha sido ligeramente mayor en barrios informales, sino que la brecha observada aumenta a medida que pasa el tiempo. Si las personas en barrios informales se movieran a la misma tasa observada en barrios formales, veríamos cerca de 47 mil personas menos en circulación diariamente.
Estos datos demuestran la dificultad que tienen las familias que viven en condiciones de pobreza estructural para sostener el aislamiento preventivo. En estos contextos no sólo hay un apremio económico, sino que también hay carencias en las condiciones de infraestructura de la vivienda para garantizar las medidas de limpieza. Estas necesidades hacen que las familias que viven en estos asentamientos se muevan más, exponiéndose a mayores contagios.
El primer caso de COVID-19 en un barrio informal de Buenos Aires fue el 21 de abril. Desde esa fecha los casos confirmados han crecido de manera acelerada. En la Ciudad de Buenos Aires, donde hay datos desagregados, podemos ver que en el plazo de dos semanas (12 al 26 de mayo) la cantidad de casos de COVID-19 en barrios informales creció en un 317% y las muertes producidas por el virus aumentaron en un 188%, mientras que en el resto de la ciudad la variación fue de 108% y 48% respectivamente. En la actualidad, no sólo casi el 50% de los casos confirmados de COVID-19 son de personas que viven en barrios informales, sino también que la tasa de mortalidad en estos asentamientos duplica a la observada en barrios formales.
¿Reflejo de la región?
El área metropolitana de Buenos Aires refleja una realidad extendida a lo largo de la región. Los programas de apoyo a las familias (económicos y en especias), sumado a los esfuerzos para multiplicar las pruebas y fortalecer el seguimiento de contactos cercanos son fundamentales para intentar contener el crecimiento de la curva y acompañar a esta población durante la crisis. Así, desde el BID apoyamos algunas iniciativas de corto plazo para mitigar el avance del virus, como por ejemplo el proyecto piloto desarrollado en el Barrio 31 de la Ciudad de Buenos Aires.
De todas maneras, la solución de largo plazo requiere de inversión en servicios básicos y mejora en las oportunidades para brindar un marco de protección que cuide a las familias para la crisis del mañana. En este sentido, los planes de integración social y urbana, como los que viene apoyando el BID en el Barrio 31, son un mecanismo que puede contribuir a mejorar las condiciones de vida de las personas y reducir las brechas de desarrollo existentes dentro de las ciudades.
FUENTE: Agustina Suaya – blogs.iadb.org